Es bien conocida la ideologizada Ley de la natalidad de 1979 de la República Popular China que prohíbe a sus ciudadanos gozar del parto de más de un descendiente hasta el extremo de asegurarse de su cumplimiento mediante esterilizaciones forzadas o la práctica del aborto. El rotativo británico ‘The Guardían’ habla de esta ley, en sus páginas de hoy, calificándola de “bárbara”. Señala también que la procreación y todas las facetas propias de la existencia de los ciudadanos chinos están profundamente controladas por el Estado. Sin embargo, este intervencionismo se encuentra también en otros países que sí aparentan poseer un sólido sistema democrático.
Nos hallamos en un Estado totalitario cuando la finalidad de éste no es el bien común si no el del aparato de gobierno o el de una élite concreta – oligarquía –, cuando el gobierno no busca el desarrollo de los proyectos personales en vistas al bien general de la sociedad, sino que, al contrario, se inmiscuye en la vida íntima de cada sujeto transformando o adaptando su deber ser, que emana del estatuto ontológico, al de la ideología. Ningún Estado o sistema democrático puede inmiscuirse en la educación y formación del ser humano hasta el punto de que dicha intromisión modifique de raíz las verdades últimas que vivifican y dan sentido a la existencia del hombre. Ningún gobierno democrático puede, por derecho, originar ni provocar ciudadanos morales ni forzarles a afrontar la existencia y su respectiva coyuntura mediante un determinado comportamiento ético. Es, y no me canso de insistir en ello, la persona misma, en cuanto sujeto ‘moral-libre’, quien puede fortalecer con su obrar una sociedad virtuosa: que sólo será aquella que reconoce el primado del hombre entendiéndolo como la única dignidad incondicional existente. (más…)