¿Eres una persona confiada o desconfiada?

Publicado: 28 noviembre, 2012 en Ética y Moral, Pensamiento

 

Nuestra vida no nos es dada ya hecha, sino que nos descubrimos a nosotros mismos teniendo que ser en todo momento y en todo lugar. Vivir es, en su raíz misma, un estar haciendo nuestra vida. Nos encontramos, siempre, ante una decisión, que es dotar de sentido nuestra existencia para hacerla realizable y, en última instancia, para ser lo que debemos ser. Al mismo tiempo, el hombre no es un sujeto aislado, sino un zoon politikon, razón por la cual el bien mayor humano es un bien común – un bien social –, ya que el vivir bien gravita en un vivir bien junto con los demás, y esto corresponde a una intrínseca realidad de la naturaleza humana por la cual nos abrimos a establecer relaciones de vínculo con los otros buscando y disfrutando del bien de estos con la consideración de que su bien es el propio bien (Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, 114, I, ad 2).

Porque el hombre es un zoon politikon resulta una perogrullada afirmar que la confianza es un principio ineludible. Ninguna existencia humana es posible sin la confianza en los otros. No obstante, como el ser humano también es un zoon logon no es de sentido común la adhesión acrítica como un acto de fe – de ahí la importancia del Credo ut intelligam, intellego ut credam – a una persona o a una ideología, pues la confianza, el abandono de uno mismo a algo o a alguien, debe darse en la medida en que ese algo o ese alguien puede ordenarnos a nuestro bien, a nuestra realización como personas. Y digo que no es de sentido común la adhesión acrítica, porque si es una respuesta intrínseca de nuestra naturaleza la confianza; al contrario, por malas experiencias o por adoctrinamiento, podemos aprender, lamentablemente, a desconfiar cuando aquellas personas a la que nos habíamos abandonado dipositando en ellas toda seguridad nos causan un determinado mal.

La confianza es natural e interpreto que está íntimamente ligada a la verdad, tanto en un sentido práctico como en un sentido más profundo intelectual y espiritualmente. Respecto al primer caso experimenté un suceso que nunca olvidaré. Sucedió en la taquilla de un cine. Por aquel entonces tenía el carnet joven con el que se brindaba una serie de descuentos. Iba con mis amigos y todos ellos mostraron el suyo, pero yo me lo olvidé en casa; sin embargo, la joven muchacha, en un ejercicio de confianza, también me rebajó el precio de la entrada. Desde luego, ese gesto me sorprendío, cuando ya pensaba pagar la totalidad del precio, porque, lamentablemente, ya había aprendido a desconfiar. También es cierto que en otras ocasiones me ha ocurrido algo similar sin el mismo éxito. No obstante, considero que la confianza está relacionada con la verdad por la sencilla razón de que nos acercamos a ella mediante un gesto confiado: “hay que saber dudar donde es necesario, asegurarse donde es necesario, sometiéndose donde es necesario. Quien no lo hace no escucha la fuerza de la razón. Los hay que pecan contra estos principios: o bien aseverándolo todo como demostrativo, por no entender de demostraciones; o bien dudando de todo por no saber dónde hay que someterse; o bien sometiéndose a todo, por no saber dónde hay que juzgar” (Blaise Pascal, Pensées, 268).

Cierto, el conocimiento se inaugura en la apertura confiada hacia la realidad y en última instancia remite al encuentro confiado con Dios. La existencia empuja siempre no a la inanidad sino a entrar en relación con el mundo, con los demás y con la verdad con una disposición de entera confianza porque la vida y su sentido no pueden resolverse mediante la pura reflexión. Wolfgang Stegmüller (Metaphysik-Skepsis-Wissenschaft,1969) señala que en ningún campo, ni en la ciencia misma, “es posible una autogarantía del pensamiento humano”, que “la cuestión de la evidencia es absolutamente insoluble” porque “todos los argumentos a favor de la evidencia representan un círculo vicioso y todos los argumentos en contra de ella una contradicción interna”. Sólo se puede tener fe en la evidencia – saber someterse donde es necesario como dice Blaise Pascal –. “Si no creyera en la evidencia, no debería siquiera intentar argumentar”, es decir, “hay que creer en algo para poder hablar siquiera de saber y de ciencia”. En definitiva, en la ciencia impera la hipótesis, comprobada hasta cierto punto; y en la hipótesis, ¡oh, sorpresa!, siempre hay que aceptar, de antemano, con confianza y fe, ciertos enunciados como teoremas que pueden demostrarse a posteriori.

La confianza, intuyo, también debe estar ligada al bien. Un hombre verdaderamente virtuoso, de recto obrar, es digno de confianza; al mismo tiempo, quien no es del todo virtuoso, tiende a la desconfianza, sobre todo en asuntos de importancia, porque él mismo se percibe como un sujeto con el que no se puede confiar, que sólo atiende a su propio beneficio sin importarle si, con ello, ocasiona el mal a otro. Sin embargo, considero que la confianza está ligada al bien porque en la práxis cotidiana realizamos innumerables actos de fe con los demás y no esperamos que nos ocurra ningún mal, ya sea al subir a un taxis o al entrar en la consulta del dentista. Son ejemplos simples, pero ejemplifican la naturaleza intrínseca de la confianza y su ordenación al bien, porque existen otras profesiones que no son tan objeto de nuestra confianza, pienso en la desafección política existente y en la escasa valoración positiva de los políticos – podríamos añadir a los banqueros – por no haber sabido responder a la confianza prestada y no haber ocasionado el bien que debían garantizarnos.

En úlltima instancia, la confianza remite a una cuestión metafísica. Decía al comienzo que nos encontramos, siempre, ante una decisión, que es dotar de sentido nuestra existencia para hacerla realizable y, en última instancia, para ser lo que debemos ser. Sin embargo, la resolución de la existencia no se da en el presente, de una vez y para siempre, sino que, mediante la libertad, es la tarea de realizarnos a nosotros mismos a lo largo del tiempo a partir de nuestra naturaleza humana ya recibida (V. Frankl, “El hombre en busca de sentido”). En este punto, descubrimos el sentido teleológico de la realidad, que estamos orientados hacia fines, el último de ellos, la plenitud o autorrealización, que se alcanza en la adecuación a la verdad y al bien a los cuales nos inclina nuestra naturaleza – nuestro estatuto ontológico –. Evidentemente, está dado el fin general de la naturaleza humana, pero no los fines intermedios ni los medios que conducen a ese fin; esto depende de nuestra libertad y de fortalecer la virtud mediante la cual realizamos el bien que nos corresponde y perfecciona. Pero, por suerte, además, como decía, percibir el sentido teleológico de la existencia.  La presencia de Dios está inscrita en la naturaleza ontológica del ser humano. El hombre descubre en su espíritu no sólo la idea de lo eterno y lo absoluto, sino que la descubre como verdadera realidad que anhela y persigue por intrínseca necesidad de su ser. Cierto, lo eterno y absoluto, lo que denominamos por sagrado, pasa muchas veces inadvertido y, sobre todo, desatendido por la persona que, lanzada en el flujo del tiempo, padece en sí misma la vivencia de la nada del ser. No obstante, aunque lo eterno y absoluto se percibe, la mayor de las veces, como lo radicalmente otro, no se halla en cualquier otra dimensión de la realidad, ni mucho menos cual invención de la psique, sino que presente en el tiempo domina al tiempo y su transcurrir llenándolo de contenido y de sentido.

En esto último entra la confianza en Dios, si bien no supone, como en los casos anteriores, un salto al vacío, sino que es un paso más, racional y libre, en el conocimiento del Ser hacia el cual estamos ordenarnos por nuestro estatuto ontológico y de quien tenemos ideas a partir de las realidades creadas. En efecto, la fe produce un viraje (Heidegger) en el ser del hombre, que estructura y fundamenta toda su existencia en el Ser que es objeto de su creencia y causa de su existencia. La fe no es abrazar la realidad de un ser que se halla en las antípodas a través de la oscuridad de un profundo túnel, sino que es, en la confianza plena, revelación en el mundo temporal de lo eterno. La confianza en Dios, a diferencia de otro tipo de confianza, se traduce en esperanza al mismo tiempo que nos fortalece y hace libres frente a doctrinas deterministas. Sin duda, siempre nos queda un resto de incertidumbre, pero respecto a esto sólo depende de nosotros, de seguir el consejo necesario que antes nos ha brindado Pascal.

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comentarios
  1. silver account dice:

    La confianza es, en cierto sentido, una capacidad emocional de actuar con los otros que tiene un importante reflejo no solo en el lenguaje, sino también en la corporalidad.

  2. Nuri dice:

    Muy buena entrada y necesario reflexionar sobre la confianza…

  3. Saludos Nuri, muchas gracias por el comentario Un saludo.

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