La última de Bibiana Aído, un carajo a la vela

La Secretaría de Estado de Igualdad que dirige la ex ministra Bibiana Aído encargará una encuesta con un coste de 120.000 euros para que los inmigrantes cuenten si se sienten marginados por los españoles, si les insultan y les llaman “negro, chinito, gitano, sudaca…”. No se puede ser más tonto de los pasteles, sobre todo con la que está cayendo con numerosas familias de aquí y de allí que no tienen ni para empezar el mes. Puede que cada día sea más malo pero majaderías como estas – y más en periodos de crisis – deberían estar prohibidas por decreto. Sin embargo, esta mojigatería no es exclusiva de la señora Aído sino que alcanza dimensiones interplanetarias como diría la señora Pajín. 

El mundo está repleto de irresponsables convencidos de que pueden hacer y deshacer con tranquilidad y sin explicaciones. A estos sandios les ha dado últimamente por la lengua y, al margen de la RealAcademiade cada soberano país, los políticos y otros mandamases parecen dispuestos a indicar lo que el común de los mortales puede o no puede decir con su boquita olvidando que el lenguaje puede ser culto, coloquial, vulgar, o despectivo, pero nunca racista ni inmoral. Así tenemos una hueste de analfabetos mesiánicos, de bobos de Coria cuya habilidad quizá conozcan sus progenitores, con el suficiente atrevimiento o desmesura para eliminar el término nigger (negro) de las páginas de la insigne obra de Mark Twain, pensando que los niños que hemos crecido con Huckleberry Finn y Tom Sawyer nos cubrimos por las noches con sábanas blancas, prendemos fuego a una antorcha y torturamos a los negritos llegados en patera. 

Esta gazmoñería lingüística no tardará en salpicar nuestras costas olvidándose la señora Aído, en su censura, el noble y refinado arte de insultar del que se ha hecho gala mediante el castellano desde aquellos tiempos nuestros imperiales; quién, versado en la lectura, podrá olvidar esas nobles afrentas entre Góngora y Quevedo. Lo que ahora el socialismo considera racismo y marginación antes era literatura: “Yo te untaré mis obras con tocino / porque no me las muerdas Gongorilla, / perro de los ingenios de Castilla, / docto en pullas, cual mozo de camino; // apenas hombre, sacerdote indino / que aprendiste sin cristus la cartilla; / chocarrero de Córdoba y Sevilla, / y en la Corte bufón a lo divino. // ¿Por qué censuras tú la lengua griega / siendo sólo rabí de la judía, / cosa que tu nariz aun no lo niega?…”.  

Pero ya me temo lo peor, al tiempo, de que no sólo no podremos leer en los bares con tabaco en la comisura de los labios sino que encima tendremos que corregir con tippex aquellas palabras políticamente altisonantes en un sin fin de insignes obras por el temor de que un iletrado inspector de igualdad nos multe por malhablados o marginadores sociales. Es más, ya pueden echar a la hoguera Trópico de cáncer, Gracias y desgracias del ojo del culo o Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes y así un largo etcétera. De Schopenhauer y Nietzsche nada en las universidades, por misóginos y otras santas ofensas y en las escuelas prohíban El cantar de mío Cid para que los moros que volverán a conquistarnos no se sientan mancillados.   

En España hay tanto tonto del culo, del nabo, del pijo, del higo… en definitiva, de la cabeza a los pies que no es un error señalar que somos el mayor tontolinato a escala planetaria, porque quien no es más tonto que el maestro de Siruela, que no sabía leer y puso escuela, lo es más que el sastre del cantillo, que cosía de balde y encima ponía el hilo. Y es que hay algunos que siendo tontos por naturaleza padecen la desgracia de no asumir su torpeza y a todos nos hace partícipes de su flatulenta sinrazón, y en esto la señora Aído se basta y se sobra.