Llega a ser lo que eres

Publicado: 18 noviembre, 2011 en Antropología, Metafísica, Pensamiento

Sujetos al dinamismo de la contingencia y de la fugacidad existe la presencia de una moral volitiva que aprieta al hombre a obrar de manera contraria a lo que él es. Esta moral, lejos de ser virtuosa, pues por virtuosa entendemos a aquella persona que actúa con rectitud según lo que es en vistas a alcanzar su perfección, es una exigencia a obrar en disonancia con la propia naturaleza ontológica; lo que conduce al hombre a ensayar consigo mismo con el único fin de no ser lo que es, lo que debe ser.

Alcanzar lo que uno debe ser no es mera banalidad, al contrario, en dicho ejercicio se pone en juego la propia existencia. Y lo que uno debe ser no es cuestión de la voluntad, sino que se halla inscrito en la misma naturaleza. Bien dice Ortega y Gasset en Misión de la Universidad que “la virtud del hombre es que cada cual llegue a ser con plenitud lo que ya era en germinación”. Así, el hombre no puede ni debe vivir fuera de sí, fascinado o zarandeado por fuerzas extrínsecas que actúan a modo de canto de sirena. Existe bien un imperativo intrínseco en nuestra propia naturaleza que nos recuerda y exhorta a llegar a ser lo que debemos ser, y de éste no podemos eludir sin caer en la abyección.

 Llega a ser lo que eres, o lo que es lo mismo, conócete a ti mismo, es la misión del hombre contemporáneo. Todo lo que no lleve al hombre a ello, a la plenitud, es avieso y enfermizo. Del mismo modo que un animal sucumbe en un hábitat adverso a su propia zoología, una moral volitiva en la que priman las estimaciones, cuales sean, en detrimento de lo que se ha de ser, termina por conducir la existencia a la zozobra. En cambio, no se malogra aquella existencia humana que se rige por la virtud de ser lo que se es.

Desde luego, el hombre no debe ni puede vivir al son de la voluntad y de la apetencia si estas no se subordinan o se fundamentan a una moral virtuosa que conduce a obrar en consonancia con el ser. Y esto nadie, en su sano juicio, lo pondrá en duda cuando la existencia es la interpretación – reflexión – sobre el vivir y el devenir. El hombre se pregunta quién es y qué debe hacer, porque se sabe un ser participado y porque divisa en su naturaleza la plenitud a la que debe llegar. En cambio, quien se rige por la moral volitiva se cree, en cierto modo, un ser en sí – divinidad – que no requiere de otra realidad superior o absoluta. Esta es la crisis de nuestro tiempo, una crisis moral en la que el hombre no aspira a ser lo que es.  

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