“¿Qué sé sobre Dios y la finalidad de la vida?”. Esta pregunta fue escrita el 11 de junio de 1916 en el frente, durante la primera guerra mundial, en el cuaderno de apuntes de un joven soldado de 27 años de nombre Ludwig Wittgenstein. Aquella pregunta expuesta bajo el sonido metálico de la artillería debería ser motivo de reflexión para el ateo más frívolo y para todo cristiano. “Bueno y malo dependen, de algún modo del sentido de la vida. Podemos llamar Dios al sentido de la vida, esto es, al sentido del mundo. Y conectar con ella la comparación de Dios con un padre. Pensar en el sentido de la vida es orar. Creer en Dios quiere decir comprender el sentido de la vida. Creer en Dios quiere decir ver que con los hechos del mundo no basta. Creer en Dios quiere decir ver que la vida tiene un sentido. Sea como fuere, de alguna manera y en cualquier caso somos dependientes, y aquello de lo que dependemos podemos llamarlo Dios…”.
Wittgenstein murió el 29 de abril de 1951 con el deseo último de recibir un funeral católico. Quién ha leído la obra de Wittgenstein sabe bien que el pensador austríaco nunca hablaba por hablar. Siempre decía que era preferible responder siempre con otra pregunta que con un juicio que pudiera ser, en algún momento, rebatido. Su deseo de morir cristianamente no responde al deseo febril de un doliente, sino al deseo de alguien que supo responder a ¿qué sé sobre Dios y la finalidad de la vida? Tras el Tractatus, único trabajo que quiso publicar en vida, dijo “mi trabajo consta de dos partes. La expuesta en él (Tractatus) más todo lo que no he escrito. Y es esta segunda parte precisamente la que es más importante”. Sólo mediante esta explicación se puede entender la raíz de la ética wittgensteiniana: el sentido de la vida.
Sobre el sentido de la vida – que en su primera etapa es denominada bajo el término de lo místico – ni la filosofía ni la ciencia, en tanto que discursos elaborados por el lenguaje humano – limitado – pueden pronunciarse con rigor. Lo bueno – la felicidad, que es el fin de la vida par Wittgenstein – no guarda ninguna relación con los hechos del mundo, y por tanto el lenguaje no puede orientarnos hacia el bien. Para poder hablar con más propiedad sobre el bien Wittgenstein se sirve de términos neotestamentarios para expresar cuál es la máxima concreción de lo ético. “Cuando algo es bueno, también es divino. Extrañamente sí se resume mi ética. Sólo lo sobrenatural puede expresar l Sobrenatural. Lo bueno es lo que Dios manda. Dios Hijo – o la palabra que procede de Dios – es lo ético”. En la teología cristiana el Hijo revela al Padre como lo ético expresa lo divino. De este modo, para comprender el sentido de la vida sólo nos queda vivir en concordancia con Dios-Hijo: realizar e bien que Él nos ha mostrado con su vida y su muerte en la cruz.
Ludwig Wittgenstein tenía tendencias homosexuales. Durante su vida tuvo momentos de excesiva promiscuidad, aunque siempre intentó vivir la castidad. Por eso era una persona que amaba la soledad – incluso meditó la posibilidad de ser religioso –, para alejarse del contacto sexual fácil. Para él el cristianismo era “la descripción de algo que realmente tiene lugar en la vida humana. Porque la conciencia del pecado es un suceso real; y también lo son la desesperanza y la salvación a través de la fe”. “El cristianismo no se basa en una verdad histórica, sino que nos da una noticia histórica y dice: ¡ahora cree! Pero no cree esta noticia con la fe que corresponde a una noticia histórica, son cree sin más y esto sólo puedes hacerlo como resultado de una vida”.
Wittgenstein era eminentemente místico, de ahí que no tuviera la necesidad de escribir sobre Dios ni sobre su experiencia espiritual: “la esencia de la religión no depende en absoluto de una teoría, ni de si las palabras son verdaderas, falsas o sin sentido”. Esta sentencia es similar a la del Maestro Eckhart: “¿Cómo debo entonces amar a Dios? No lo amarás tal y como es: no como un Dios, no como un espíritu, no como una persona, no como una imagen, sino como el uno absoluto y puro. Y en este uno nos hundiremos de la nada a la nada, y que Dios nos ayude”. Siguiendo el Tractatus Wittgenstein se ocupa de Dios al no describirlo ya que tiene claro de lo que es posible pensar y hablar de lo que no lo es.
Que Wittgenstein era un hombre de profunda religiosidad lo demuestra una anécdota que recoge Drury en Algunas notas sobre conversaciones con Wittgenstein: “Me comentó que durante una época había comenzado cada día orando el Padre nuestro”. En Diarios secretos el propio filósofo austriaco dice: “Cierto es que el cristianismo representa la única vía hacia la felicidad” o “El Antiguo Testamento visto como el cuerpo sin cabeza; el Nuevo Testamento: la cabeza; las Epístolas de los apóstoles: la corona sobre la cabeza. Cuando pienso en la Biblia judía, el Antiguo Testamento solo, quisiera decir: a este cuerpo le falta (todavía) la cabeza. A este problema le falta la solución. A estas esperanzas, el cumplimiento”. También dice: “La fe religiosa y la superstición son muy diferentes. Una surge del temor y es una especie de falsa ciencia. La otra (la fe) es un confiar”.
Rhees en Recuerdos de Wittgenstein señala que “una vez Wittgenstein recibió una carta de un viejo amigo de Austria, un sacerdote, quien le expresaba su deseo de que su trabajo marchara bien, ‘si Dios quiere’. Wittgenstein dijo: “Eso es todo lo que deseo; si Dios quiere. Bach escribió en la primera página de su Orgelbuchlein, ‘para la mayor gloria del Señor, y que mi prójimo pueda beneficiarse de esta obra’. Eso es lo que me hubiera gustado decir acerca de mi trabajo”.
Bibliografía
Investigaciones filosóficas. Ludwig Wittgenstein.
Tractatus Lógico-philosophicus. Ludwig Wittgenstein. Ed. Crítica
Diarios secretos. Ludwig Wittgenstein. Alianza Editorial.
Los textos fundamentales de Ludwig Wittgenstein. Greg Brand. Alianza Universidad.
Las variedades de la experiencia religiosa. William James. Ediciones Península.
Religión y relativismo en Wittgenstein. Joaquín Jareño. Ariel.
Lenguje, magia y metafísica (el otro Wittgenstein)” Librerías Prodhufi.
William Warren Bartley III, en su obra «Wittgenstein» afirma que «Si la actitud de Wittgenstein, pues, respecto de la religión no fue la de un critico, tampoco fue, ni mucho menos la de un defensor. Hizo bien patente que él ni sostenía las doctrinas religiosas tradicionales ni entendía siquiera, en muchos casos, lo que querían decir.» Pag.179 ed.Cátedra 1983
La base religiosa del pensamiento de Wittgenstein es incuestionable, basta ver sus anotaciones. Wittgenstein refleja una claridad que ya quisieran muchos teólogos. Brillante entrada.
Hola. Wittgenstein siendo miembro de una de las familias industriales más ricas de Viena, se desprendió de su millonaria herencia para socorrer a artistas y poetas (entre ellos a Rilke); fue ayudante de jardinero en un convento de las afueras de Viena; tuvo en varias ocasiones intenciones de hacerse sacerdote y de ingresar en un monasterio como monje; vivió absolutamente solo, durante largas temporadas, en una aislada casa de montaña en Noruega; al volver a la Universidad de Cambridge como catedrático, llevó una vida austera y con escasas relaciones sociales… Quizá con todo ello aquel genial lógico y filósofo intent;o mostrar lo bueno, sin explicarlo ni justificarlo con vanas e insustanciales doctrinas éticas.
Wittgenstein, excelente filósofo, lógico y matemático del siglo XX, era un hombre de profunda misticidad. En él se observa eso que se denomina teología negativa. Era un hombre de gran fe como Tolstoi y Dostoievski.
En la filosofía de Wittgenstein el concepto de lo místico no tiene este sentido de acontecimiento extraordinario; lo común al sentido Wittgensteiniano y al corriente es, en primer lugar, referirse a una experiencia que no se puede transmitir adecuadamente con palabras, y, en segundo lugar, referirse al mundo religioso; lo que le separa sería, en primer lugar, que no es la experiencia de Dios como tal, no es una experiencia en la que se nos muestre Dios en su aspecto propio (no es un ver a Dios), y, en segundo lugar, que es una experiencia frecuente, es una experiencia que muchas personas tienen. En su “Conferencia sobre ética” describe varias vivencias que nos relacionan con lo místico:
“creo que la mejor forma de describirla es decir que cuando la tengo me asombro ante la existencia del mundo. Me siento entonces inclinado a usar frases tales como “Qué extraordinario que las cosas existan” o “Qué extraordinario que el mundo exista”;
“se trata de lo que podríamos llamar la vivencia de sentirse absolutamente seguro. Me refiero a aquel estado anímico en el que nos sentimos inclinados a decir: Estoy seguro, pase lo que pase, nada puede dañarme”.
“Cuando hablamos de Dios y de que lo ve todo, y cuando nos arrodillamos y le oramos, todos nuestros términos y acciones se asemejan a partes de una gran y compleja alegoría que le representa como un ser humano de enorme poder cuya gracia tratamos de ganarnos, etc., etc. Pero esta alegoría describe también la experiencia a la que acabo de aludir. Porque la primera de ellas es, según creo, exactamente aquello a lo que la gente se refiere cuando dice que Dios ha creado el mundo; y la experiencia de la absoluta seguridad ha sido descrita diciendo que nos sentimos seguros en las manos de Dios. Una tercera vivencia de este tipo es la sentirse culpable y queda también descrita por la frase: Dios condena nuestra conducta.”
http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiacontemporanea/Wittgenstein/Wittgenstein-LoMistico.htm
«Cómo sea el mundo, es completamente indiferente para lo que está más alto. Dios no se revela en el mundo». Tractatus lógico-philosophicus.
Hola, Opus.
¿cuál sería un buen libro para iniciarse en los misterios de Wittgenstein? ¿Recomiendas acudir directamente a sus escritos, sin más?
Saludos Jaiemarlow. Desde luego te invito a leer la bibliografía entera de Wittgenstein. Quizá puedas empezar por un pequeño libro titulado «Observaciones a la rama dorada de Frazer», en editotrial Tecnos. También pudes leer los libros citados en este artículo. Un saludo.
El «Tractatus» empieza con el conocido y apodíctico aforismo: «Acerca de lo que no se puede hablar, es preciso guardar silencio». Pero, a la luz de su pensamiento, esta prohibición no es tanto la de nombrar lo inefable, sino la de charlatanear acerca de las cosas divinas: es, por principio, un freno a cualquier discurso ateo o antiteísta, pues el ateo como tal carece de una experiencia empírica de la no-existencia de Dios. Por eso, en esa misma obra defiende la actitud mística ante aquello que nuestro discurso no puede aferrar ni dominar, porque no son «hechos» visibles y tangibles, sino valores existenciales: el sentido de nuestra vida y la noción de un Dios que determina lo que está bien o mal en nuestro actuar.
Durante su magisterio en Cambridge se desarrollaría esa faceta ya antes incoada (aunque malinterpretada por muchos autores). Se habla así del segundo Wittgenstein, el autor de una filosofía novedosa que sólo sería conocida en círculos más amplios por escritos publicados tras su muerte. Ahora el filósofo reconoce que la gente habla de religión porque ello le resulta natural, porque creer en Dios constituye un modo de vida peculiar. Quienes dicen lo que creen hablan de algo profundo -de un misterio que al auténtico filósofo le llena de admiración-, aunque la mayoría de la gente a menudo no se da cuenta de ello.
Esas expresiones no son, deice Wittgenstein, meras expresiones de estados anímicos; para entenderlas, no hay tanto que preguntarse por su significado sino por el uso que de ellas hace la persona que cree. Se trata de sentencias no verificables, porque versan de suyo sobre algo invisible (el objeto de la fe es lo inevidente), algo que no se reduce a «hechos» sensibles.
Felicidades por la entrada Opus.
Saludos Gloria, interesante e importante aportación la tuya del pensamiento del gran Ludwig. Muchas gracias.
[…] intelectual – no olvidemos que el propio Russell le definía como uno de los grandes genios – le llevó a descubrir y profesar una intensa preocupación religiosa (Cyril Barret, Ética y creencia religiosa en […]