Vives Fos: La ciencia busca la verdad, la pone al servicio del hombre y el hombre al servicio de la Verdad

Publicado: 16 octubre, 2009 en Ciencia, Religión

La ciencia busca la verdad, la pone al servicio del hombre y el hombre al servicio de la Verdad. Que la ciencia busque la verdad parece trivial pero esta afirmación ha dado lugar a graves errores. En efecto, históricamente, se tuvo la opinión, todavía extendida, de que gracias al método experimental se disponía por fin de un saber seguro en el ámbito natural. El problema que se tenía es que se desconocía bastante el método empleado. Con este método se conocía parcialmente la realidad. Algunos filósofos intentaron dar explicaciones más profundas pero sólo consiguieron introducir nuevos equívocos: apriorismo de Kant que consideraba la física newtoniana como expresión definitiva de la ciencia natural. Las cosas se complicaron todavía más con el positivismo de Comte, el idealismo…

 

Por otra parte, las diversas ciencias utilizan recursos diferentes en función de los problemas que estudian dándose así dentro de cada ciencia una gran variedad de leyes y de teorías, que hace muy difícil establecer una relación simple y unívoca entre la ciencia y la verdad. Es importante destacar que la naturaleza de la verdad científica es realmente un problema complejo. En ese sentido, Juan Pablo II señala claramente el sentido de la investigación científica en su conjunto. Este sentido es, sin duda, la búsqueda de la verdad. Analizando la historia de la filosofía, uno se puede dar cuenta, con facilidad, que el objetivo de la ciencia como conocimiento de la verdad queda deformado, e incluso negado, cuando se adoptan enfoques positivistas o empiristas. Por ello, es importante destacar, incluso en esas situaciones deformadoras, que la ciencia moderna tiene sentido básicamente como búsqueda de la verdad. Y de ahí deriva precisamente la bondad de la ciencia. Así lo expresa Juan Pablo II con palabras bellas y profundas: “La ciencia, en sí misma, es buena, toda vez que significa conocimiento del mundo, que es bueno, creado y mirado por el Creador con satisfacción, según dice el libro del Génesis: “Dios vio todo lo que había hecho, y era bueno” (Gen. 1, 31). Me gusta mucho este primer capítulo del Génesis. El pecado original no ha alterado por completo esta bondad primitiva. El conocimiento humano del mundo es un modo de participar en la ciencia del Creador. Constituye, pues, un primer nivel en la semejanza del hombre con Dios; un acto de respeto hacia Él, puesto que todo lo que descubrimos rinde un homenaje a la Verdad primera” (Discurso a la European Physical Society el 30 de marzo de 1979).

 

Luego la ciencia tiene sentido pues busca y alcanza un conocimiento verdadero de la realidad. Se puede hablar de un “servicio a la verdad” que es realmente la razón de ser de la ciencia. Dirigiéndose a los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias, el 10 de noviembre de 1979, Juan Pablo II afirma: “Me siento plenamente solidario con mi predecesor Pío XI y con los que le han sucedido en la Cátedra de Pedro, que invitó a los miembros de la Pontificia Academia de las Ciencias y con ellos a todos los científicos, a hacer “progresar cada vez más noble e intensamente las ciencias, sin pedirles nada más, y ello porque en esta meta excelente y en este trabajo noble consiste la misión de servir a la verdad”.

 

La ciencia es digna de gran estima ya que es conocimiento y, por tanto, perfección del hombre en su inteligencia. En definitiva, independientemente de las aplicaciones técnicas, se le debe honrar por sí misma, como parte integrante de la cultura. El problema es que no siempre se le considera a la ciencia en función de la verdad. Hoy en día da la sensación, real, de que la ciencia es valorada únicamente en cuanto instrumento para realizaciones técnicas. Se está perdiendo su sentido, no único, como búsqueda de la verdad. No único, pues la ciencia no es sólo actividad humana en cuanto buscadora de la verdad, sino que dicha verdad se ha de poner al servicio del hombre que a su vez sirve a la Verdad. Si se pierde el sentido de la ciencia como búsqueda de la verdad entonces el conocimiento humano queda infravalorado al situarlo en una perspectiva pragmática.

 

Las consecuencias son la de una fragmentación del conocimiento y consecuentemente de la cultura, grave problema del mundo actual. La no integración de los conocimientos proporcionados por las diversas ciencias, deforma la imagen real de la ciencia. Pero también existe el grave peligro de una visión instrumentalista de la ciencia. Así lo describe Juan Pablo II en su discurso a profesores y estudiantes en la Catedral de Colonia, el 15 de noviembre de 1980: “Si la ciencia es entendida fundamentalmente como “ciencia técnica”, se la puede concebir como la búsqueda de un sistema que conduzca a un triunfo técnico. Aquello que conduce al éxito vale como conocimiento. El mundo presentado a la ciencia viene a ser como una simple suma de fenómenos sobre los que puede trabajar; su objeto, un conjunto funcional que se investiga únicamente por su funcionalidad. Tal ciencia podrá concebirse incluso como simple función. El concepto de verdad resulta superfluo; a veces se prescinde expresamente de él. La razón misma aparecerá finalmente como simple función o como instrumento de un ser, cuya existencia tiene sentido fuera del campo del conocimiento y de la ciencia; tal vez en el simple hecho de vivir. Nuestra cultura está impregnada en todos sus sectores de una ciencia que procede de una perspectiva funcional”.

 

Sólo se podrá superar las consecuencias del instrumentalismo si se trata a la ciencia en función de la búsqueda de la verdad. Y sólo así se podrá superar la fragmentación de la cultura y el funcionalismo que acaba relativizando todos los valores. El compromiso de la ciencia con la verdad permite abordar adecuadamente las relaciones entre la fe y las ciencias. No se trata realmente de replantear o repensar la ciencia aunque se puede intentar. Se trata más bien de la luz que la fe puede y debe arrojar sobre el sentido de la vida humana y también en cuanto a la actividad humana en sí. “La ciencia por sí sola no puede dar respuesta al problema del significado de las cosas; esto no entra en el ámbito del progreso científico. Sin embargo, esa respuesta no admite una dilación ilimitada. Si la difundida confianza en la ciencia queda frustrada, entonces surge fácilmente una actitud de hostilidad hacia la misma ciencia. En este espacio vacío irrumpen inmediatamente ciertas ideologías. Ellas adoptan a veces una actitud sin duda “científica”, pero su fuerza de convicción radica en la apremiante necesidad de una respuesta al sentido de las cosas y en el interés por una transformación social o política. La ciencia funcionalística, que no tiene en cuenta los valores y que es extraña a la verdad, puede entrar al servicio de tales ideologías; una razón que es ya solamente instrumental corre el peligro de quedar esclavizada. Finalmente, en estrecha conexión con esta crisis de orientación cultural está también el resurgimiento de nuevas supersticiones, de sectas o de las así llamadas “nuevas religiones”, afirmaba Juan Pablo II en su discurso a profesores y estudiantes en la Cátedral de Colonia en noviembre de 1980.

 

Cuando la ciencia ocupa un lugar principal en la cultura y la orientación de la ciencia y de sus interpretaciones es deficiente, entonces es cuando la fe cristiana tiene una tarea muy importante que cumplir. Así lo dice Juan Pablo II: “Estas desviaciones pueden ser previstas y evitadas desde la fe”. En efecto, la fe ilumina también el ámbito de las verdades básicas que pueden alcanzarse mediante la razón, y proporciona además una perspectiva superior que señala el sentido último del hombre y de la naturaleza. Dicho de otro modo, el compromiso con la verdad debe llevar a actitudes concretas al científico creyente: “esa crisis común afecta igualmente al científico creyente. Tendrá que preguntarse por el espíritu y la orientación en que él mismo desarrolla su ciencia. Tendrá que proponerse, inmediata o mediatamente, la tarea de revisar continuamente el método y la finalidad de la ciencia bajo el aspecto del problema relativo al sentido de las cosas. Todos nosotros somos responsables de esta cultura y se nos exige nuestra colaboración para que la crisis sea superada. En esta situación, la Iglesia no aconseja prudencia y precaución, sin valor y decisión. Ninguna razón hay para no ponerse de parte de la verdad o para adoptar ante ella una actitud de temor. La verdad y todo lo que es verdadero constituye un gran bien, al que nosotros debemos tender con amor y alegría. La ciencia es también un camino hacia lo verdadero; pues en ella se desarrolla la razón, esa razón dada por Dios que, por su propia naturaleza, está determinada, no hacia el error, sino hacia la verdad del conocimiento” (Discurso a profesores y estudiantes en la Cátedral de Colonia en noviembre de 1980).

 

Con ello, Juan Pablo II propone todo un programa de acción, saliendo no sólo al paso de los errores del pasado si no además marcando la actitud que permitirá resolverlos. Exhorta pues a los creyentes a una tarea de gran envergadura en bien de toda la humanidad advirtiendo que el cristiano se encuentra en situación ventajosa para realizar esa tarea humana:“La ciencia alcanzada con la razón encuentra su plenitud en la contemplación de la verdad divina. El hombre que camina hacia esta verdad no sufre pérdida alguna de su libertad, sino que es conducido a la libertad plena y a la realización total de una existencia verdaderamente humana” volvía a afirmar en Colonia Juan Pablo II.

 

Puede y debe hablarse de una colaboración entre la ciencia y la fe pero no porque la fe necesita específicamente de las ciencias. Una sinergia entre ciencia y fe permite al hombre conseguir una armonía de los conocimientos básicos necesarios para su vida. También lo afirma a la European Physical Society Juan Pablo II cuando dice: “Existe un vínculo entre la fe y la ciencia, como también habéis afirmado vosotros. El Magisterio de la Iglesia lo ha afirmado siempre”. Algunos de esos vínculos son objetivos: la ciencia lleva a un mejor conocimiento del hombre y del mundo, que a su vez conduce como de la mano a descubrir el poder y la sabiduría de Dios. La misma posibilidad de la ciencia moderna se debe, según recientes estudios bien documentados. Al convencimiento acerca de la racionalidad de un universo que es obra de un Dios personal Creador e infinitamente Inteligente, y a la persuasión de que el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, tiene, por su inteligencia, la capacidad de descubrir esa racionalidad. La fe cristiana, al sanar y elevar a la razón, garantiza el clima intelectual que sigue haciendo posible el desarrollo de una ciencia comprometida con la verdad. Con una visión instrumentalista, se lograría oscurecer las bases metafísicas indispensables para el verdadero progreso científico.

 

Otros vínculos son subjetivos: es decir, afectan a las personas singulares que cultivan las ciencias:“cuando los científicos avanzan con humildad en su búsqueda de los secretos de la naturaleza, la mano de Dios los conduce hacia las cumbres del espíritu” (European Physical Society – 1980). Y además afirmaba: “La fe no ofrece soluciones para la investigación científica, como tal, pero anima al científico a proseguir su investigación, sabiendo que en la naturaleza encuentra la presencia del Creador”. En la fe, el científico cristiano encuentra un auténtico estímulo para su búsqueda de la verdad, puesto que sabe que su ciencia, rectamente cultivada, le acerca, de modos diversos, a un mejor conocimiento de Dios. También tiene la garantía de que es posible el conocimiento de la verdad, aunque para conseguirlo debe poner en juego todas sus energías, evitando así el pragmatismo tan influyente en la actualidad y tan perjudicial para las mismas ciencias.

 

En definitiva: “La ciencia tiene su sentido y su derecho si es reconocida como ciencia capaz de tender a la verdad, y la verdad es reconocida a su vez como un bien humano. Entonces queda justificada también la exigencia de la libertad de la ciencia ante la verdad, porque, ¿cómo podrá un bien humano conseguir su realización sino a través de la libertad? La ciencia tiene que ser libre también en el sentido de que su desarrollo no puede quedar determinado por fines inmediatos, por ventajas sociales o por intereses económicos. Esto no significa que ella tenga que estar separada por principio de la praxis. Pero para tender a la praxis tiene que estar previamente determinada por la verdad, tiene que ser por tanto libre para la verdad” (Discurso a profesores y estudiantes en la Cátedral de Colonia en 1980).

 

Esta tarea no es sólo para investigadores sino también para estudiantes y profesores de todos los niveles. En efecto, actualmente se transmite una visión del hombre y del mundo que tiene repercusiones en las bases naturales de la fe. Juan Pablo II recalca con vigor que no se trata de una tarea simplemente defensiva, sino de un servicio activo a la humanidad en el que los cristianos han de comprometerse con clara conciencia de estar solucionando problemas cruciales.

 

Rafael Vives Fos, Universidad Politécnica de Valencia. Universidad Normal de París.

comentarios
  1. rvives dice:

    un saludo

  2. rafa dice:

    Joan

    cual es tu email para escribirte?

    un abrazo muy fuerte

  3. opusprima dice:

    Hola Rafa, saludos. Es figue_rola@hotmail.com. Un abrazo, espero que todo vaya bien.

  4. […] negar toda validez absoluta. Carl Sagan sustituye la verdad por la opinión o creencia personal y hace decir a la ciencia – que busca la verdad, la pone al servicio del hombre y el hombre al servicio de la Verdad – […]

  5. […] siempre digo, la tarea más apasionante en beneficio del saber y de la verdad es el trabajo conjunto de todos los modos de conocer de los […]

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