La sociedad existe para el bien de todos los hombres

Publicado: 4 abril, 2013 en Ética y Moral

Debido al relativismo con el que se conciben los trascendentales, en especial la verdad y el bien, en la sociedad contemporánea no existe una identificación absoluta entre la moral y la ética, sino que ésta, bajo el abrigo de una numerosa ristra de corrientes filosóficas e ideológicas, se presenta con un carácter marcadamente equívoco que, en consecuencia, se traduce en la existencia de un sinfín de comportamientos fundamentados en la particular visión de la realidad de cada sujeto. Si el hombre es un sujeto ético en la sociedad coexiste una multiplicidad de éticas, algunas de ellas bien confrontadas entre sí en cuestiones morales muy presentes en la vida cotidiana; pensemos en el aborto, las uniones homosexuales o el medioambiente.

La existencia humana se encuentra siempre ante una decisión, en todo instante estamos forzados a elegir lo mejor, aquello que consideramos que nos reportará el mejor bien, la plenitud existencial. Sin embargo, parece ser que no hay consenso al respecto cuando, a priori, debería ser común a todos, “pues, de las cosas que hacemos hay algún fin queremos por sí mismo, y las demás cosas por causa de él” (Aristóteles, “Ética Nicomáquea”). Si no hay el reconocimiento de una ética universal es porque, si bien somos conscientes de vivir en “un mundo que directa o indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos” (Hannah Arendt, “La condición humana”), no vemos, más allá de una perspectiva utilitarista (John Stuart Mill), que el destino y el bien del hombre es el destino y el bien de la humanidad. Vivimos en un mundo en el que no podemos vivir sin la colaboración con los otros, pero interpretamos la existencia y su devenir desde una óptica de estricta individualidad, donde cada uno forja su suerte, donde la caridad se reduce a simple generosidad y no a su fin último, el bien común, que es el bien mayor del hombre.

La unidad de la moral y la ética se encuentra desarmada por la presencia del punto de vista, subjetivo y fundamentado en el interés individual, que no atiende a la consideración de la posible existencia de una razón moral común a toda la humanidad que guía la ética normativa. No obstante, no debe olvidarse que el arte de vivir es querer una sola cosa, la felicidad o plenitud existencial (Kierkegaard), que se alcanza mediante un determinado comportamiento ético por el que se encauzan todas y cada una de las acciones del hombre (costumbre). El hombre se encuentra en la inapelable tesitura de elegir en todo instante su forma de vida (Ortega y Gasset, “El tema de nuestro tiempo”), que no es una cualquiera y al gusto de cada uno, sino aquella que hay que vivir, aquí y ahora, aquella que es nuestra verdadera vocación, nuestro auténtico quehacer según la propia naturaleza ontológica, pues es concluyente que “si quieres realmente ser, tienes necesariamente que adoptar una muy determinada forma de vida. Ahora: tú puedes, si quieres, no adoptarla y decidir ser otra cosa que lo que tienes que ser. Mas entonces, sábelo, te quedas sin ser nada, porque no puedes ser verdaderamente sino el que tienes que ser, tu auténtico ser” (Ortega y Gasset, “El tema de nuestro tiempo”). La necesidad humana, en efecto, es el terrible imperativo de autenticidad. “Quien libérrimamente no lo cumple, falsifica su vida, la desvive, se suicida” (Ortega y Gasset, “El tema de nuestro tiempo”). La moralidad conducida en la práctica a través de una concepción ética, objetiva y universal, no es una artificialidad ni un deber impuesto, sino un requerimiento del mismo ser, una exigencia intrínseca de nuestra naturaleza, racional y libre, mediante la cual las acciones humanas se inclinan correctamente al fin que persiguen, un fin común a la especie: la felicidad o plenitud.

La acción del hombre sólo es comprensible en orden al fin al que se dirige. Un fin que, como hemos visto, es intrínseco al ser: el bien del hombre y de la humanidad. En la medida en la que las costumbres no se enraízan a este bien común estas son susceptibles de un juicio ético en el que sólo cabe la reprobación, pues lo único que resta esperar es una existencia que zozobra y una sociedad en la que el hombre se convierte en un lobo para el hombre (Homo homini lupus, Hobbes, “Leviatán”). Señala el Estagirita en su Ética que “el bien de una persona es algo deseable, pero es más hermoso y divino conseguirlo para un pueblo y para ciudades”. Sí, el bien común es el fin propio de las virtudes de la caridad y de la justicia, pues constituye el bien de todas y cada una de las personas que forman la sociedad; un bien común que hunde sus raíces en el principio absoluto de la incondicional dignidad del ser humano cuyo primado se reconoce en la praxis mediante el amor que debe regir las relaciones humanas. El bien común es el mayor bien deseable, pues no sólo no excluye el bien particular, sino que exige que toda persona tenga el suyo; y no hay bien mayor de la persona que alcanzar lo que uno debe ser – la plenitud existencial –. En consecuencia, sólo puede haber una ética universal vinculada al bien moral cuya rectitud descansa en la citada dignidad absoluta del ser humano, que debe ser respetada siempre como el pilar fundamental sobre el que se constituye toda sociedad: así, el bien particular es legítimo siempre y exclusivamente cuando es conforme o compatible con el bien común, que es un derecho de la persona a respetar por todos los miembros de la sociedad.

«El bien común incluye y presupone el debido respeto a la dignidad de la persona humana” (Antonio Millán-Puelles, “Léxico filosófico”). En consecuencia, el respeto a la dignidad de la persona es el respeto a un bien que es común a todos los miembros de la sociedad y que en la praxis supone y exige que todas las acciones humanas se encaminen, en tal reconocimiento, al desarrollo pleno de todos y cada uno de los proyectos personales, los cuales, a la vez, deben estar siempre subordinados al bien común del que todos deben beneficiarse. De este modo, la sociedad no se reduce al simple convivir, sino a la ayuda recíproca que deben dispensarse todos los ciudadanos para que la persona pueda vivir como le corresponde a un hombre. Así, convenimos y concluimos que toda norma moral, que todo comportamiento ético debe venir mediado por un fin, alcanzar el bien del hombre en el reconocimiento de su incondicional dignidad. No cabe, por tanto, el punto de vista ni la autonomía de una voluntad individual desligada del fin de la voluntad social, que es el bien de todas las personas. La dignidad y el bien de la persona son el fin de la ética, de la única ética posible, la de la virtud, que dictamina lo que es caritativo y justo y que debe ser protegida por las instituciones sociopolíticas.

comentarios
  1. Pablo F. dice:

    Hola, Joan.

    Coincido con lo que aquí expresas. Cuando la ética se basa en el propio punto de vista acerca de lo que es bueno o malo moralmente, lo que podría ser algo compartido por los hombres que viven en una misma cultura y participan de una similar cosmovisión, termina por ser una orquesta de grillos en la que cada cual interpreta una música distinta acomodándose la realidad a la simple opinión. Al final no sólo hay una disparidad de éticas, sino que como cada cual sigue su propia pauta parece que lo lógico – que no lo es- es respetar y tolerar la ética que cada cuale escoge con ese principio tan relativista de “si no hago daño a nadie” – ¿pero haces el bien a todos? –. Así, es imposible juzgar nada desde lo objetivo y universal sin caer presa de esa ofensa tan recurrente que es llamar fundamentalista a alguien que sólo quiere ser virtuoso. La existencia de distintas éticas no favorece en nada a la responsabilidad, y así cada vez somos menos responsables y el bien común resulta una auténtica utopía.

  2. Saludos Pablo.

    Comparto también la esencia de tu comentario, la conclusión es razonablemente evidente cuando impera esta variedad de éticas.

    Muchas gracias por comentar. Un saludo.

  3. Jaume dice:

    Haces mención a la pluralidad de éticas, entre ellas remarcas el utilitarismo. También marcaría con especial atención la ética del sentimiento, que también mencionas, como la más perjucidial de todas. Pienso que el emotivismo, muy presente, potencia el subjetivismo y la convicción errónea de que es imposible una justificación racional de la moralidad objetiva. Así, sin saberlo se apela a normas morales desde la idea de que no hay normas morales fundamentales más allá del propio sentimiento o experiencia aniquilando toda concepción metafísica de la moral del ser.

  4. Saludos Jaume.
    Cierto, el emotivismo es una de las muchas caras del relativismo ético.
    Muchas gracias por el aporto y por comentar. Un saludo.

  5. Mariano dice:

    La ética sólo puede mirar al bien comun y este es como señala Maritain, la conveniente vida humana de la multitud, de una multitud de personas; su comunicación en el bien vivir. Felicidades por la entrada, muy buena.

  6. Saludos Mariano. Así parece ser. Muchas gracias por comentar.

  7. Sigfrid dice:

    Nada hay más unitario que la ética. Una moral individual no puede subsistir si se altera y difumina
    la ética social. Gracias por ofrecer otra buena entarda, Joan.

  8. Saludos Sigfrid, así es como observo la realidad que nos ocupa. Lo comparto por entero. Muchas gracias por comentar.

  9. Negro dice:

    Muy cierto, existen valores morales objetivos y estos son todos aquellos que recogen la dignidad de la persona humana y tienen a esta como fin último. Si la persona no es un absoluto en ese caso ya no es necesaria ninguna ética; si el hombre puede ser un medio o un instrumento, toda ética, toda norma y ley es una tontería absurda.

  10. Saludos Negro, muchas gracias por la aportación. Un saludo.

  11. Miki dice:

    El problema es cuando quienes dirigen una sociedad y los ciudadanos no son mayoritariamente hombres de moral recta. Cuando en una sociedad no hay justicia las personas virtuosas son menospreciadas y las personas moralmente malas o reprobables resultan impunes o son premiadas. Esto ocurre cuando no se reconoce la dgnidad humana ni el bien común. Entonces, hay que lamentarlo, vivimos en un mundo donde impera la corrupción.

  12. Saludos Miki. Muchas gracias por comentar, interesante reflexión. Un saludo.

  13. Cristina Bec dice:

    Nunca alcanzaremos la plenitud en un sentido individualista. La verdadera virtuosidad radica en estar en comunión con los demás y, para mí como creyente, con Dios.

  14. Saludos Cristina. Parece ser que es así. Un saludo, muchas gracias por la aportación al tema, se agradece.

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