El ateísmo en Marx, ayer y hoy

Publicado: 30 octubre, 2012 en Filosofía

Es, cuanto menos, sorprendente que Marx, ese “mediocre filósofo” en palabras de Albert Camus (“El hombre rebelde”), exhorte a los filósofos y a los teólogos a librarse de los conceptos y prejuicios de la filosofía si pretenden el conocimiento de las cosas tal como son, es decir, la verdad; pues no parece muy honrado, al menos intelectualmente, cuando, al mismo tiempo, encumbra la autoconciencia humana como la única fuente de verdad. No obstante, el asombro se disipa de inmediato cuando su critica a la religión se construye desde una óptica eminentemente ideológica y cuando, irónicamente, sostiene que la primera es un reflejo fantástico invertido (Karl Marx, “Ateísmo”, en ‘Gran Enciclopedia Soviética III).

Karl Marx es, mucho antes que comunista, ateo. Para él, la mayor de las críticas es la crítica a la religión. El ateísmo, en este sentido, es una propiedad del estatuto ontológico del ser humano; una realidad cuya esencia no requiere explicación pues supondría toda una tautología. Así, con Feuerbach como principal referente, afirma: “el hombre, que en la fantástica realidad del cielo, donde él buscaba un superhombre, no ha encontrado más que el reflejo de sí mismo, ya no se contentará con encontrar sólo la apariencia de sí mismo, un ser inhumano, donde busca y debe buscar su verdadera realidad” (Marx, “Crítica a la filosofía del Estado de Hegel”). La religión es, sobre todo, alienación, por lo que la única manera de comprender la naturaleza humana es la sociedad, en cuanto que es el único y verdadero mundo del ser humano.

De este modo la esperanza en Marx se encuentra en la praxis y el futuro en la transformación social mediante una revolución conducida por la clase obrera contra la burguesía que la explota. Por tanto, la única verdad que salva es la revolución comunista. Ante esto, uno no puede si no recordar, de nuevo, aquellas palabras de Dostoievski en “Los hermanos Karamazov”: “Si Aliocha hubiese concluido que no hay Dios ni inmortalidad, se hubiera vuelto enseguida ateo y socialista. Pues el socialismo no es tan sólo la cuestión obrera, es, sobre todo, la cuestión del ateísmo, de su encarnación contemporánea, la torre de Babel, que se construye sin Dios, no para alcanzar los cielos desde la tierra, sino para bajar los cielos hasta la tierra”. Para Marx es un hecho evidente que la causa de todos los males se haya en la religión. El hombre, entiende, es el mundo, de modo fundamental la sociedad y el Estado; en esta sociedad y en este Estado el hombre crea, a causa de la injusticia, la religión, que en el fondo sólo es, como hemos dicho con anterioridad, un reflejo invertido de la realidad.

Para resolver esta alienación sólo se requiere, en consecuencia, eliminar la injusticia que impera en las relaciones humanas y que, al miso tiempo, causan la existencia de la religión, que no es más que el mecanismo que permite que dicha injusticia se perpetúe en el tiempo. No obstante la existencia de la religión tiene algo de positivo, pues su existencia recuerda o permite el vislumbrar la existencia real de la injusticia, en este caso el atropello de la clase trabajadora por parte de la burguesía. Sin embargo, esto es el único aspecto positivo, pues la práctica religiosa es infructífera, al no ser más que un engaño, una inversión de la realidad que consuela mediante la generación de un mundo idílico más allá del único real. Llegamos aquí a la célebre cita, “la religión es el opio del pueblo”, que, por otro lado, no es original de Marx, sino de Moses Hess, que se construye como bálsamo para los subyugados.

Superada la religión el hombre se hallará en disposición de la verdadera felicidad, pues se enfrentará a su auténtica y más radical injusticia, que es de origen político, mediante la revolución del proletariado. Erradicada la falsa verdad del supuesto más allá el hombre puede construir la autentica verdad del mundo presente con la desaparición de la propiedad privada y de la sociedad de clases mediante la socialización de los medios de producción fruto de la libre asociación humana. Una vez finalizada la dictadura del proletariado se alcanza el utópico paraíso comunista del que habla Dostoievski, en el que restan como elementos de un pasado que ya no volverá la división del trabajo, la alienación económico-política y, sobre todo, aunque parezca una broma, el Estado. Así es el pensamiento de quien, salvo en un breve periodo de tiempo en sus primeros años en Londres, vive holgadamente gracias a suculentas subvenciones y al proteccionismo de un buen amigo, Engels, heredero de la empresa familiar.

Es sorprendente la escasa trascendencia que confiere Marx a la religión, así como el absoluto convencimiento de que se trata de manera exclusiva y fundamentalmente de una alienación mental que desaparecerá de inmediato en cuanto se instaure el paraíso comunista. No obstante, se comprende en cuanto asume, como ya hemos dicho, que el ateísmo en una realidad intrínseca de la naturaleza del hombre. Sin embargo, no deja de ser curioso que Marx, y sobre todo Engels, oponga, como el positivismo, la ciencia a la religión, cuando ha sido el cristianismo y su cosmovisión teleológica la que facilitó el desarrollo científico. Es una evidencia empírica que el hombre hace o puede hacerse una idea de Dios, es decir, puede crear ídolos, pero esto no implica que cree realmente a Dios como tal, pues recordemos que el deseo del Absoluto no es ficción, sino que responde a una intrínseca necesidad de la naturaleza ontológica de la persona, contenida en toda experiencia humana, en la que descubre que su existencia sólo puede y debe ser guiada, para alcanzar su sentido y perfección, por Dios. El hombre, todo hombre, quiere ser feliz, pero esta felicidad no es cualquier cosa ni puede alcanzarse progresivamente de cualquier modo, sino que “ha de conocer naturalmente lo que naturalmente desea” (Tomás de Aquino, “Summa Theologiae”) que no es otra realidad que la plenitud del ser que, evidentemente, sólo puede alcanzarse y sólo puede ser donada por el Absoluto, que es el único Bien y la única Verdad que puede saciar el deseo ontológico de trascendencia.

La presencia de Dios está inscrita en la naturaleza ontológica del ser humano. El hombre descubre en su espíritu no sólo la idea de lo eterno y lo absoluto, sino como verdadera realidad que anhela y persigue por intrínseca necesidad de su ser. Cierto, lo eterno y absoluto, lo que denominamos por sagrado, pasa muchas veces inadvertido y, sobre todo, desatendido por la persona que, lanzada en el flujo del tiempo, padece en sí misma la vivencia de la nada del ser. No obstante, aunque lo eterno y absoluto se percibe, la mayor de las veces, como lo radicalmente otro, no se halla en cualquier otra dimensión de la realidad, ni mucho menos cual invención de la psique, sino que presente en el tiempo domina al tiempo y su transcurrir llenándolo de contenido y de sentido.

Marx, que entiende que el hombre no es un ser abstracto olvida que al ser humano no le es dada ni impuesta la forma de vida como le es dada e impuesta al universo y al resto de los seres vivos. El hombre está condenado a ser libre (Sartre, El ser y la nada), la existencia humana se encuentra siempre ante una decisión (Heidegger, Ser y tiempo): la persona humana tiene que elegir en todo instante la forma de su vida (Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo). Esta libertad de elección radica en que el hombre se halla íntimamente requerido, por su naturaleza ontológica y movido por su razón y no por el libre arbitrio, a elegir lo mejor: ser lo que debe ser. Que el hombre perciba en la existencia un fin teleológico no es, para nada, una alteración psíquica y alienadora de la realidad. Que la acción que tiende a un fin está presente en todas las cosas que llegan a ser y son por naturaleza. Así, si el hombre quiere realmente ser tiene necesariamente que adoptar una muy determinada forma de vida, que es aquella acorde a su estatuto ontológico, en la que el Ser en sí es el bien absoluto del hombre en cuanto que es su fundamento. Sin embargo, el hombre contemporáneo es un sujeto que se experimenta arrojado a la limitación del espacio y del tiempo, encerrado en una naturaleza sin trascendencia cuya dignidad zozobra en cada embiste. Y la motivación de esta tragedia no es una cuestión intelectual, aunque así pueda ser en alguien, sino en el desarraigo metafísico que conduce al culto a la humanidad, al abandono de Dios y a la consecuente pérdida de la conciencia de la trascendencia del hombre.

No hay mayor error que interpretar que si el hombre puede imaginarse la existencia de un dios sin realidad extramental Dios, consecuentemente, sólo es un producto del entendimiento humano. Y es un error porque la razón misma a la que se quiere situar como juez suprema de la verdad nada puede decir al respecto. Es una pretensión altamente dogmática y nada razonable sostener la no existencia de Dios porque el hombre puede crearse ídolos. ¿Un futuro sin religión? Quienes pretendieron o pretenden terminar con ella son o serán parte del pasado de la historia de la humanidad. La Iglesia católica, cuerpo de Cristo, permanece en pie, viva, misionera, comunicadora de la verdad hasta la consumación plena del Reino de Dios en la Gloria del cielo. La Iglesia ha hecho frente a las persecuciones de Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Séptimo Severo, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano; a los errores del apolinarismo, nestorianismo, monofisismo, arrianismo… así como a los distintos cismas; el luteranismo, calvinismo y jansenismo y otras escisiones como el anglicanismo; Feuerbach, Nietzsche… y Marx del que aquí nos hemos ocupado.

De todos modos, del ateísmo de Marx hay un aspecto del que se puede sustraer una lección positiva, que no es otra que la denuncia del carácter burgués de determinado católico, especialmente ante las problemáticas sociales.

comentarios
  1. Ivan dice:

    ¿Qué le dirías a los ateos que no son marxistas?

  2. Saludos Iván… no hablo del ateísmo en general, hablo de Marx. Un saludo.

  3. Sigfrid dice:

    Muy buena entrada Joan, muy interesante el planteamiento.

  4. Saludos Sigfrid, muchas gracias por comentar.

  5. piracetam dice:

    Marx acaba de plantear de un modo nuevo y original el tema del “origen” de la religión. Ésta continúa siendo para él lo que era en Feuerbach: una ilusión. Pero la raíz de esta ilusión es sociológica. Las consecuencias del nuevo planteamiento no se harán esperar. En Feuerbach la religión constituía la alienación humana originaria. Suprimida la alienación religiosa, el hombre volvía a ser dueño de sí mismo. En Marx las cosas no son tan sencillas. La religión es, sin duda, una alienación, pero no es la alienación originaria. “La alienación religiosa es una alienación de segundo grado. Expresa en forma de teoría justificativa lo absurdo del mundo que la hace nacer”. De ahí deduce Marx una importante consecuencia: “la lucha contra la religión es indirectamente (mittelbar) la lucha contra este mundo del que la religión es el aroma espiritual”. La relación existente entre la religión y el mundo injusto que la produce es en Marx una relación dialéctica. La religión es a la vez causa y efecto de una situación de injusticia. Es causa, puesto que confirma la injusticia, rodeándola de un halo sagrado; pero es más efecto que causa, puesto que si no existiera la injusticia, tampoco existiría la religión. De ahí la ambivalencia de la praxis antirreligiosa marxiana. Marx tiene, por así decirlo, dos cartas en la mano y puede jugar según convenga, con una o con otra. Puede y debe desenmascarar la ilusión religiosa para preparar el cambio de sociedad y puede y debe esperar de este cambio la muerte definitiva de la ilusión religiosa. En cualquier caso, mientras persista la situación de injusticia, el marxismo no puede desentenderse de la crítica de la religión.

  6. gold price dice:

    Sí. Sostengo que la conciencia de la existencia del Ser Superior es innata. La creencia de dios no es un privilegio de las religiones, no es en ellas donde reside dios. Aún el que no cree en dios igualmente es parte de esta cosmogonía infinita que no se detiene porque dos o tres o mil seres no crean en dios. La fuente divina está por sobre todas las nimiedades de los seres, ha sido una fábula que perduró durante varios siglos el hecho que dios vigilaba cada uno de nuestros actos, que escuchaba y estaba pendiente hasta de nuestros más intimo pensamientos: mentira. Nosotros tenemos nuestro propio juez que es nuestra conciencia, y sabiendo que nuestros pensamientos condicionan a la energía que nos circunda alineando los átomos y calificando y cuantificando los fotones, atrayendo o rechazandolos vemos que somos nosotros los artífices de nuestros propios destinos pero siempre bajo las leyes divinas inmutables, eternas e infinitas. Sucede que cuando hemos evolucionado ya los ritos, sacramentos y dogmas de cualquier religión no condicien con nuestras convicciones ni responden nuestras inquietudes más elevadas.

  7. José Correa dice:

    Hola. Muy buena entrada. Felicidades a los responsables.

  8. Saludos José, muchas gracias. Un saludo.

  9. Mi Lucubrar:
    Se hace necesario regresar al pasado, permitiendo a la humanidad emprender de nuevo el reencuentro con el Ser y consigo mismo. El hombre y la mujer de hoy,carecen de comprensión filosófica, por lo mismo, poco o nada que discurren, la religión ha aherrojado vuestras mentes. Nov/27/15, a 01:606 a. m, Manuel Prado Perea.

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