El conocimiento de la realidad – del mundo, de los seres vivos y de nosotros – es posible porque este se apoya en la experiencia del ser, que no es hipotético, ni subjetivo ni arbitrario, sino que es. Siempre conocemos algo, pues el conocimiento comporta la relación de nuestro entendimiento concretamente y de nuestra persona en sentido más absoluto con un ente del que decimos, con propiedad, que es la realidad conocida. En este sentido, el conocimiento es apertura y asentamiento. Es apertura, porque el conocimiento, como hemos dicho, establece una relación evidente entre dos entes, el cognoscente y el conocido. Y es asentamiento, de modo parcial y no absoluto, en la verdad de las cosas que son y ante las cuales nos situamos de frente; verdad que se extiende a todo el tiempo, aunque pueda permanecer desconocida u oculta durante un periodo determinado. El conocimiento no es propiamente físico, si bien en el acto cognitivo se producen actos que realizan los órganos sensoriales y el sistema nervioso, sino inmaterial, aunque la aprehensión no implica, en su inmaterialidad, una completa disgregación con la materialidad del ente conocido.
Si bien conocemos por medio del entendimiento, quien conoce propiamente es la persona entera; es ella quien ejerce las operaciones de conocer. Además, la persona no sólo posee entendimiento, sino que intervine aún otra de sus principales facultades, la voluntad, que también se relaciona con la verdad. De ahí, por tanto, que en el conocimiento entre en juego la moral: el hombre puede amar o rechazar la verdad, puede elegir ser su auténtico ser o, por el contrario, no ser nada. Como decimos el conocimiento es conocer algo y este conocer algo cuando se refiere al conocimiento de uno mismo exige autenticidad con el ser, porque si no el conocimiento sería una entelequia. Decimos, además, que el conocimiento es inmaterial. Esto es así porque si bien el entendimiento está radicado en el cerebro, también intervienen realidades de orden espiritual o psíquico como es la mente; es decir, no es riguroso señalar que el cerebro es el órgano que piensa, pues el acto de pensar trasciende la materia. Existen quienes reducen el acto cognitivo a sucesos estrictamente neurológicos, pero nadie ha podido demostrar jamás esta idea. Es incongruente y opuesto a la realidad del ser – así lo piensan también Eccles y Popper – señalar que un pensamiento, ya sea científico ya sea metafísico, se reduce a una actividad del cerebro; aunque si es cierto que todo pensamiento tiene una determinada actividad cerebral. (más…)