En cuanto a las fuentes de conocimiento del dato revelado San Agustín dispone en un primerísimo y privilegiado lugar la Sagrada Escritura, para quien carece de duda alguna, si bien realiza una libre interpretación mediante una alegórica exégesis cuando el sentido literal proporciona una comprometida hermenéutica. En un nivel inferior, pero por ello no menos trascendente, estima la figura de la tradición, cuyo fundamento son los mismos apóstoles. En este sentido, afirma que cuando una realidad se encuentra universalizada en el seno de la Iglesia determina que su procedencia es de orden apostólico. No obstante, especifica, que la tradición no necesariamente puede o debe identificarse con la autoridad de la Iglesia, que es la verdadera depositaria de la regla de fe. Es en este sentido que afirma: “yo no creería ni al mismo Evangelio si no me moviera a ello la autoridad de la Iglesia Católica” (San Agustín, “Contra epistolam Manichaei quam vocant fundamenti”).
Es indudable que para San Agustín que por encima o al mismo nivel de la Iglesia no hay otra autoridad. De ella se recibe la Escritura y a ella debe acudirse, siempre, para encontrar una correcta interpretación del dato revelado, si bien, afirma, la razón humana es un valiosísimo instrumento, guiado por la fe, para admitir las verdades reveladas y conocerlas cada vez mejor y con mayor profundidad, pues la existencia de Dios es una verdad de la que nadie puede dudar, si bien el corazón del ateo, señala, pretende negarla, pero eso, el ateísmo, es la “locura de unos pocos” (San Agustín, “Sermones”). Aún así, afirma que si bien la razón no puede conocer la esencia de Dios, “si comprendes, no es Dios” (San Agustín, “Sermones”), considera decisivo el credo ut intelligam y el intelligo ut credam. (más…)