Archivos de la categoría ‘Descartes’

René Descartes niega que los sentidos revelen la naturaleza de las sustancias. Sostiene, de hecho, que el intelecto humano es capaz de percibir la naturaleza de la realidad a través de una percepción puramente intelectual. Por tanto, para adquirir las verdades fundamentales de la metafísica debemos apartar la mente de los sentidos y volver hacia las ideas innatas que poseemos de la esencia de las cosas: la mente, cuya esencia es el pensamiento (res cogitans); Dios (que es la sustancia infinita) y el mundo (res extensa). En la segunda meditación introduce el descubrimiento de una verdad inicial, el cogito, que es conocido por el hecho simple de ser percibido con claridad y distinción por el entendimiento. De este modo, establece dicha percepción, que es independiente de los sentidos, como la marca – clara y distinta – de la verdad, es decir, el conocimiento de la naturaleza de la realidad se deriva de las ideas de la inteligencia, no de los sentidos.

El primer elemento o eslabón del conocimiento es el cogito: “Así, pues, supongo que todo lo que veo es falso; estoy persuadido de que nada de cuanto mi mendaz memoria me representa ha existido jamás; pienso que carezco de sentidos; creo que cuerpo, figura, extensión, movimiento, lugar, no son sino quimeras de mi espíritu. ¿Qué podre, entonces, tener por verdadero? […] ¿Qué sé yo si no habrá otra cosa, distinta de las que acabo de reputar inciertas, y que sea absolutamente indudable? […] Ya estoy persuadido de que nada hay en el mundo; ni cielo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpos, ¿y no estoy asimismo persuadido de que yo tampoco existo? Pues no; si yo estoy persuadido de algo, o meramente si pienso algo, es porque yo soy. Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que soy; y, engáñeme cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa cierta que esta proposición: ‘yo soy, yo existo’, es necesariamente verdadera, cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu» (Descartes, “Meditaciones metafísicas con objeciones y respuestas”. Traducción Vidal Peña). (más…)

Persiguiendo a Descartes (IV)

Publicado: 18 marzo, 2014 en Descartes, Filosofía

No son pocos quienes señalan la radical escisión entre la razón y la fe en Descartes. Es evidente que tienen algunos motivos para ello, pues el propio filósofo señala que la fe constituye la única excepción a la regla universal de la evidencia, en cuanto que su certeza deviene oscura en tanto supera los límites de la razón. Esto es así, porque para Descartes la fe, en sí, no es en propiedad un acto del entendimiento, sino más bien de la voluntad. Sin embargo, se confunden quienes interpretan que Cartesius sitúa a la fe en el ámbito de lo irracional.  En la cuarta meditación sitúa al hombre en un puesto entre Dios y la nada, donde la nada es el error y la privación y Dios la suprema verdad. La privación sería la carencia que un ser padece de algo que le es debido, que no es otra cosa que la capacidad de ver la verdad.

Así se expresa en la cuarta meditación, donde expresa que la libertad permite al entendimiento del hombre conocer la imagen y semejanza de Dios que lleva en él: “experimento que únicamente la voluntad o la libertad del libre albedrío es en mi tan grande que no concibo la idea de ninguna otra más amplia y más extensa: de modo que es ella principalmente la que me hace conocer que yo llevo la imagen y la semejanza de Dios”, para señalar que cuanto más se inclina uno por el conocimiento del bien y de la verdad o ppor disposición de Dios, más libremente elige: pues, para que yo sea libre, no es necesario que me mantenga indiferente en elegir uno u otro de dos contrarios; antes bien, cuanto más me inclino a uno, sea porque conozco evidentemente que el bien y la verdad se encuentran en Él, sea porque Dios dispone así el interior de mi pensamiento, tanto más libremente o elijo y lo abrazo”. En efecto, la gracia de Dios, lejos de disminuir la libertad y el entendimiento del hombre, los aumenta y fortifica. (más…)

Persiguiendo a Descartes (III)

Publicado: 18 marzo, 2014 en Descartes, Filosofía

Hasta el momento la certeza obtenida por Descartes se refiere a dos tipos de realidades: la sustancia pensante (cogito) y la sustancia infinita (Dios). Dios, que es veraz y bueno, puede producir todo lo que concebimos clara y distintamente como no contradictorio, es decir, sólo a partir de él podemos deducir la existencia efectiva de las cosas en cuanto que refrenda la seguridad de la razón por Él creada disipándose toda posibilidad de apariencia y engaño.

No obstante, no nos basta con saber que existen los cuerpos, sino que es necesario conocer también su esencia. Para esta empresa es menester indicar todas aquellas propiedades que convienen a las realidades materiales (res extensa), a saber, la figura, la divisibilidad, la impenetrabilidad, la extensión, la dureza, la fluidez y el movimiento. Las cuatro primeras son propiedades que se encuentran siempre presentes en la materia, mientras que las tres restantes no son propiedades intrínsecas de los cuerpos blandos, sólidos y en reposo. De este modo, sabemos, de partida, que la esencia la constituye alguna propiedad del primer grupo. ¿Cuál? Las tres primeras, la figura, la divisibilidad y la impenetrabilidad suponen la extensión, pero ésta no supone a las otras, de tal modo que la extensión es la esencia de la realidad material, pues se percibe con claridad y distinción respecto de las restantes propiedades que vinculamos con las cosas. (más…)

Persiguiendo a Descartes (II)

Publicado: 17 marzo, 2014 en Descartes, Filosofía

La duda deviene el apoyo de Arquímedes de la filosofía cartesiana, con el ‘cogito’ surge la primera certeza: “no hay, pues, ninguna duda de que existo si me engaña (el Dios engañador), y engáñeme cuanto quiera, jamás podrá hacer que yo no sea nada en tanto que piense ser alguna cosa. De modo que después de haber pensado, y de haber examinado cuidadosamente todo, hay que concluir y tener por establecido que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera siempre que la pronuncio o que la concibo en mi espíritu” (Descartes, “Meditaciones metafísicas”). Ya mencionamos que la duda es, con propiedad, el camino, el método que permite a Descartes armar el criterio de certeza, de modo que deben admitirse como indudables todas las cosas que percibimos con claridad y distinción (Descartes, “Meditaciones metafísicas”). Sin embargo, concluimos la entrada anterior con la sospecha de que quizá Dios puedo crearnos con una naturaleza dispuesta para el error o bien engañarnos por intervención suya en el proceso de percepción de la realidad. De este modo, el siguiente paso no es otro que averiguar la existencia de Dios.

Algunos objetarán de la conveniencia de este siguiente paso, sin embargo, el propio Descartes avisa que quienes prefieran negar la existencia de Dios antes de creer en la incertidumbre que plana sobre las demás realidades y atribuyan su existencia y su ser a una especie de destino tal como el azar o una serie continua y un enlace de cosas, si el error es una propiedad del entendimiento humano, cuanto menos poderoso sea el autor al que atribuyen su existencia y ser, tanto más probable será que nosotros seamos tan imperfectos que nos engañemos siempre (Descartes, “Meditaciones metafísicas”). Por tanto, examinemos si Dios existe realmente. (más…)

Persiguiendo a Descartes (I)

Publicado: 13 marzo, 2014 en Descartes, Filosofía

No existe hombre alguno que quiera permanecer en la mentira o el error. Todos buscamos la verdad y anhelamos hallarla con una certidumbre absoluta e incondicional, y más que en el ámbito del saber, que también, sobre todo para vivir conforme a ella. Sin embargo, acontece, que unos y otros se empeñan, a partir de ideas propias, a sostener cómo debe ser la verdad y los principios que emanan de ella. Algunos de estos quisieran y quieren establecer la verdad con una certeza matemática que de razón de todo.

Es indudable que a todos nos interesa, en lo posible, emitir juicios tan ciertos que sobre ellos no se derrame posibilidad alguna de error, pero, ¿cómo será posible que lo que uno conoce sea sin mácula de duda, verdadero? ¿El conocimiento del hombre no tiene límite o hasta dónde es capaz de conocer? Para ello, quizá podríamos llevar a cabo, convenientemente, la misma gesta que Descartes anuncia en la primera regla del ‘Discurso del método’, que no es otra tarea que la de no admitir como verdadera cosa alguna para no comprender, en nuestros juicios, más que aquello que se presenta a nuestro entendimiento de manera clara y distinta. (más…)

Descartes llega a la idea de la existencia de Dios por distintas vías. Una de ellas es a través de la presencia de la idea misma de Dios en nosotros, que se justifica si realmente existe Dios, quien pone su idea en nosotros, ¿o no descubrimos la autoría de un escrito por la firma? (Gn 1, 27). Para Descartes la idea de una sustancia infinita es la más clara y distinta de todas. No obstante señala que si bien es concebible no es comprensible; es decir, jamás alcanzamos un conocimiento completo de Dios – pues quedaría limitado por nuestro entendimiento – en cuanto que la incomprensibilidad se halla contenida en la razón formal de lo infinito.

Otra de las vías por las que accede a Dios es mediante la imperfección del ser del hombre. Hemos visto que el hombre es un ser pensante – cogito, ergo sum – que tiene la idea de Dios – “un hombre jamás puede verse obligado a pensar en la existencia de una cosa de la que no tiene ninguna idea. Cualquiera que afirme que puede, juega con las palabras” (George Berkeley, “Comentarios filosóficos”) –, un ser infinitamente perfecto. Al respecto, es necesario indicar que concebir la idea de un ser perfecto implica entender la existencia de un ser dotado de una perfección infinita de la que carecemos los hombres; aunque si estuviese en nuestra facultad poder ser infinitamente perfectos como Dios lo seríamos, pues el hombre, por su estatuto ontológico, tiende siempre al bien en cuanto lo concibe – las cosas son queridas porque son buenas –. Sin embargo, si no podemos darnos a nosotros mismos las perfecciones que percibimos en Dios, menos aún está en nuestro dominio el procurarnos la existencia: “a cualquiera que sea capaz de la más mínima reflexión le resulta claro que nada es más evidente que la existencia de Dios, es decir, de un espíritu que está inmediatamente presente a nuestras mentes produciendo en ellas toda esa variedad de ideas o sensaciones que continuamente nos afectan, del que dependemos total y absolutamente; en una palabra, en quien vivimos, nos movemos y existimos” (George Berkeley, “Principios del conocimiento humano”). Esta idea también se halla presente en Wittgenstein: “no puedo dirigir los acontecimientos del mundo según mi voluntad: soy enteramente impotente” consecuentemente “al significado de la vida, esto es, al significado del mundo, lo podemos llamar Dios” (Ludwig Wittgenstein, “Notebooks”). Descartes concluye que existe una causa primera, Dios, que nos confiere el ser continuamente, lo mismo parece apuntar Berkeley: “viendo que no dependen de mí pensamiento (las ideas) y que tienen una existencia distinta de ser percibidas por mí, tiene que haber alguna otra mente en la que existen. Por tanto, es tan seguro que el mundo realmente existe como que hay un espíritu infinito, omnipresente, que lo contiene y lo soporta” (George Berkeley, “Tres diálogos entre Hilas y Filonus”). (más…)

La metafísica se ocupa del estudio de la causa última y de los primeros principios y más universales de la realidad. El Estagirita la llama filosofía primera, pues a diferencia de cualquier otra, ya sea la antropología, la filosofía de la naturaleza, la filosofía de la ciencia, etc., no se ocupa de una parte, sino de toda la realidad. “Todos los hombres desean naturalmente saber” (Aristóteles, “Metafísica”), pues nadie quiere permanecer en la mentira o en el error, para alcanzar la plenitud existencial mediante el conocimiento de la verdad sobre sí mismo y el mundo. La búsqueda de una certidumbre en el ámbito del vivir, sobre todo, parece indispensable pues en ello se ocupan los hombres desde el comienzo de los tiempos. No obstante, “¿hay en el mundo algún conocimiento tan cierto que ningún hombre razonable pueda dudar de él?” (Bertrand Russell, “Los problemas de la filosofía”).

René Descartes se propone una nueva ciencia mediante el método matemático que sea capaz de explicar las leyes de la física y de la metafísica con una certeza tan absoluta que resulte clara y evidente a cualquier razón. Una tarea francamente difícil cuando en la vida cotidiana es evidente que tomamos por ciertos muchos conocimientos que, después de un riguroso análisis, resultan ser un error. De este modo, qué puedo conocer que de manera clara y distinta pueda afirmar que es verdadero y, al mismo tiempo, se convierta, sin dejar nada fuera de su consideración, en fundamento absoluto para alzar todas las demás certezas – el mundo y el hombre – que conciernen al correcto desarrollo de la existencia humana en la praxis y su sentido. Con acierto o con honradez y para evitar falsos dogmatismos y subjetivismos Descartes realiza una correcta distinción que siempre deberíamos tener en cuenta: “Querer inferir de la Sagrada Escritura el conocimiento de verdades que únicamente pertenecen a las ciencias humanas y no sirven para nuestra salvación, no es más que utilizar la Biblia para unos fines para los que Dios no la ha dado en absoluto y, consiguientemente, manipularla” (René Descartes, carta a Plempius, agosto de 1638. publicada en «Oeuvres de Descartes» de Charles Adam y Paul Tannery). En este sentido, es importante que ninguna cosmovisión, teísta o ateísta, estructure el conocimiento de la realidad, sino que el conocimiento de la realidad nos conduzca a sostener una u otra al descubrirla como fundamento. (más…)

Con La enigmática muerte de René Descartes, una investigación del profesor de filosofía Theodor Evert, resurge en los medios la hipótesis de que el paladín del racionalismo no murió de pulmonía como mantiene la tesis oficial, sino que fue envenenado por misteriosos intereses. Esta idea, que saltó a la palestra hace 30 años, ha sido recogida a lo largo de las últimas décadas. Luciano Canfora ya insinuó la idea de Evert en Una profesión peligrosa. La vida cotidiana de los filósofos griegos (Anagrama, Barcelona, 2002). (más…)