¿La desobediencia civil, no violenta, goza de justificación moral en democracia cuando se propone un cambio en las leyes del Estado para alcanzar una sociedad más justa que reconozca y respete la incondicional dignidad de la persona? ¿Esta desobediencia pacífica no muestra el papel de servidores de la sociedad de sus promotores en cuanto estiman preferible el bien común? Pensemos en Nelson Mandela y su encomiable batalla contra el apartheid por la que pasó 27 años en prisión, pero también en Gandhi, en Martin Luther King, en Rosa Parks, en Lech Walesa y tantos otros que antepusieron su bien personal en defensa de los derechos humanos. ¿No se justifican moralmente las manifestaciones pacíficas en contra de la guerra, del aborto o la pena de muerte cuando su único fin es el reconocimiento de la incondicional dignidad de la persona?
La desobediencia civil sin violencia, que evita el daño directo a terceras personas, busca la justicia social sin desmarcarse del amor por la ley y la democracia, pues estos son los instrumentos que deben garantizarla. Así, en vistas al bien común, esta desobediencia se dirige al conjunto de los ciudadanos para demostrarles que los derechos humanos no son respetados por el Estado, y a éste último para que recapacite por sus políticas erróneas y reforme la ley. El amor por la ley y la democracia se aprecia cuando el desobediente acepta las consecuencias jurídicas de su acción. Su objetivo no es la conspiración ni el desorden, sino el deseo del cambio de los principios políticos del Estado mediante ese diálogo moral que interpela a la consciencia. Por otro lado, la desobediencia civil es, en ocasiones, el único modo por el que se puede denunciar la injusticia, pues en general los medios de comunicación o están controlados o tienden a ofrecer un tiempo muy limitado en un espacio marginal a tales reivindicaciones sociales. (más…)