El hombre no puede desentenderse de la cuestión sobre el sentido de la vida por el hecho axiomático de que se encuentra, en todo momento, ante la necesidad de tener que hacer algo, de tener que ser. La existencia humana se halla siempre ante una decisión (Heidegger, Ser y tiempo), la de elegir en todo instante la forma de su vida (Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo), que no puede ser cualquiera, sino aquella que hace que uno sea quien debe ser, su yo pleno. En el Tractatus Wittgenstein dice con acierto que “incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida no habría sido penetrado”. Ciertamente, aunque el hombre tiene una irrestricta capacidad de abrirse al conocimiento de la realidad su entendimiento encuentra que nunca tiene una seguridad última sobre el mundo y sobre sí mismo.
Cuando Wittgenstein afirma en el Tractatus que “la solución del problema de la vida está en la desaparición de este problema” nos dice, realmente, algo sumamente importante, “hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra a si mismo; esto es lo místico” (lo sagrado en Mircea Eliade y Paul Ricoeur), que recuerda a Pascal cuando afirma que “hay que saber dudar donde es necesario, asegurarse donde es necesario, sometiéndose donde es necesario. Quien no lo hace no escucha la fuerza de la razón. Los hay que pecan contra estos principios: o bien aseverándolo todo como demostrativo, por no entender de demostraciones; o bien dudando de todo por no saber dónde hay que someterse; o bien sometiéndose a todo, por no saber dónde hay que juzgar” (Blaise Pascal, Pensées, 268). Sin duda, la vida es difícil, de complicada comprensión, pues en todo momento nuestra razón tiene que confiarse a esa inteligencia que nos lleva e impulsa a nosotros y al mundo, pensándola y manifestándola continuamente como el fundamento firme sobre el que podemos ser quienes debemos ser y en el que la vida misma, que no se comprende por sí misma, goza de pleno sentido. No obstante, es preciso señalar que aunque nos encontrásemos ante la verdad última dudaríamos de ella, pues lo que nos empuja realmente a creer es el consentimiento de nosotros con nosotros mismos, con nuestra conciencia.
“De lo que no se puede hablar, mejor es callarse” (L.Wittgenstein, “Tractatus Logico-Philosophicus”). Ciertamente, la idea de que la vida carece de sentido y finalidad no se encuentra en la realidad misma, sino en la percepción subjetiva que determinada persona tiene de la existencia. Hay una verdad objetiva. Pascal, entre otros, considera que la búsqueda de esta verdad se recorre por el camino que revela el Evangelio. La unidad de la fe y la razón no es sólo concebible, sino que es el único camino seguro contra todos los errores: intellego ut credam, credo ut intellegam. “Es necesario comprender para creer, pero es necesario creer para comprender” (Paul Ricoeur, “»La symbolique du mal»). Por otro lado el escepticismo sólo es una postura ante la vida, pero no una manifestación de la realidad, pues entre todo lo que puede ser o es incierto hay algo que no sólo es cierto, sino que es el fundamento de toda la realidad, a la que podemos ordenar debidamente en un sistema llamado universal, de aquí que se pueda expresar que Dios está en el principio de la reflexión de un creyente y al final de las investigaciones de un científico. Es decir, y en palabras de Heisenberg, hay en el mundo un orden central que no sólo existe, sino que impulsa.
“Las leyes físicas hablan del mundo… se muestra una ley de causalidad” (L. Wittgenstein, “Tractatus…”) que demuestra lo que dice el Estagirita, que la acción que tiende a un fin está presente en todas las cosas que llegan a ser y son por naturaleza, y que todo se dirige a un fin en el que halla su dependencia y plenitud. Es decir, “el mundo es independiente de mi voluntad” (Wittgenstein, “Tractatus…”), yo no le confiere sentido ni la verdad depende de mi conocimiento, sino que hay una realidad ajena a mí y al mundo mismo que es la razón de la causalidad, de que todas las realidades – el mundo y el hombre – remitan a ella como su fundamento necesario y su explicación más radical. Así, la vida no sólo es una evidencia, también es un acto dotado de sentido que impulsa al hombre a buscar su causa, el fundamento firme sobre el que el hombre permanece y es en plenitud.
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Me ha fascinado esta entrada y como la has tejido mediante el pensamiento de Wittgenstein, un autor que hace un tiempo al que sigo atentamente con la lectura de sus libros, si bien el Tractatus es, de ellos, el más misterioso de todos para mí, y del cual no alcanzo a comprender bien su trasfondo… gracias.
Saludos Pablo, me alegro que le haya agradado la lectura. Sin duda el Tractatus es de las obras, para no decir la obra, filosófica más enigmática de las que existen. Gracias por su comentario.
«… la conciencia es un estado mental en el que se tiene conocimiento de la propia existencia y de la existencia del entorno. La conciencia es un estado mental o, dicho de otro modo, si no hay mente no hay conciencia; pero un estado mental particular, puesto que se halla enriquecido con una percepción de organismo particular en el que funciona la mente, y ese estado mental incluye el conocimiento de que tal existencia está ubicada, de que hay objetos y acontecimientos a su alrededor.» [Antonio Damasio «Y el cerebro creó al hombre» pg. 241]
O, dicho de otro modo, la subjetividad es una característica fundamental de un individuo con mente que se encuentra inmerso en una realidad objetiva y que es capaz de percibir esta realidad y a si mismo como diferenciado en ella. La existencia de una Verdad Objetiva, que se defina como no perceptible, es una elaboración de la propia mente, una imagen, que no puede ser comprobada y, por lo tanto, no podemos saber si existe.
La realidad es constante e ineludible, existe, por lo que no necesita de fundamentos ni justificaciones para su existencia sino que, más bien, es la «piedra de toque» donde se pueden comprobar lo que existe, ya que tiene efectos comprobables en la realidad, o no se sabe si existe, ya que no tiene efectos comprobables en la realidad.
En cuanto a la causalidad es un asunto complejo ya que, aunque indudablemente podemos hablar de causas como simplificación adecuada en los casos en que es posible el «ceteris paribus», conceder la existencia de una «ley» o «principio» de causalidad es excesivo ya que no siempre existen causas, en parte porque estas sólo se dan en presencia de materia y tiempo y en parte porque lo habitual es que existan interacciones en las que la causa es modificada por su propio efecto.
Saludos Cayetano, muchas gracias por su comentario.
Respecto a «conceder la existencia de una “ley” o “principio” de causalidad es excesivo», ¿usted cree que sin la existencia de principios y de causas últimas sería factible la ciencia misma?, ¿explíqueme, si es tan amable, cómo podríamos hablar de teorías científicas, es más, cómo podríamos experimentar sino existiera un orden en el cosmos…?
Muy interesante esta entrada del blog.
Saludos Ferran, muchas gracias por su comentario.
La existencia de un «principio» de causalidad requeriría que todo tuviera una causa pero esto no es así, las causas desaparecen cuando desaparece el tiempo lo que ocurre, por ejemplo, en todos los modelos cosmológicos con una elevada (p.e. Hawkins) o ninguna masa (p.e. CCC de Penrose), también desaparecen en modelos cuánticos (por debajo de los efectos de la gravedad) y también ocurre en los casos de interacciones mutuas (p.e. modelos gravitacionales), … Que la ciencia busque causas no significa que siempre existan causas, de hecho creo que lo he dejado bien claro en mi anterior intervención, la existencia de una causa es una simplificación útil para casos sencillos pero, dado que ni siempre hay una causa, ni la causa es única, ni se puede hacer una regresión de causas (y si se pudiera no veo inconveniente para que fuera infinita) no podemos hablar de «ley» o «principio». De hecho, en sentido estricto, no existe ninguna ley en ciencia, es sólo un termino decimonónico incorrecto que se emplea por costumbre, aunque si existen algunos «principios» que es como se conoce a algunas observaciones que se han demostrado como correctas en la realidad pero no se conoce una forma de concluirlas a partir de otras (p.e. principios de la termodinámica).
Existe o no existe un «orden» dependiendo de lo que se entienda como «orden», lo que hay, en sentido estricto, es una serie de correlaciones entre magnitudes y una serie de patrones observados que se producen con regularidad en determinadas condiciones de entorno, que suponemos que se van a mantener constantes en esas condiciones y que esperamos que cambien al variar las condiciones de entorno; si esto se entiende como «orden», pues bien, pero siempre que se comprenda que este «orden» es una impresión subjetiva del observador ante un patrón objetivo observado en la realidad cuya capacidad predictiva depende de la exactitud en la comprensión del fenómeno. Esto último es, precisamente, lo que es una teoría científica, una explicación de una realidad observada que nos permite realizar predicciones con un determinado grado de exactitud, cuanto más exacta la predicción más confiable es la teoría y cuantas más hipótesis derivadas con la intención de falsarla han resultado correctas más sólida es.
Saludos Cayetano.
Ciertamente, «una explicación de una realidad observada que nos permite realizar predicciones con un determinado grado de exactitud, cuanto más exacta la predicción más confiable es la teoría y cuantas más hipótesis derivadas con la intención de falsarla han resultado correctas más sólida es», pero, para eso es necesario un orden central, los primeros principios y las causas últimas de la realidad, de lo contrario, insisto usted no podría hacer ciencia.Es más, es el hecho de que hay un orden, unos principios, unas leyes universales que la ciencia descubre que nació la ciencia, principalmente entre creyentes.
Bueno, yo no lo veo tan claro máxime cuando la predominancia de no-creyentes entre los científicos de ciencias «duras» ronda el 93% (Cifras de la Academia de Ciencias Norteamericana)
En cuanto al nacimiento de la ciencia (y estoy hablando del método, de la ciencia como se conoce hoy en día), para mi, hay dos hitos importantes, Hume y Darwin-Huxley, ninguno de ellos creyente.
Saludos Cayetano, me refería a que el nacimiento de la ciencia arranca de la idea cristiana de causalidad. Desde Kepler a Galileo, de Newton a Boyle, Pascal, Bacon, Faraday, Descartes… etc y así hasta la actualidad con cristianos declarados como Francis Collins, E. Theo Agard, Thomas Barnes, John Baumgardner, Kimberly Berrine, Choong-Kuk Chang, Chang-Sik, Ken Cumming, Douglas Dean, Don DeYoung, Jason Lisle, John Meyer y un largo etc. Gracias por comentar.
Popper, en «La lógica de la investigación científica» afirma algo que viene a cuento de lo que decís los dos (Cayetano y Joan). Dice que nosotros «sólo adivinamos. Y nuestro adivinar está guiado por la fe metafísica, no científica (aunque biológicamente explicable) en que existen leyes que podemos desvelar, descubrir».
Saludos Pablo, totalmente de acuerdo. Es lo que decía, sin un orden no puede darse la posibilidad misma de la ciencia. Gracias por su comentario.
Hombre, Joan, no tengo más remedio que estar de acuerdo en que la idea de que existía una «ley de causalidad» está en el origen de la ciencia, es evidente, lo que discuto es que eso sea cierto. Tampoco discuto que han existido grandes científicos creyentes y existen hoy en día, si así parece aclaro que no era esa mi intención.
No he encontrado la cita exacta, Pablo, pero dado el libro, Popper debe estar planteando objeciones al positivismo, seguramente considerando los problemas de demarcación. La principal objeción de Popper a la inducción es que «Así pues, en lugar de descartar radicalmente la metafísica de las ciencias empíricas, el positivismo lleva a una invasión del campo científico por aquélla» [Karl Popper “La lógica de la investigación científica” pg. 37] Ya que por muchas veces que probemos que algo sucede de una manera siempre existe la posibilidad de que no hayamos explorado la totalidad de los casos, por eso, la inducción (y el positivismo) fueron reemplazados por la «falsación» que más tarde fue corregida por Lakatos para dejar el método más o menos como se emplea ahora.
La idea fundamental que subyace en Popper es que no importa el medio por el que obtenemos una «idea» ya sea por una creencia, una casualidad, una intuición, deducción, inducción, … lo único importante, en las ciencia empíricas, es poder contrastar esta idea con la realidad y demostrar si es o no correcta y (y esta es su originalidad) lo importante no es poder demostrar si una hipótesis derivada de una teoría es correcta sino si es falsa ya que una hipótesis correcta no aporta información significativa pero una hipótesis falsa si que aporta una importante información, nos demuestra palpablemente que así no es.
Por supuesto que cualquier investigador pretende encontrar patrones, leyes, regularidades, causas, … Realmente no importa el termino que empleemos siempre y cuando comprendamos el concepto, y, en muchas ocasiones se podrá simplificar achacando un fenómeno a una o unas «causas» concretas ya que el efecto del resto sera porcentualmente despreciable, pero no esto no es siempre así.
[…] La idea de falta de sentido no se encuentra en la realidad sino en la visión subjetiva del hombre […]