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fraternidad

 

 

 

 

“A veces es difícil vivir la fraternidad, pero si no se la vive, no somos fecundos. El trabajo, también el “apostólico”, puede transformarse en una fuga de la vida fraterna. Si una persona no logra vivir la fraternidad no puede vivir la vida religiosa”.

Santo Padre Francisco, “¡Despierten al mundo!”.

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¿Tiene futuro el cristianismo?

Publicado: 2 septiembre, 2013 en Iglesia, Laicismo, Pensamiento

¿Tiene futuro el cristianismo? Esta es una pregunta que carece de sentido para la persona realmente creyente. No obstante, es una pregunta que cabe realizarse. En el actual momento de la historia en el que, salvo la incidencia de la actual crisis económica, gozamos de un nivel de bienestar material sin precedentes, al menos en Occidente; con una cota de libertad – por lo menos de ‘libertad para’ (ausencia de coacción) – casi irrestricta, en la que el sujeto humano ve aumentadas las posibilidades de opción respecto a la realización de su proyecto personal, y un avance científico-médico que permite a la persona gozar de un nivel de vida envidiable, podría sostenerse, con motivo, que la plenitud del hombre ya se alcanza en esta vida desestimando toda reflexión sobre la posibilidad de un devenir trascendente de la existencia humana.

Vivimos en una sociedad secularizada en la que la persona, sin dejar de ser un animal religioso, se plantea las cuestiones últimas – ¿quién soy?, ¿de dónde vengo y a dónde voy?, y ¿qué hay después de esta vida? – de un modo bien distinto a la de aquellos que le precedieron. Bajo un examen poco detallado y riguroso, podemos decir, casi sin error, que el sujeto actual vive, en general, al margen de Dios. Es indudable que este modo de vida, que podríamos designar de ateísmo, no produce verdad alguna, sino que simplemente define el estado actual de la realidad social. Éste es el tiempo, también, de la Iglesia peregrina, en la que se inserta la historia de la salvación del hombre, y ella debe saber adaptarse para no correr el peligro – no de su desaparición – que implica el aislamiento. (más…)

En estos primeros días de su pontificado Francisco porta consigo nuevos aires a la Iglesia. Sus gestos y sus palabras son el rayo de sol que se posa sobre el corazón y la mente del cristiano; nos presentan una honesta, sencilla y alegre puesta en práctica del Evangelio. Naturalmente, ni ahora ni más adelante se dará una transformación de la Iglesia, pues no es ella la que debe renovarse, sino nosotros los creyentes. El Papa ha hecho algo simple, pero que parecía difícil, abrir las trabadas puertas de la Iglesia y exhortar a los católicos a salir de la capilla e ir en busca del hombre con el anuncio del Evangelio. No es que esto no se hiciese, pero hasta ahora teníamos, más bien, una “Iglesia autorreferencial, que se reduce a lo administrativo, a conservar su pequeño rebaño”, (Rubin y Ambrogetti, “El jesuita. Conversaciones con el Cardenal Jorge Bergoglio, sj.”).

Tenemos una (oveja) en el corral y noventa y nueve que no vamos a buscar” (Rubin y Ambrogetti, “El jesuita. Conversaciones con el Cardenal Jorge Bergoglio, sj.”). En efecto, este es un error frecuente de las distintas comunidades y parroquias, al menos en Barcelona, que es la realidad de la que tengo mayor experiencia – aunque también lo he experimentado en distintas ciudades y países en los que he estado –. Existe la tendencia a recluir la fe en la vida de parroquia donde los ya convencidos se evangelizan entre sí, pero “ningún creyente puede clausurar la fe en su persona, en su clan, en su familia, en su ciudad. Un creyente es esencialmente un salidor al encuentro de otro para darle una mano” (Bergoglio, “Sobre el cielo y la tierra”). El Papa tiene clara su prioridad, una prioridad que a la vez es sencilla y humilde, nada rebuscada: la contemplación y la vivencia del Evangelio. Por eso no se cansa de repetir que la opción básica de los católicos, es “salir a la calle a buscar a la gente, conocer a las personas por su nombre […] El pastor que se encierra no es un auténtico pastor de ovejas, sino un «peinador» de ovejas, que se pasa haciéndole rulitos, en lugar de ir a buscar otras” (Rubin y Ambrogetti, “El jesuita. Conversaciones con el Cardenal Jorge Bergoglio, sj.”). (más…)

papaEste próximo jueves 28 de febrero a las 20 horas la sede de San Pedro quedará vacante. En octubre de 2003, en ocasión del vigésimo quinto aniversario del pontificado de Juan Pablo II, el entonces Cardenal Ratzinger recordaba, con el pensamiento puesto en la encíclica “Fides et ratio”, que “Si la fe no tiene la luz de la razón, se reduce a pura tradición, y con ello declara su profunda arbitrariedad”. Hoy, urge apelar a esta razón para suprimir las cataratas que afectan a la Iglesia y que alejan al cristianismo de su verdadera labor, la evangelización. Nos engañaremos si no reconocemos que la nuestra es una religión sobresaltada por el excesivo y desmesurado ritualismo, por la pose estética; una espiritualidad afectada o subordinada no en pocas ocasiones por un programa político que olvida al hombre – en especial a los más necesitados – y la justicia social en beneficio de cuestiones también importantes, pero altamente ideologizadas como son la homosexualidad y el aborto.

La Iglesia no debe renovarse. Sí tiene que renovarse nuestra vida de Iglesia, la interpretación de qué es ser católico – universal – en el mundo con el acento puesto sobre el Evangelio y la razón. Sólo así desaparecerán las dos formas predominantes en la Iglesia actual y que le restan credibilidad: el poder de la jerarquía eclesiástica y el fideísmo de una inmensa mayoría de fieles que recluye la fe en el gueto donde los ya convencidos se evangelizan entre ellos, al margen y sin entrar en diálogo con el mundo exterior y sin preocuparse por el hombre más allá de la dádiva. Y digo sin entrar en diálogo porque no son pocos quienes confunden la comunicación con el otro con esa militancia ideológica que conduce, cual francotirador, a “convertir a los infieles y pecadores, conmoviendo a los tibios” mediante el monólogo y la exigencia. (más…)

¿Cómo debe el hombre pensar en Dios? Hago pública esta pregunta interior tras la noticia más remarcable y trascendental de los últimos siglos de la historia de la Iglesia Católica: el Papa dejará el ministerio petrino tras casi ocho años como Pontífice. No voy a perder el tiempo en analizar el motivo conocido de la renuncia del Papa porque es bien claro y evidente; tampoco especularé, porque no me interesa para nada, sobre la posible existencia de otro motivo más trascendente y que, por ello, permanece oculto, porque no tengo la menor idea al respecto y, en consecuencia, no aportaría nada. Tampoco es mi intención examinar ni juzgar a la persona de Benedicto XVI, que honradamente, al examinar su conciencia, afirma que no goza de fuerzas “para gobernar la barca de San Pedro”. Pero menos aún cuando sigo el siguiente imperativo: nadie debe juzgar a nadie, a no ser que con absoluta sinceridad pudiera asegurar que, en la misma situación, actuaría de manera diferente. Sin embargo, sí quiero reflexionar, a partir de la pregunta anunciada, sobre quién es el Papa y cuál es su función en el seno de la catolicidad.

Huelga decir que el Romano Pontífice es la más alta autoridad de la Iglesia Católica. Cierto, también es jefe de Estado del Vaticano, pero este cargo es accidental a su autoridad, que no es política. No estamos ante una figura que representa el poder temporal, sino ante el vicario de Cristo en la tierra, sucesor de San Pedro, a quien el mismo Cristo ungió como el primero entre los apóstoles (Mt 16, 13-19). Remarco esto porque la opinión concreta del periodista Bill Keller, que experimenta debilidad por los “poderosos” que saben cuando deben retirarse, es ampliamente compartida. También son muchos, o todos, los católicos que, tras saber que Benedicto XVI renuncia al ministerio que el Señor le confió, muestran su “más profunda gratitud por el impagable servicio prestado a la Santa Iglesia en estos intensos años de pontificado”. Sin embargo, y sin que en ello, espero, se halle motivo alguno de crítica hacia la figura del Pontífice, recordaré ahora algo que escribí en la crónica del viaje de la Parròquia de Santa Teresa de l’Infant Jesús a Roma para asistir a la audiencia con el Papa (29 de octubre de 2003): “Sabéis, si el Papa (Juan Pablo II), hubiera renunciado a su pontificado, si hubiera ido a descansar para morir mejor, todo aquello que me habría dicho en Roma, Toronto, Polonia, Madrid… habría caído en un pozo y me sentiría traicionado, pero no es así. Lejos de esas voces que le critican, de esas voces que dicen como Andrés Trapiello, cronista del ‘Magazine’ de ‘La Vanguardia’: “un Papa, herido por la enfermedad y la vejez, se aferra con dramáticos estertores al trono de San Pedro, en un patético y público espectáculo en el que acaso hallen algunos, más que una inmolación o santidad, senilidad y desmesura”; el Papa, con su sacrificio, me mostraba más sublime que la mano de Leonardo da Vinci, el rostro perfecto de Cristo; sí, en el aula Paulo VI vi el rostro de Cristo. Vi en el Papa la expresión máxima que se puede sacar del amor. Los hombres no amamos hasta que damos de verdad y el Papa está dando amor con su vida misma”. (más…)

telegraph creu

Siempre causa asombro, al menos a este servidor, esa intención tan frecuente entre determinados católicos – y entre aquellos que la observan y juzgan desde la barrera – que suscita una – gran – renovación en la Iglesia. Pero, ¿ésta institución debe obrar dicha reforma? Si tenemos fe, afirmamos que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica, y que estos atributos, intrínsecos, no proceden de ella misma, sino de Cristo mediante el Espíritu Santo. Es cierto, y a la experiencia me remito, que en ocasiones, y no más bien pocas, la verdad, sino desconocida, resta oculta a los hombres, ya sea por un periodo de tiempo corto, largo o perpetuo. También es cierto que si la Iglesia es una, en ella vive la diversidad humana cuyos diversos modos de vida, afectados por la condición natural al pecado, pueden amenzar el don de la unidad que viene medida por el amor. Dicho esto, parece, al menos para la razón, que no es la Iglesia y, por ello, las cosas sagradas, la que debe ser cambiada por el hombre, sino que es éste quien debe dejarse renovar por el Paráclito del Señor.

La Iglesia no puede cambiar, sino que son los creyentes – también y sobre todo las personas ordenadas en el ministerio sacerdotal – que, en la medida en la que reciben el don de la fe, deben dejarse iluminar por una doctrina, simple y nada ritualista, que sostiene un fundamento estable: el misterio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, Hijo de Dios, mediante el cual, el hombre alcanza la salvación y la plena comunión con el Absoluto. Esta y ninguna más es la unica y absoluta verdad de la Iglesia. No hay más, esto es simple y llanamente el cristianismo. Así, el hombre no puede hacer que ella vaya hacia un lado o hacia otro, sino que debe descubrir esta mencionada realidad, de lo contrario, por muy deboto que uno se considere, no logrará la afirmación de la persona en sí misma que exige el amor, cuyo modelo es la vida de Jesucristo. (más…)

¿Celibato sí o celibato no?

Publicado: 12 diciembre, 2012 en Iglesia

celibatoEn Italia las redes sociales No hablan de otro asunto, un joven pastor abandona el sacerdocio por el amor de una mujer. El debate está servido: ¿celibato sí o celibato no? Desde luego, este tema es propicio en un tiempo, el actual, en el que no abundan, precisamente, las vocaciones al ministerio sacerdotal. Ciertamente, habrá quien critique sin previo análisis la decisión del presbítero calabrés; no obstante, debe respetarse y aplaudirse por la valentía de seguir la voz de su conciencia, por no ocultar la verdad y refugiarse en el silencio que conduce a la hipocresía de aquellos, pocos o muchos, que, en la oscuridad de la sacristía, mantienen una vida bien distinta a la mostrada a sus feligreses.

El celibato concierne a dos dimensiones propias del ser humano, la sexualidad y la libertad. La sexualidad no es una realidad más o menos importante, tampoco se reduce a un aspecto exclusivamente físico, biológico o psicológico, sino que abraza todas las dimensiones de la persona humana en la unidad de su cuerpo y de su alma; es, por tanto, el modo de ser de la persona en el mundo: varón o mujer. El ser humano es un ser sexuado, la sexualidad es su forma de ser, hacer y estar en el mundo. De este modo, debe entenderse como una realidad inseparable del sujeto que se refiere, sobre todo, al amor y, con ello, a la apertura de la vida. Por otro lado, no se reduce a la capacidad de engendrar o al disfrute de ella junto a la persona querida, pero tiene que ver con ello y mucho, en cuanto que son dos consecuencias que se desprenden de la sexualidad humana, que es “la capacidad de expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y –mediante este don– realiza el sentido mismo de su ser y existir” (Juan Pablo II, “El significado esponsalicio del cuerpo humano”, alocución del 16 de enero de 1980). (más…)

Leo que el arzobispo de Toledo atribuye el descenso de la fe en los jóvenes a la transmisión de una idea falsa de Dios. Si esta fuese la razón los jóvenes no serían descreídos sino idólatras, pues creerían en un dios ficticio al que se presenta bajo la apariencia de verdadero. Monseñor Braulio Rodríguez añade en la revista Padre Nuestro que «nosotros, los católicos, muchas veces tenemos la culpa al no haber sabido transmitir bien la fe, el Evangelio y la persona de Jesucristo, sin duda«. Si con esto quiere decir que no siempre somos verdaderos testimonios de Cristo, tiene toda la razón. Como ya dije recientemente, alguno pretende más ser visto como católico que vivir realmente como católico. Desde luego, si los demás no ven en nosotros a Cristo cómo queremos que le conozcan.

¿La evangelización de los Jóvenes es una emergencia? Creo que Dios no tiene prisa alguna. Si hay una emergencia, más bien una necesidad, es que los creyentes sean verdaderos testimonios de Cristo. Si un padre quiere transmitir la creencia en Dios a su hijo no sólo debe saber porqué cree, sino que su creencia debe traducirse en una muy determinada forma de vida que permita que el mundo sea manifestación visible de lo sagrado, de manera que esta proximidad permita al hijo dejarse renovar por lo santo. De lo contrario, si la fe sólo es una cuestión estética o el mantenimiento sin trascendencia de una tradición el hijo nunca tendrá un motivo fundamental para ser su continuador, para vivirla con fertilidad en lugar de escoger la contingencia como sucedáneo de Dios. (más…)