La Iglesia es muy clara respecto a la homosexualidad. Podemos discrepar respecto a las formas con las que se muestra el contenido, pero no sobre éste porque hacerlo sólo pone en evidencia el retroceso moral e intelectual de la sociedad. La existencia y la realización del hombre, en cuanto que creatura, sólo puede entenderse en relación con Dios, que crea a su imagen y semejanza al hombre, a la mujer y a la unión del hombre y la mujer. Estas tres realidades humanas manifiestan la imagen de Dios y alcanzan su plenitud en cuanto reflejan a Aquel de quien son imagen.
Los derechos del hombre no son fruto de una conquista ni de una interpretación determinada de lo que puede ser el hombre, sino que la dignidad, que es el tema central que nos ocupa por las declaraciones de monseñor Reig Plà, es una verdad derivada del modo de ser humano, cuyo fundamento ontológico es el absoluto. No es el hombre, por tanto, quien establece, arbitrariamente, su propia dignidad, sino que ésta es incondicional en cuanto que el hombre es obra de una realidad absoluta que lo configura como un fin en sí mismo y digno radicalmente ante los demás. Cuando se niega a Dios la dignidad del hombre queda desprovista de fundamentación. Es en este momento cuando los derechos deben ser conquistados o construidos porque es el propio hombre, según su voluntad, quien los configura. Y ya sabemos qué acontece cuando los derechos restan al gobierno del ser humano, que se trata a la persona como un medio – un instrumento – y no como un fin, que es lo querido por Dios al crearlo a su imagen.
Cuando se desnuda la idea de dignidad humana de fundamentación absoluta; cuando no se reconoce que el valor incondicional del hombre emana de ser creado a imagen de Dios, que es la Persona radicalmente superior de la que todos dependemos y gracias a la cual somos honorables ante los demás el fundamento de la dignidad se otorga a una realidad contingente de la que no depende ontológicamente el ser humano y que no garantiza, consecuentemente, la respetabilidad incondicional de los derechos. No se pueden proclamar los derechos humanos de modo incondicional cuando se niega el fundamento absoluto del que emanan. Sólo es posible llenarlos de falso contenido según el consentimiento al que llegue cada Estado o sociedad según determinados principios siempre positivistas y utilitaristas. Desde esta premisa los derechos descansan en una fundamentación relativa pero nunca absoluta. La dignidad – y los derechos – será inviolable cuando se entienda que el hombre es un fin en sí mismo; un fin ordenado a Dios, en quien halla su destino supremo según una muy determinada forma de vida inscrita en su naturaleza ontológica.
El hombre es un fin en sí mismo ordenado a Dios. La verdadera libertad moral consiste en la realización de este fin según un muy determinado modo de vida. Es por esta razón que se dice que la moral es el arte de vivir bien, es decir, como es propio de un hombre y de una mujer. Que lo que uno debe ser se alcanza según una muy determinada forma de vida responde a que el hombre realiza su proyecto personal en cada acción libre. Es por esta razón que no está asegurado el buen uso de la libertad, porque uno puede ir en contra de lo querido por Dios, de aquí que la persona que practica la homosexualidad cambia su opción fundamental por falta de voluntad, por ser esclavo de sus tendencias. Lo peor para el hombre es cuando esas inclinaciones no sólo no son reprimidas sino que son exaltadas.
La experiencia muestra que no todo lo deseado es bueno, que la persona experimenta una especie de desarmonía entre lo que apetece y lo que realmente es bueno, que es lo que acontece en la persona que vende su cuerpo por dinero o el que se desvive por relaciones sexuales con personas de su mismo sexo. El problema ético contemporáneo reside en esta ausencia de sentido moral de las acciones libremente decididas y elegidas. Sin embargo, aunque se piense que las acciones son relativas reside en ellas una naturaleza moral en cuanto que el hombre se presenta como sujeto responsable. De este modo, cuando se elimina por distintas razones el carácter moral de las acciones se obra moralmente mal por el hecho de eliminar de la finalidad todo examen de conciencia y toda crítica racional. La intención por la que se repudia la moral no es otra que negar la existencia de un bien último requerido por la voluntad y previamente captado por la razón. Si el fin de la inteligencia es el ser en cuanto verdadero, el de la voluntad es el ser en cuanto bueno en razón de su verdad y bondad ontológica. De este modo, en palabras del Aquinate, las cosas no son buenas porque son queridas, sino que son queridas porque son buenas. Concluyendo que Dios es el bien deleitable, mientras que los demás bienes sólo lo son con respecto a aquel fin hacía el que deben conducir, Dios.
Dios, no sólo es fundamento del ser del hombre sino también destinación de su obrar. El hombre, al ser creado ontológicamente para ser un fin en sí mismo – una dignidad incondicional – halla en su estatuto ontológico la razón de su existencia, que es ser lo que debe ser según una muy determinada forma de vida, libremente elegida, cuya última instancia ante la que responde es Dios. De este modo el derecho del hombre es inviolable en cuanto que su fundamento y destino es Dios en quien halla su felicidad absoluta según su naturaleza ontológica.
La caridad cristiana prohibe «atacar» a las personas pero no reprobar sus malas conductas. Como acontece con la homosexualidad.
Vivimos en una época relativista que no quiere oír la verdad y por eso reduce la moral a nada interpretándola libremente. Puede que no agraden las palabras de este obispo, puede que no sean las más dulces tal y como las expresa, pero en el fondo dice una verdad inapelable y no es otra que el hombre sólo puede comportarse de un modo para respetar y hacer florecer su dignidad.
Zapatero ha hecho un buen trabajo con muchos españoles subyugados a su ideología inmoral. Este señor no ha dicho nada que no haya dicho siempre la Iglesia y el sentido común. La vida es vida siempre y las relaciones interpersonales que conducen al matrimonio y a fundar una familia son siempre entre un hombre y una mujer.
Muy de acuerdo con Jaume. Una cosa es respetar a las personas en cuanto personas y otra bien distinta aceptar y tolerar lo inmoral. Si algo es inmoral, como la homosexualidad, y por inmoral contraproducente, hay que decirlo. Y punto.
La verdad, muchas gracias por este escrito. Es maravilloso para entender quién es el hombre.
Muchas gracias.
Saludos Mateu y Álvaro, muchas gracias a vosotros.
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