Cerebro y Dios (I)

Publicado: 6 agosto, 2010 en Ciencia, Gnoseología, Pensamiento, Religión

Las investigaciones sobre el cerebro humano son cada vez más abundantes; sin embargo, lo que no sabemos es mucho más que lo que ya comprendemos de este órgano. Saber qué es el cerebro aporta muchos datos para comprender qué es el hombre, por eso es importante descubrir cómo el cerebro participa en la elaboración de los pensamientos y cómo opera en nuestras acciones. Las investigaciones neurológicas actuales muestran gran interés por el estudio de la conciencia y del comportamiento cerebral en la relación que el hombre establece con Dios.

 

El cerebro humano no es el más grande que existe, pero puede disponer de una serie de capacidades que exceden a las de los demás animales (Roger Scruton, Animal Rights and wrongs, 2000), entre ellas el conocer – actividad de la que ya hemos hablado anteriormente –. El conocimiento es la relación que se establece entre la persona cognoscente y la realidad conocida. Conocemos la realidad como tal y distinta de nosotros; cuando conocemos no modificamos la realidad ni ella nos modifica a nosotros. De este modo el conocimiento es algo bien distinto de lo que acontece en una reacción físico-química, en la que los elementos pierden su naturaleza propia para adquirir una nueva.

 

El hombre comunica el pensamiento a través del lenguaje; en cierto sentido, podríamos decir que éste es una extensión de la mente. El celebro humano interviene en la ordenación del lenguaje mediante una red de neuronas que integra la información sensorial con el conocimiento almacenado. Para que el lenguaje adquiera sentido y pueda transmitirse ideas, pensamientos o emociones se requiere comprensión. Hay investigaciones que han logrado que chimpancés y gorilas construyan oraciones gramaticales complejas y relacionen objetos a través de ordenadores con el fin de que pudieran comunicarse con los humanos, sin embargo los animales carecen del dominio de la sintaxis. En 1979 la revista Science publicó un informe titulado ¿Puede un antropoide crear una frase?, en dicho estudio se decía que “los antropoides pueden aprender muchos símbolos aislados – como pueden hacerlo los perros, caballos, y otras especies no humanas –, pero no muestran ninguna evidencia inequívoca de dominar la organización conversacional, semántica, ni sintáctica del lenguaje” (H.S. Terrace, L.A. Petitto, R.J. Sanders, T.G. Bever, Can an ape create a sentence?, Science, 23 de noviembre de 1979, vol. 206).

 

El cerebro humano no sólo nos capacita para hablar y escribir, también podemos ejercitar la voluntad. Las personas humanas, a diferencia de los animales, hacen las cosas porque ponen en acción su voluntad. El acto volitivo se fortalece ejercitándolo a la vez que se ponen límites a las exigencias instintivas. El acto volitivo más humano y elevado es el amor, vaya acompañado o no de sentimientos (Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, 1991). Como el amor es un acto volitivo de la persona se dirige hacia los demás y se caracteriza por querer que el otro alcance su máximo desarrollo como persona: la felicidad. Nuestro cerebro, y aquí viene lo más importante, posee la capacidad de tener una experiencia trascendental. Esta idea es única en el ser humano y esta ligada con el sentido y con la existencia más allá de esta vida. Como dice José Morales – a quien tuve como maestro en la Universidad de Navarra – en La experiencia cristiana, “la religión y el impulso religioso habitan de diferentes maneras en todos los hombres y mujeres de nuestro planeta. Es un poder elemental de la existencia humana que busca un horizonte de trascendencia para la vida en el mundo, así como una respuesta a las preguntas últimas”; o como dice Cioran en El aciago demiurgo, incluso los ateos “se hacen de Dios exactamente la misma idea que los creyentes”.

 

Todos los hombres se cuestionan y reflexionan en torno a lo trascendente. No encontraremos ninguna cultura, desde los albores de la humanidad, sin religión. Ante esta realidad Dean Hammer investigó si en las personas con mayor inclinación hacia el misticismo había alguna modificación genética y el resultado fue que en esos sujetos aparecía una variante en el gen VAMT2 denominada variante 3305, que implicaba un aumento en el número de monoaminérgicos relacionados con la dopamina y la serotonina, que favorecen la experiencia mística (Hamer, The God gene. How faith is hardwired into our genes, 2004). En este sentido y según estas investigaciones la creencia en Dios arranca de nuestro cerebro, por tanto podemos decir, por ahora, que Dios al menos existe en nuestro cerebro.   

comentarios
  1. Laia Gómez dice:

    Hola Joan. Una entrada de gran interés, como veo que está enumerada seguro que escribirás más sobre este tema. Esperaré las demás entradas.

  2. Saludos Laia Me alegro que haya sido de interés. Así es, tengo pensadas más entradas al respecto.

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