La relación entre la libertad y la verdad

Publicado: 17 septiembre, 2012 en Pensamiento

Si el animal irracional no puede dejar de ser ese animal irracional y de actuar de acuerdo con los instintos, que es la forma de vida que le es impuesta; cada uno de nosotros se experimenta libremente teniendo que ser en todo momento. Así, para que aquel que debemos ser no sea una utopía perpetua o un abismo irremediable es necesario comprender la relación y la simbiosis existente entre la verdad y la libertad del ser humano, que es la que permite la consecución de aquello que denominamos vida lograda.

El hombre se sitúa más allá de la escala zoológica. No tiene otro remedio que reflexionar sobre su vivir y organizar su existencia en vistas a un fin que es el bien mayor, ser lo que uno debe ser de acuerdo a su naturaleza ontológica. Por esta razón, la verdad es una realidad necesaria que se impone al hombre en cuanto que es, en última instancia, la única garante de la libertad y la que confiere sentido a la existencia. Allí donde la verdad no es un valor en sí mismo, absoluto, el hombre corre el peligro de dejar de ser quien debe ser, de deshumanizarse, de no ser hombre o de ser un escéptico atrapado en su constante duda radical.

El hombre es un ser que tiene que elegir en todo instante su forma de vida, cierto. Sin embargo, no cabe elegir cualquier forma de vida ni el permitirse avanzar dando palos de ciego, sino que el obrar del hombre, para alcanzar su plenitud, debe ir acorde a la naturaleza misma de su ser. Es decir, el obrar del ser humano es conforme a un plan pensado cuyo pensamiento se enraíza necesaria y debidamente en la verdad que, a la postre, es la que confiere sentido a la existencia de toda persona. El hombre puede conocer esta verdad y los hombres pueden llegar a consenso porque la verdad es universal. Pero es necesario comprender que la verdad, que es un valor en sí misma y en la que está sujeta la misma dignidad del hombre, no se fundamenta en el consenso, pues se produciría un reduccionismo de la misma, sino que ella es el Absoluto que sustenta al hombre y al mundo: “La existencia de la verdad es conocida por sí misma. En efecto: el que niega la existencia de la verdad, concede que no existe; porque, si la verdad no existe, es cierto que no existe; y, si hay algo verdadero, es preciso que exista la verdad. Pero Dios es la verdad misma, según estas palabras de Juan (14,6): Yo soy el camino, la verdad y la vida. Por consiguiente la existencia de Dios es conocida por sí misma […] pero la existencia de la verdad primera no es una cosa que sea conocida por sí misma con relación a nosotros” (Tomás de Aquino, “Summa Theologiae”).

La verdad absoluta se manifiesta al hombre de un modo no absoluto, sino humano, para que pueda ser conocida y expresada por la persona humanamente – conteniendo lo absoluto – y, en consecuencia, pueda aproximarse a ella con una actitud de adoración (Joseph Ratzinger, “Natura e compito della teología”), percibiendo, pues, que no esta ante un medio, sino ante un fin al cual se ordena pues su ser de criatura halla en ella su dependencia ontológica. Que la verdad sea el Absoluto permite al hombre evitar toda subjetividad, todo abismo irremediable y toda utopía perenne y, al mismo tiempo y consecuentemente, entenderse como un ser libre que actúa libremente con el fin de adecuarse a la verdad para ser en plenitud quien debe ser (Joseph Ratzinger, “Verdad, valores, poder”), porque que la verdad sea el Absoluto quiere decir que no nace del pensamiento del hombre ni depende de su voluntad, sino que a la Verdad se accede mediante el diálogo (con Dios); es decir, la inteligencia finita del hombre se confía a la Inteligencia que lleva al mundo y al hombre; el fundamento firme sobre el que el hombre puede permanecer y ser en plenitud.

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comentarios
  1. Mauricio dice:

    Muy coherente tu articulo Joan, les sugiero a tus lectores que reflexionen en él.

    Saludos Figuerola

  2. Saludos Mauricio, muchas gracias por comentar. Un saludo.

  3. […] ser en el momento la pregunta por la verdad es una necesidad intrínseca de la naturaleza humana fundamental para el obra humano, pues el hombre organiza, libremente, su existencia, en todo momento, en vistas a su bien último: […]

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