El cristianismo se presenta como una orientación existencial cuyo punto de referencia trascendente, Dios, permite al hombre salir de su vivencia de la nada del ser. Es obvio que en una sociedad democrática y plural los principios del cristianismo no pueden ser el fundamento moral universal que guíe el comportamiento ético de todos los ciudadanos. Otra cuestión bien distinta es que dichos principios, racionalmente meditados y democráticamente consensuados, se encuentren presentes y asumidos en el espacio sociopolítico junto con otros y todos en vistas al bien común. En cuanto a los cristianos, no podemos esperar que las verdades reveladas marquen la agenda política de nuestra democracia, pero sí aquellos puntos principales de la doctrina que tienen que ver y mucho con la incondicional dignidad de la persona humana y la consecución de la vida buena por parte de ésta.
El supuesto de una razón humana común es la base que permite justificar una moral común para la sociedad democrática y plural. No es posible ninguna teocracia ni, tampoco, que una determinada ideología marca el devenir ético y político de la democracia. La secularización del Estado exige la inclusión de todas las cosmovisiones y, al mismo tiempo, el diálogo y el consenso para hallar aquellos criterios morales que puedan ser aceptados y llevados a la práctica por todos los ciudadanos en pro del bien común y teniendo siempre como fundamento la incondicionalidad de la dignidad del ser humano. Pero no sólo es necesario reconocer en el ámbito teórico la incondicionalidad de la persona para alcanzar en la praxis el bien común que se obtiene de la potenciación y desarrollo de los proyectos personales de cada ciudadano, sino que es necesario que todos y cada uno de los ciudadanos aprenda, en el ámbito público, a adoptar también las perspectivas ajenas, y uno de los medios por los que se logra es la formación democrática de la voluntad constituida democráticamente. (más…)