Hace 2010 años la ciudad de Belén acogió en su seno la llegada del Mesías. De haber sido en la actualidad Jesús se hubiera visto forzado a realizar su primer milagro: superar el muro de nueve metros de altura por el cual Israel, desde 2002, ha convertido la “casa del pan” en un gueto de pobreza y desesperanza que obliga a sus habitantes a padecer constantes registros cuando pretenden entrar o salir o a quedarse aislados cada vez el gobierno cierra la salida por razones de seguridad.
Belén es una ciudad de 30.000 habitantes situada en territorio palestino (Cisjordania) dentro del estado de Israel cuya población, mayoritariamente cristiana, vive en condiciones de extrema pobreza a causa de la segunda Intifada de Al-Aqsa de 2000; razón por la cual distintas organizaciones religiosas como Caritas se ven obligadas a brindar la atención que no ofrece el gobierno tanto en educación como en sanidad o vivienda. El 40% de la población se encuentra desempleada y el sector turístico, el principal motor de la zona, se ha reducido bruscamente tras el levantamiento del muro, ya que los turistas acceden mayoritariamente mediante autocares que salen de Jerusalén organizados por las agencias israelíes que apenas dejan una hora para visitar la ciudad.
En esta fecha tan señalada es mayor motivo para reflexionar por qué Jesús escogió la humilde ciudad de Belén para nacer en un establo. Dios se hizo pobre entre nosotros por nosotros, para enriquecernos de su amor invitándonos con su banquete a participar de su gloria. Jesús nos exhorta, no sólo en Navidad, a detener esa ávida ansia que sólo alimenta conflictos y odios entre la humanidad y a compartir con todos una misma esperanza: el Reino de Dios.
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