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El Aquinate arranca la exposición sobre la moral a partir de la ética del Estagirita señalándose que el fin último es un bien querido por sí mismo y que, conseguido, ya no se busca nada (Tomás de Aquino, “Suma Contra Gentiles, III, 40), pues restan satisfechas la voluntad y todas las tendencias humanas, alcanzándose la plenitud. Dios, creador del universo y de las creaturas, es el fin último, pues en Él todo ser creado sacia un apetito que no completan otras realidades contingentes que también despiertan el interés del hombre, piénsese en el dinero, la fama, el poder, etc. (Tomás de Aquino, “Suma Teológica, I-II).

Para il buon fra Tommaso ninguna realidad contingente, si bien confiere una felicidad parcial, no cumple la condición absoluta de fin último, pues todas ellas si no son medios tienen una limitación en el tiempo. Así, el único bien concaracter infinito que sacia por completo es Dios.  El aquinate señala que la felicidad completa la confiere el conocimiento de la esencia de Dios. Sin embargo, advierte que la experiencia enseña que esta felicidad no es posible en la vida presente, por ello habla de la felicidad imperfecta, que recuerda a los grados de felicidad de Aristóteles. (más…)

Una de las vías acerca de la felicidad que encontramos es el escepticismo, que presenta diversas interpretaciones a lo largo de la historia. En líneas generales afirma que aunque existen distintas cosmovisiones, en última instancia no puede alcanzarse una comprensión incondicional de la realidad y, por tanto, es preciso detener el juicio (Sexto Empírico, “Esbozos pirrónicos”) antes de establecer, con posibilidad de error, una postura que conduzca al dogmatismo (Julia Annas y Jonathan Barnes, “The modes of Scepticism”). No obstante, es preciso señalar que la idea de que no hay posibilidad de alcanzar una comprensión última de la realidad y de establecer, consecuentemente, una posición ética no se halla en la realidad misma sino en la visión que tiene de ella la persona, en este caso la escéptica.

A diferencia del escepticismo que sostiene el hombre medio contemporáneo, el escepticismo antiguo defendido por Pirrón o Sexto Empírico sí considera la teoría del fin último, si bien de una manera particularísima: “Fin es ‘aquello en función de lo cual se hacen o consideran todas las cosas y él en función de ninguna’, o bien ‘el término de las cosas a las que se aspira’. Pues bien, desde ahora decimos que el fin del escepticismo es la serenidad de espíritu en las cosas que dependen de la opinión de uno y el control del sufrimiento en las que se padecen por necesidad” (Sexto Empírico, “Esbozos pirrónicos). Para los escépticos, pues, la felicidad descansa en mantener una postura serena, cercana a la ataraxia, ante la realidad contingente. (más…)

El hedonismo se encuentra presente en corrientes éticas contemporáneas, si bien se distinguen de manera neta de la concepción de Epicuro por su dimensión materialista – Pensemos en La Mettrie, que fundamentándose en el atomismo de Demócrito sostiene que el hombre no es más que una complicada máquina material –, por su planteamiento utilitarista – Bentham afirma que el hombre se encuentra entre dos realidades, el placer y el dolor que regulan el carácter moral de las acciones distinguiéndose en buenas si prevalece el primero – o por su noción positivista – Schlick, desde una postura antimetafísica, sostiene el egoísmo psicológico, teoría según la cual el deseo de alcanzar el placer personal es el fin de toda acción.

Es innegable que todo ser humano, por sentido común, evita, en lo posible, toda manifestación dolorosa o ingrata en su existencia del mismo modo que se procura la complacencia. No obstante, el placer no puede ser el fin último que motiva la acción de la persona sino una consecuencia que procede de realizar una acción moralmente buena. Si el placer es visto como el bien último el hedonista se encontrará en la perpetua batalla contra el hastío y el vacío interior pues con total seguridad no hallará un placer infinito. (más…)

Son muchos quienes encuentran contenido el bien del hombre en la felicidad, y no son menos quienes estudian la exposición que hace al respecto el Estagirita, en especial en la Ética Nicomáquea. Desde John Lloyd Ackrill a Amélie Oksenberg Rorty, pasando por Sarah Broadie y John M. Cooper, son un sinfín los autores que se aproximan a la teoría aristotélica, que arranca de una concepción teleológica del obrar humano en la cual se reflexiona acerca de cuál puede ser la mejor forma de vida, la más humana pero la más admirable, aquella que posea el bien mayor.

Sobre la felicidad existen una plétora de consideraciones, algunas, ya veremos, de las más dispares. El Estagirita no la encuentra en aquellos bienes concretos que se juzgan necesarios, según las diferentes opiniones, para ser felices, sino en una realidad por la cual el hombre se distingue del resto de los seres vivos: la razón. Es decir, lo propio y lo que le corresponde al ser humano, por su estatuto ontológico, es la vida racional, la virtud – dianoética y moral –, que permite armar la existencia con unidad y sentido. Ya que lo propio del sujeto humano es la vida racional la actividad más sublime será la contemplación de la verdad y de las cosas bellas y divinas. (más…)

 

“Es evidente que la ciudad-estado es una cosa natural y que el hombre es por naturaleza un animal político o social; y un hombre que por naturaleza y no meramente por el azar, sea apolítico o insociable, o bien es inferior en la escala de la humanidad, o bien está por encima de ella… y la razón por la que el hombre es un animal político en mayor grado que cualquier abeja o cualquier animal gregario es algo evidente. La Naturaleza, en efecto, según decimos, no hace nada sin un fin determinado, y el hombre es el único entre los animales que posee el don del lenguaje. La simple voz, es verdad, puede indicar pena y placer y, por tanto, la poseen también los demás animales…, pero el lenguaje tiene el fin de indicar lo provechoso y lo nocivo y, por consiguiente, también lo justo y lo injusto, ya que es particular propiedad del hombre, que lo distingue de los demás animales, al ser el único que tienen la percepción del bien y del mal, de lo justo y lo injusto y de las demás cualidades morales, y es la comunidad y participación en estas cosas lo que hace una familia y una ciudad-estado”.

 

                                                                  Aristóteles, Política, I, 1, 1253