El hombre, aquel que tiene que ser

Publicado: 2 octubre, 2011 en Pensamiento

“Nuestra vida no nos es dada ya hecha, sino que vivir es, en su raíz misma, un estar nosotros haciendo nuestra vida” (José Ortega y Gasset, Misión de la Universidad). El hombre – insisto de nuevo -, por su intrínseca naturaleza ontológica, es un sujeto abierto a la realidad, a la perfección de su ser – ya dado – mediante el obrar. Toda persona busca alcanzar su plenitud existencial mediante la aproximación a la verdad. El ser humano es aquel que se detiene a pensar, que se sitúa más allá de los sucesos históricos y trasciende con y ante la mayor de las cuestiones: quién soy y adónde me dirijo. Estas dos preguntas fundamentales sitúan ya de hecho al hombre en una dimensión que va más allá de lo estrictamente temporal y contingente.

Es importante señalar, más en una época marcadamente relativista, que la verdad no es una realidad dependiente ni creada por la voluntad humana sino que ésta se halla, se descubre y, muchas veces, se rechaza. La verdad se acepta o se rechaza, pero es, constitucionalmente necesaria e insustituible en cuanto que es la causa última y el primer principio de la realidad. En este sentido es imposible que en el hombre se dé la felicidad sin la verdad y sin el saber del propio sentido (Juan Fernando Sellés, ¿Qué es filosofía?”.

El hombre busca la verdad porque en ella está su plenitud – plenitud que escapa del espacio y del tiempo en cuanto que la verdad es metahistórica, eterna –. La verdad es objetiva, es objeto de conocimiento del hombre, puede alcanzarse, descubrirse. En este sentido, el conocimiento a diferencia de la voluntad es independiente y autónomo del querer humano. Lo claramente distinto de la verdad, de la finalidad del hombre, es el error, es la ideología, que en su esencia afirma que la verdad no existe y, en consecuencia, hunde las cuestiones antes citadas en un sinsentido, ya que en ella sólo se afirma lo temporal, que no es otra realidad que escapar del propio destino: “La condición del hombre es, en verdad, estupefaciente. No le es dada e impuesta la forma de su vida como le es dada e impuesta al astro y al árbol la forma de su ser. El hombre tiene que elegirse en todo instante la suya. Es, por fuerza, libre. Pero esa libertad de elección consiste en que el hombre se siente íntimamente requerido a elegir lo mejor y qué sea lo mejor no es ya cosa entregada a arbitrio del hombre. Entre las muchas cosas que en cada instante podemos hacer, podemos ser, hay siempre una cosa que se nos presenta como la que tenemos que hacer, la que tenemos que ser; en suma, con el carácter de necesaria. Esta es lo mejor. Nuestra libertad para ser esto o lo otro no nos libera de la necesidad. Al contrario, nos complica más con ella. La necesidad cósmica consiste en que el astro no puede eludir su trayectoria. Pero, en cambio ésta le es regalada, no tiene que hacérsela él. Su conducta – su ser – le llega ya decidida y, por muy grande que sea y muy ardiente, va el astro, como un niño, dormido en la cuna de diamante de su órbita. El pobre ser humano, por el contrario, se encuentra colocado en una posición dificilísima. Porque es como si se le dijera: ‘si quieres realmente ser, tienes necesariamente que adoptar una muy determinada forma de vida. Ahora: tú puedes, si quieres, no adoptarla y decidir ser otra cosa que lo que tienes que ser. Mas entonces, sábelo, te quedas sin ser nada, porque no puedes ser verdaderamente sino el que tienes que ser, tu auténtico ser”. (José Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo).

Nietzsche con El anticristo y El ocaso de los dioses parece huir de su destino, de su auténtico ser. Pero, quien prescinde de la verdad – de Dios – prescinde de su propia verdad ontológica y antropológica y, queriendo ser otra cosa, acaba por no ser nada. El hombre, a diferencia del filósofo del martillo, no puede eludir que es un ser religioso, ¡enteramente religioso! El ser humano, vuelvo a señalar, mediante su naturaleza ontológica, a través de su libertad, puede abrirse en el tiempo a la eternidad, trascender. El hombre es eternizante; en el hombre se da la plena irrupción de lo eterno con la revelación de Dios y, de manera más plena, con la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, quien revela al hombre quién es el hombre. Así, aunque su estar – el del hombre – es temporal su ser es eterno si coexiste con y en Cristo, si en él se produce una cristificación – ser otro Cristo –.

El hombre, decía, busca la verdad. El cristianismo es la revelación de la verdad en cuanto que Dios mismo llama e interpela al hombre.     

comentarios
  1. Sugel dice:

    .Pues la verdad solo se hace patente en la medida en que el juicio hace presente la cosa y permite expresarla como es en la situacion radical de una conformidad con el modo de estar abierto el hombre Dasein un comportamiento respecto a un horizonte y un proyecto en el mundo una libertad que posee al hombre y por eso es ex-sistencia y tiene historia. El dialogo entre el Ser y el hombre es la historia donde se produce la aparicion o el ocultamiento de la verdad. El ocultamiento es lo contrario de la aletheia el ocultamiento puede parecer un estado natural al hombre por el uso de los entes que le sirven y le conducen al error.

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