Archivos de la categoría ‘Religión’

Si bien la línea que conduce a la xenofobia es angosta, una crítica a las acciones realizadas por personas con una visión teleológica del mundo no supone una crítica irrespetuosa hacia éstas y su religión, sino que forma parte, también, de la libertad religiosa que se demanda. Considero que es una exigencia intelectual y, sobre todo, moral criticar las malas ideas que afloran desde ámbitos religiosos para el bien mismo de quienes confesamos nuestra fe en Dios y de nuestra misión, que es anunciar la verdad revelada en pos de la trascendencia de del hombre, ese ser que consideramos que posee una dignidad incondicional. A la luz de esta incondicional dignidad de la persona y en pos de la racionalidad y valor moral de la religión es necesario que se distingan lo más clara y distintamente, si esto es posible, el ámbito de la creencia y el de la acción humana, para distinguir y erradicar los extremismos que anidan en las distintas religiones, especialmente en el islam y en el cristianismo.

Los apologistas dicen que las posturas fundamentalistas no constituyen la verdadera religión y focalizan sus motivaciones en otros intereses, ya sean ideológicos o culturales. Sin embargo, ¿estamos seguros de la imposibilidad de trazar una conexión, por nimia que sea, entre una doctrina religiosa y las diversas formas y grados de violencia en nombre de Dios? Algunos de esos apologistas señalan que el fundamentalismo no es más que una perversión de la religión verdadera. No obstante, al distinguir entre una religión verdadera y una deformación de la misma desde la óptica de los hechos, ¿no sitúa la verdad religiosa en el terreno de la subjetividad? Es decir, la religión verdadera es aquella que sostiene la existencia de Dios y la verdad de las doctrinas que revela. Por tanto, si la verdad que anuncia es una y no otra todos los fieles que comparten una misma religión deben ser fieles a unos mismos principios, pero según esos apologistas, esto no es así, y los verdaderos creyentes confiesan unas verdades de fe y los fanáticos otras. (más…)

La vida pública no puede entenderse como una categoría cerrada dotada de una racionalidad neutral y carente de cosmovisión, porque esto es imposible si hablamos de una sociedad humana. La vida pública, más bien, es un ámbito en el que se razona y razonan todas las cosmovisiones existentes y en el que debe ‘triunfar’ el mejor argumento, siempre mediante el diálogo y nunca por imposición. Es una exigencia de toda sociedad democrática el reconocimiento de la libertad religiosa y de expresión si realmente se cree no ya sólo en la realidad del pluralismo, sino en la incondicional dignidad de la persona humana.

La secularización del Estado democrático, que se plasma en la separación Iglesia-Estado, no implica ni debe implicar la secularización de la sociedad. Cada persona tiene una propia cosmovisión y en cuanto ciudadano tiene el derecho de expresar, en un ámbito de igual libertad, sus razones y creencias, mientras no se le considere un sujeto al margen de la sociedad civil. Pero como la sociedad la constituyen ciudadanos ‘religiosos’ y ‘no religiosos’, el Estado, que debe estar desposeído de toda vinculación o halo religioso, no puede privatizar ninguna religión, pues ello iría en detrimento del pluralismo característico de la democracia y del respeto recíproco que deben guardarse las personas en cuanto ciudadanos. Además, ninguna cosmovisión es dueña del espacio de la razón, sino que ésta se encuentra presente en todas aquellas que tienen al ser humano como fundamento, como dignidad incondicional y fin en sí mismo. (más…)

El papel de la religión en la esfera pública es una cuestión que ocupa el pensamiento contemporáneo ofreciéndose distintas posiciones. Antes de comenzar una detenida reflexión sobre la religión y lo religioso en la sociedad contemporánea, será útil preguntarse si la religión conforma en sí una categoría clara y distinta, si forman parte de ella todas las diversas religiones y manifestaciones espirituales y, al mismo tiempo, si la llamada vida pública es también una categoría clara y distinta al margen de la religión. Esta última cuestión es de una importancia trascendental, pues existe una opinión bastante común que considera que la presencia de la religión en el ámbito público es un problema, incluso de gravedad, pues, de ordinario, hay quienes le imputan – a la religión o a las religiones – el avasallamiento de la libertad del hombre.

Si la religión y la vida pública son categorías claras y distintas, habrá que suponer, por cierta lógica, que el ámbito natural de la primera es el privado. No obstante, si analizamos con rigor lo público, debemos averiguar si éste supone una realidad neutra en la que no tiene cabida ninguna cosmovisión o si, por lo contrario, supone una ristra diversa de cosmovisiones. Además, si tenemos presente que ninguna idea es neutra, sino que en ellas el hombre proyecta su pensamiento y su creencia respecto del mundo (Cioran, “Breviario de podredumbre”), deberemos investigar si lo público no presupone y afirma, consciente o inconscientemente, una o diversas tradiciones religiosas y, además, si lo secular es también una categoría clara y distinta caracterizada por la neutralidad o si, por lo contrario, presupone y reafirma también una o diversas cosmovisiones o religiones. (más…)

¿Tiene sentido que hablemos de sociedad y de comunidad política cuando sobre las cuestiones trascendentales de la existencia humana el diálogo más bien se transforma en un virulento ejercicio cuyo único fin es la imposición al otro de nuestras ideas? Este modo de estar los unos con los otros no es humanista, pues no se respeta ni la dignidad ni la libertad del otro ni se busca el mejor ambiente para alcanzar el bien común a través de una convivencia basada en el mutuo respeto, sino que cada uno, en vistas a su seguridad enarbola, subyugado, una ideología con la que espera doblegar a su ‘oponente’.

El mundo social es la segunda naturaleza del hombre, es el ámbito de la humanización; sin embargo, con frecuencia, se convierte en un inmenso campo sembrado de odio a causa de la defensa a ultranza de ideologías – políticas,económicas, religiosas – que no buscan el bien común, sino el dominio del otro, dando lugar a actitudes totalitarias que llegan, incluso, a florecer con facilidad en estados donde la democracia parece firmemente instituida. Pero el fin de la sociedad no puede ni debe ser ese ámbito, cultural, donde la humanidad reste separada en facciones, sino que debe representar la suprema forma de convivencia humana dispuesta para la única acción razonable de la existencia del ser humano: la consecución del bien común en la que el sujeto logra su autorrealización a partir del desarrollo de sus proyectos personales. (más…)

Fanatismo religioso (I)

Publicado: 21 julio, 2014 en Derechos humanos, Religión

 convento franciscano siriaEl derramamiento de sangre tiene todos los días su espacio en los inforrmativos de televisión, en las páginas de los rotativos y en las redes sociales. Enfrentamientos humanos que tienen su raíz en alguna variante de fanatismo. La religión, que es la virtud moral que inclina a la persona a ofrecer a Dios todo el amor (Aquino, “Suma Teológica”, II-II, q. 57, a. 1, ad 3) en cuanto creador, y al prójimo por amor a Él, tampoco se libra de convertirse en instrumento del fanatismo. En nombre de Dios hay hombres que siegan la vida a otros y todo ello porque la fe deja se ser pensada y repensada como camino de amor hacia la verdad para convertirse en el enjambre de odio hacia aquellos que experimentan un modo de vida distinto y, a su juicio, contrapuesto a una creencia asimilada con férrea literalidad.

El dogmatismo no admite variación alguna con el aporte de una nueva idea basada en el diálogo, sino que excluyente sitúa al fanático por encima de la persona del otro y no dudará de exterminarla si la literalidad con la que experimenta su fe se lo hace ver así. Con inusitada frecuencia olvidamos que la verdad se busca y que no se posee; sin embargo, nos esforzamos por imponer a los demás nuestro modo de apreciar la realidad en lugar de ofrecer argumentaciones que estimulen a abrazarlo si la libre voluntad e inteligencia lo consideran. Así, cuando el fundamentalista no puede conducir el pensamiento ajeno su furibundo odio le conduce a cometer el mayor agravio posible, la muerte de un semejante, pues lo único que entiende del otro es que es su infierno cuando, en realidad, es su paraíso – bien común –. (más…)

Política y religión

Publicado: 29 abril, 2014 en Política, Religión

libroLa realidad del hombre tiene un alcance ontológico. En su existencia se manifiesta de manera fundamental y principal el sentido del ser. “El sentido del ser se manifiesta manifestando el rostro del hombre” (Paul Ricoeur, “Fe y filosofía. Problemas del lenguaje religioso”); la realidad misma, desde una componente ontológica, teleológica y escatológica, muestra el vínculo entre el ser del hombre y el ser de todos los entes, el Ser en sí. El ser humano no sólo descubre que él no es el origen del sentido, sino que el sentido le es dado. La existencia alcanza su sentido cuando el hombre se descubre a sí mismo teniendo que ser con la exigencia, siempre, de tomar una decisión para dotar de coherencia y significado su existencia en vistas a un determinado fin último que, de necesario, se entiende como aquello que es lo mejor para la vida de uno. Sin embargo, si bien no existe una universal coincidencia en señalar qué o quién es ese sentido al que todos nos inclinamos por naturaleza, no existe persona que gobierne su existencia al margen de una u otra cosmovisión.

La existencia del sentido se vislumbra, también, en esa objetiva unidad del mundo cuyo conocimiento es necesario para gobernar la vida con criterio y no caer en la vivencia de la nada del ser. Hoy, padecemos cierto pragmatismo a la hora de enfrentar la propia existencia, lo que nos dispone en una cotidiana velocidad que nos hace susceptibles de aferrarnos más a una simple supervivencia que a una vida buena en la que se despliega, inconmensurable, el valor absoluto de toda persona. En efecto, parecemos sujetos más bien productores y consumidores subyugados a una ideología, que sujetos realmente libres dispuestos a gobernar nuestra propia existencia, con la dificultad que ello conlleva, del modo más naturalmente humano. Así, cuando se expresa, por ejemplo, que una sociedad no tiene una religión oficial puede correrse el peligro de perder de vista el sentido absoluto y trascendente del ser del hombre, cuestión que no es baladí, pues el hecho de que todo hombre abrace un sistema de pensamiento – ideas – es una necesidad intrínseca que se desprende de la empírica constatación de que la existencia consiste, sustancialmente, en conducirse según un plan muy determinado. (más…)

“La sumisión a una autoridad poderosa es uno de los caminos por los cuales el hombre escapa a sus sentimientos de soledad y a sus limitaciones. En el acto de la entrega, pierde su independencia e integridad, como individuo, pero gana la sensación de verse protegido por un poder inspirador de miedo del cual, por así decirlo, llega a formar parte. En la teología de Calvino hallamos una vivida pintur…a del pensamiento teísta autoritario. «Pues yo no lo llamo humildad —dice Calvino—, si se supone que nos queda alguna. .. No podemos pensar acerca de nosotros, como debiéramos pensar, sin despreciar totalmente todo lo que pueda ser excelente en nosotros. Esta humildad es la franca sumisión de una mente abrumada por el fuerte sentimiento de su miseria y pobreza; pues tal es la uniforme descripción de ella en la palabra de Dios». La experiencia que Calvino describe aquí, la de despreciar todo cuanto hay en uno mismo, de la sumisión de la mente abrumada por su propia pobreza, es la misma esencia de todas las religiones autoritarias, ya estén envueltas en lenguaje secular o teológico. En la religión autoritaria. Dios es el símbolo del poder y la fuerza, es supremo, porque tiene un supremo poder, y el hombre, en yuxtaposición, es totalmente impotente […] (más…)

La vida practica del hombre, por experiencia, se traza en el ejercicio del bien. Lo bueno y valioso por sí mismo es la demanda de la naturaleza ontológica de la persona. Por tanto, el bien deviene un ‘deber’ en la medida en la que una voluntad racional percibe dicha demanda que, transformándola en acción, – cumplimiento de tal bien – le permite alcanzar la plenitud. El bien, en consecuencia, no es fruto de un deseo desordenado hacia los bienes materiales ni de una arbitraria y opinable elección, sino que pertenece a la realidad misma del ser.

Ya que el bien pertenece a la realidad misma del ser, el bien perfecto del hombre es la bienaventuranza, que responde al deseo natural de felicidad y expresa la vocación real de la persona a la posesión del bien: “¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti” (San Agustín, “Confesiones”). Sabemos que Dios es el bien sumo no por superstición, sino porque el ser en sí y el bien en sí son en realidad lo mismo y “sólo se diferencian con distinción de razón” (Tomás de Aquino, c.1 a.1). Si lo perfecto lo es en cuanto está en acto, algo es bueno en cuanto es ser. Así, pues, el bien mayor será el ser en sí, que es Dios. Y como el bien es lo que todos apetecen en cuanto es perfecto, Dios, que es el ser más perfecto, es lo máximo apetecible: “Nadie en esta vida puede ver colmados sus deseos, ni ninguna cosa creada sacia el deseo del hombre; pues sólo Dios sacia y lo excede infinitamente y, por ello, el hombre no descansa sino en Dios” (San Agustín, “Confesiones”). (más…)