Durante el siglo II se realizará un significativo esfuerzo para clarificar la doctrina y distinguir lo que se comprende por verdadero legado apostólico de aquellas corrientes de pensamiento que se alejan de tal legado y que serán denominadas herejías (háiresis, separación). En este período de formación de la Iglesia se reconoce la difícil tarea de establecer criterios de clarificación doctrinal, porque estos irán surgiendo, precisamente, en la confrontación que sostendrá la Iglesia frente a los distintos grupos constituidos por sectarios heterodoxos. Algunos de los principales referentes que separan la ortodoxia de la heterodoxia son la regula fidei, el conjunto de verdades basadas que, basado en la Sagrada Escritura, ha sido recibido por Tradición en la Iglesia; o el valor de la comunión de las iglesias con la Iglesia de Roma, aunque en este periodo está un poco verde el desarrollo de una teología que clarifique el primado romano.
Uno de los movimientos heterodoxos que constituyó una seria amenaza para el cristianismo del siglo I y II fue el Gnosticismo. Estaba formado por grupos reducidos constituidos en torno a una persona, hecho que dificulta una caracterización sintética de todo el movimiento. No obstante, una de sus características es que se presenta como el intento de dar respuesta a los grandes interrogantes que se plantea el ser humano sobre su identidad, su origen y su destino. También se muestra en estos grupos el interés de explicar la realidad del mal en el mundo, recurriendo a un dualismo entroncado con la antigua religión iránica. En este sentido la gnosis sería un saber de salvación para el hombre, que parte de a existencia de un Dios absolutamente trascendente, que no tiene relación alguna con la creación. El mundo habría sido creado por un demiurgo, que se apartó de Dios y que se identifica con el Dios del Antiguo Testamento; de ahí que el mundo sea malo por naturaleza. En cuanto al ser humano, este tiene un cuerpo que le liga al mundo, por esta razón trata de liberarse de la materia y de retornar al verdadero Dios. Pero esto se consigue mediante un conocimiento que sólo está reservado a los elegidos. Entre los gnósticos más destacados se encuentran Basíliades, Valentín, Ptolomeo, Heracleón, Florino, Bardesanes, Harmonio, Teodoto, Marco, Carpócrates, Epífanes, etc.
Las primeras noticias sobre el gnosticismo aparecen en autores cristianos que han combatido esta herejía a lo largo de los siglos II al IV. Muchos de estos escritos no han llegado a nuestros días, como los de San Justino; aunque otros son bien conocidos como los de Ireneo (Adversus haereses), Hipólito (Philosophumena), Epifanio de Salamina (Panarion) y Filastrio de Brescia (Liber de haeresibus). Todos estos autores no se han limitado ha transmitir las características de estos movimientos heréticos, sino que también han reproducido fragmentos de estos. Así, Clemente de Alejandría recoge los Extractos de Teodoto y Orígenes reproduce algunos Fragmentos de Heracleón. Todas estas fuentes de suma importancia se han ido enriqueciendo con los hallazgos de fuentes directas gnósticas a partir del siglo XVIII, como los manuscritos de la Pistis Sophía, Evangelio de María, Libro de los secretos de Juan, Hechos de Pedro, etc.
Uno de los mayores acontecimientos respecto al estudio del gnosticismo fue el descubrimiento en 1948 de la biblioteca copta de Nag-Hammedi en el Ato Egipto – 100 kilómetros al norte de Luxor –. Esta biblioteca la componen un total de 13 códices de papiro escritos en copto del siglo IV, en los que se recogen 52 obras gnósticas. Las más relevantes son el Evangelio de la Verdad y el Evangelio copto de Tomás. También hay que destacar varias recensiones coptas del Libro de los secretos de Juan o Apócrifo de Juan. Desde ese momento hasta la actualidad se han realizad exhaustivos estudios de estas obras con ediciones críticas y estudios valorativos para conocer con mayor aproximación el pensamiento gnóstico.
Una de las figuras dentro de la heterodoxia es, sin duda, Marción. Los Padres de la Iglesia le consideraron un gnóstico y algunos de sus rasgos doctrinales se corresponden con este pensamiento herético, no obstante hay otros rasgos que desdicen de esta clasificación. Se sabe que su padre, obispo de Sínope (Ponto, Mar Negro), le excomulgó a raíz de unos enfrentamientos con los defensores de la ortodoxia doctrinal. Hacia el año 138 viaja a Roma, donde es bien acogido por la comunidad cristiana, pero en julio del año 144 fue excomulgado por el Obispo de Roma por falta de ortodoxia. Por este motivo decide crear su propia iglesia, con una estructura casi similar a la Iglesia de Roma. Según cuenta San Justino (Apología, 25, 6) tuvo muchos adeptos y algunas de sus comunidades perduraron durante los comienzos del Medioevo. Su obra Antítesis, donde recoge toda su doctrina no nos ha llegado, así como una carta dirigida a los jerarcas de la Iglesia de Roma, en la que defendía su doctrina. Las fuentes más directas e importantes sobre Marción son los heresiólogos Ireneo y Tertuliano.
El error doctrinal más remarcable de Marción arranca de un enfoque equivocado de la Sagrada Escritura al hacer una distinción neta y radical entre el Dios del Antiguo Testamento, al que ve recto y punitivo, y el Dios del Nuevo Testamento, el Dios bondadoso de la predicación de Cristo. Como rechaza que se traten del mismo Dios rechaza todo el Antiguo Testamento y todos aquellos pasajes del Nuevo Testamento que guarden relación con el anterior. Por tanto, su Biblia se reduce al Evangelio de San Lucas y a las Cartas de San Pablo. En este sentido, A. von Harnack considera que Marción más que un gnóstico es un auténtico reformador y un instaurador del paulinismo. Cabe decir, no obstante, que los gnósticos se caracterizaban por la mezcla sincrética de ideas cristianas y paganas como ocurre en Marción, que al igual que ellos considera que el hombre y el mundo no son obra de la creación de Dios, sino de un demiurgo.
La doctrina de Marción se caracteriza por un profundo rigorismo moral de corte encratita, al repudiar la procreación y el matrimonio. Tampoco admitía que Jesucristo hubiera nacido de María, pues había tomado sólo una apariencia de cuerpo. Con ello arruinará la redención del pecado de toda la humanidad. La peligrosidad doctrinal de Marción se refleja perfectamente en un pasaje de Ireneo (Adversus Haereses, III, 3, 4) en el que narra el encuentro que tuvo el obispo Policarpo de Esmirna con Marción. Al ser preguntado por este: “¿Me conoces?”. Policarpo respondió: “Sí, reconozco en ti al primogénito de Satanás”.
Otro de los movimientos heréticos de los comienzos del cristianismo es el Montanismo, conocido también como la “nueva profecía” o la “herejía de los frigios”. Montano, su fundador, se declaró portavoz del Espíritu Santo y contaba con la colaboración de dos profetisas, Priscila y Maximila. De él sólo sabemos lo que nos ha llegado de Eusebio y Epifanio, pues todos sus escritos se han perdido. La “nueva profecía” se centraba en el anuncio del eminente fin del mundo, que según Maximila acaecería poco después de su muerte. Para prepararse para tal evento prescribían una ascesis muy rigurosa: ayunos severos, celibato, continencia sexual, generosidad en las limosnas, animar al martirio o la prohibición de huir de las persecuciones. Poco a poco esta exigencia se fue mitigando. También señalaban que la “Nueva Jerusalén” (Ap 21, 1-10) se asentaría en Pepuza o en Tymion (Frigia), donde deberían dirigirse todos los cristianos para salir al encuentro de Cristo. Cabe decir, que con la muerte de Maximila y la no llegada del fin del mundo tal movimiento fue perdiendo todos sus seguidores paulatinamente, aunque en Oriente perduró hasta el siglo IX.
Tertuliano fue el primero en emplear el término monarchiani para designar a aquellos que defendían la existencia de una monarquía en Dios, apoyados en el monoteísmo de los judíos, frente a concepciones gnósticas, que afirmaban la tesis de dos divinidades, la del Antiguo y la del Nuevo Testamento. Los estudiosos actuales aplican el mismo término “monarquianos” a los adopcionistas. El monarquianismo admite dos formulaciones: el adopcionismo y el patripasianismo. El primero tuvo lugar a finales del siglo II en Roma y fue promovido por Teodoto de Bizancio. Consideraban a Cristo un simple hombre, adoptado como Hijo por Dios, por sus méritos. El segundo tuvo mayor fortuna. Iniciado por Noeto de Esmirna, en la Roma del siglo III contaba con algunos representantes de gran notabilidad como Sabelio, que lo propagó por Egipto, y Práxeas, que hizo lo mismo por el norte de África. El patripasianismo sostenía que Dios Padre padece en la Cruz bajo la figura del Hijo, es decir, ve en Dios Padre e Hijo sólo diversos “modos” de manifestarse el Dios único; de aquí que también se llame a este movimiento “modalismo”.
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resumidad
Saludos Ana, muchas gracias por su comentario. Se agradece. Un saludo.
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Saludos Yennifer. Me alegro. Gracias por comentar.