Archivos de la categoría ‘Amor’

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El hombre es un ser eminentemente social. La identidad de cada uno de nosotros se constata frente a la del otro; en este sentido, es posible el ‘yo’ porque enfrente hay un ‘tu’ que lo reconoce. En ese instante nace la comunidad, cuyo único fin es la vida plena sumida en el bien. La política, en efecto, no surge sólo como una herramienta para organizar la vida en común, sino que fundamentalmente para asegurar el bien de todos y cada uno de los miembros de la ciudad. Así, el bien común garantiza el desarrollo integral de la persona de acuerdo con su estatuto ontológico. (más…)

abortosCorríjanme si me equivoco, pero de todas las formas de amor sólo hay una que es incondicional, el amor de madre. Ningún hijo tiene que alcanzar mérito alguno para conquistar el corazón de su madre; ella lo ama, de modo irrestricto, por quien es, tanto antes como después del nacimiento, pues desde la concepción obra una unión simbiótica entre la madre y el hijo. En un principio, el feto, que es un quien, es parte de la vida de la madre y, al mismo tiempo, ella es el cosmos del nonato, el hogar. Así, la vida de ambos se encuentra realizada por una relación cuyo fundamento es y será siempre el amor, y éste, sin la menor duda, es el desvelo permanente por la vida. ¿No es el crecimiento del amado (el hijo) el motivo por el cual la persona enamorada (la madre) brinda su ser, sin reservas y, al mismo tiempo, la fuente del propio crecimiento de uno en el acto de amar? ¿O puede existir el amor sin la preocupación en acto del crecimiento de quien es objeto de nuestro amor?

La madre no ama al hijo por interés o merecimiento de éste, sino, simplemente, porque es su hijo desde el instante mismo en que se constituye en una realidad biológica, humana, en sus entrañas. Desconozco el argumento por el que estas tres activistas defensoras del aborto manifiestan que “el aborto es sagrado”. Sin embargo, pregunto: ¿existe forma más elevada de amor que el de la madre?, ¿no es el amor materno-filial, quizá, el más sagrado y generoso de todos los vínculos emocionales que se pueden establecer recíprocamente entre las personas humanas? Sí, quizá, y por experiencia, alguien presentará el caso de madres que no aman a su hijo, pero no serán más que excepciones. (más…)

Dado que los gobiernos no siempre o casi nunca son buenos ni sabios, “¿de qué forma podemos organizar las instituciones políticas a fin de que los gobernantes malos o incapaces no puedan ocasionar demasiado daño? (Karl Popper, “La sociedad abierta y sus enemigos”). Para evitar el mayor daño posible a la sociedad es innegable que hay que procurar que no sea una vana esperanza el contar, en un presente no lejano, con gobernantes moralmente buenos e intelectualmente excelentes. Para este fin es necesario atender a dos imperativos que expresa Tomás Moro: “Exhorto a mis hijos… a colocar la virtud en el primer lugar de todos los bienes, y al saber, en el segundo; y a estimar más que otra cosa en sus estudios todo lo que les enseñe piedad hacia Dios, caridad con todos, y modestia y humildad cristianas en ellos mismos” (“Un hombre para todas las horas. La correspondencia de Tomás Moro (1499-1534)”).

Si no acontece así, si quienes gobiernan no son moralmente buenos ni intelectualmente excelentes, y lo mismo acontece entre quienes son gobernados, ¿no es fácil que cualquier forma de gobierno, incluida la democracia, termine por manifestar formas autoritarias? “La historia puede ser un relato de terror reproducido hasta el infinito por unos participantes que ignoran las consecuencias de su propia conducta” (Tony Judt, “Pensar el siglo XX”, p. 249). En efecto, el gobernante que prefiere el bien aparente a al bien real desafía a la propia moral pervirtiendo la ley o disponiéndola para su propio beneficio, lo que se traduce, en consecuencia, en la pérdida de libertad de los gobernados. Éstos, si desconocen el bien real respecto del que se ordenan todos los medios para el fin del hombre, la felicidad, ¿podrán cuestionar los excesos de quienes gobiernan? (más…)

paz7No hay día en que los medios no informen de un trágico suceso: guerras, atentados, crímenes. Sin embargo, no hace falta salir del ámbito familiar o del círculo más cotidiano para encontrar la presencia de la discordia, la disputa y la ofensa entre las personas. A la luz de los hechos parecería que la naturaleza del hombre se halla dispuesta a generar injusticia en vistas a alcanzar un erróneo beneficio particular. El egocentrismo nos separa del amor, que es el justo modo en que deberían tratarse los seres libres que gozan de una dignidad incondicional.

Los cristianos y todas las personas en general que siguen cualquier sistema de pensamiento y acción compartido por un grupo, que da al individuo una orientación y un objeto de devoción, no escapan de la posibilidad de transformar este sistema en una ideología susceptible de generar injusticia. En este sentido, y en particular los cristianos, hemos de ser conscientes de que la paz se encuentra en el centro del mensaje revelado en el Evangelio: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” (Lc 2, 14), que son todos, la entera humanidad. (más…)

pobreLa finitud de la vida, coronada por la muerte a los ojos de los hombres que permanecen en este orbe, deviene un misterio por la imposibilidad de aproximarse a ella con el fin de alcanzar una seguridad próxima a la de la certeza matemática. Por mucho que la ciencia natural nos permita descubrir los más profundos secretos de la naturaleza y sus leyes todavía quedará por responder a la más alta, trascendente y vital de las cuestiones: el enigma de la vida, del que no se posee certeza terminante más segura que la necesidad intrínseca de desarrollarla con total autenticidad.

¿Cómo debemos vivir nuestra existencia para experimentarla en toda su potencialidad? Resulta evidente, a la luz de la historia, que por el deseo de poder y de nombre los hombres entran en disputa; unos viven en la opulencia material y otros en tal parquedad que incluso el alimento es una necesidad que no pueden procurarse por sí mismos. Este modo de vida en sociedad lejos de convertir al hombre en algo sagrado lo transforma en un salvaje lobo para el otro. Vivimos en competencia constante los unos contra los otros y sólo cuando ‘tenemos tiempo’ practicamos cierta actividad solidaria, la mayor de las veces para tranquilidad de nuestra conciencia. ¿Por qué no poner punto y final a esa estupidez que sólo genera desasosiego y depresión? ¿Por qué en lugar de causar sufrimiento y desánimo no colaboramos para alcanzar el deleite y el entusiasmo que ofrece una vida lograda?    (más…)

the guardian china abortoEs bien conocida la ideologizada Ley de la natalidad de 1979 de la República Popular China que prohíbe a sus ciudadanos gozar del parto de más de un descendiente hasta el extremo de asegurarse de su cumplimiento mediante esterilizaciones forzadas o la práctica del aborto. El rotativo británico ‘The Guardían’ habla de esta ley, en sus páginas de hoy, calificándola de “bárbara”. Señala también que la procreación y todas las facetas propias de la existencia de los ciudadanos chinos están profundamente controladas por el Estado. Sin embargo, este intervencionismo se encuentra también en otros países que sí aparentan poseer un sólido sistema democrático.

Nos hallamos en un Estado totalitario cuando la finalidad de éste no es el bien común si no el del aparato de gobierno o el de una élite concreta – oligarquía –, cuando el gobierno no busca el desarrollo de los proyectos personales en vistas al bien general de la sociedad, sino que, al contrario, se inmiscuye en la vida íntima de cada sujeto transformando o adaptando su deber ser, que emana del estatuto ontológico, al de la ideología. Ningún Estado o sistema democrático puede inmiscuirse en la educación y formación del ser humano hasta el punto de que dicha intromisión modifique de raíz las verdades últimas que vivifican y dan sentido a la existencia del hombre. Ningún gobierno democrático puede, por derecho, originar ni provocar ciudadanos morales ni forzarles a afrontar la existencia y su respectiva coyuntura mediante un determinado comportamiento ético. Es, y no me canso de insistir en ello, la persona misma, en cuanto sujeto ‘moral-libre’, quien puede fortalecer con su obrar una sociedad virtuosa: que sólo será aquella que reconoce el primado del hombre entendiéndolo como la única dignidad incondicional existente. (más…)

Fraternidad

Publicado: 29 abril, 2013 en Amor, Ética y Moral

 

El amor, que es la forma sublime en que se tratan las personas, exige el primado del hombre, la comprensión de que aquel que es un fin en sí mismo sólo es susceptible de ser querido, sólo es apto para ser destinatario del bien. Nadie, bajo ninguna circunstancia, puede ser tratado como un medio, como un instrumento para alcanzar un bien aparente. La película “Joyeux Nöel” de Christian Carion sirve perfectamente para descubrirnos que la fraternidad, por sorpresa, es un concepto ético que tiende a olvidarse. En los medios de comunicación, en el discurso político y en las tertulias improvisadas que surgen en nuestra cotidiana realidad aparecen con suma frecuencia dos conceptos que entendemos como derechos fundamentales, la libertad y la igualdad. Sin embargo, es imposible practicar con rigor y extensión la libertad y la igualdad sin reconocer en la praxis que la fraternidad es su fundamento, que los hombres no sólo viven juntos, sino que cooperan conjuntamente en vistas al bien común, que es el verdadero bien del hombre, pues sólo él es el fin de todas las cosas creadas por Dios.

La tregua de Navidad de 1914 que rememora el filme de Carion sólo supuso una interrupción en la cruenta primera contienda mundial. Sin embargo, enseña qué ocurre cuando los hombres siguen el designio de Dios en lugar de satisfacer la propia complacencia y se unen, abandonando las armas por las que se matan los unos a los otros según las directrices e intereses de sus superiores, para celebrar el nacimiento del Mesías, el Salvador que redime a todos los hombres de todas las naciones, creencias e ideologías. La presencia de Dios está inscrita en la naturaleza ontológica del ser humano. Experimentamos en nuestro espíritu lo eterno y lo absoluto como verdadera realidad que anhelamos y perseguimos por intrínseca necesidad de nuestro ser. Descubrimos que estamos condenados a ser libres (Sartre, “El ser y la nada”), que nuestra existencia se halla ante una decisión (Heidegger, “Ser y tiempo”) que es elegir, en todo instante, la forma de nuestra vida (Ortge y Gasset, “El tema de nuestro tiempo”); una forma de vida, que emana de nuestro estatuto ontológico, que exige un determinado comportamiento ético para alcanzar la plenitud. (más…)

Incluso en un mundo donde los hombres convivimos subordinados a un sistema donde el fin no es la persona, en el reconocimiento de su dignidad, sino que esta es transformada en medio o instrumento para el interés económico de una oligarquía que destierra la ética de la política y con ello el bien común, la caridad es una realidad visible. El amor a los hombres, que es una tendencia innata que se desarrolla mediante la virtud de la caridad o que decrece cuando se quiere a las realidades materiales por sí mismas, con ese amor que sólo corresponde dispensar a las personas, es el mejor testimonio de Dios.

El amor, el modo perfecto de tratarse los hombres, se da en cuanto se comprende el valor de persona, que es el mayor bien existente, pues todas las demás realidades son instrumentos para alcanzar su perfección. En efecto, la actitud con la que se relacionan entre sí las personas, que son un fin en sí misma, viene gobernada por el amor. El amor es la manifestación espontánea del hombre y amar es tratar a las personas con razón de fin y a las cosas como bienes para ellas; es decir, mediante el amor se da a cada hombre lo que es propio en cuanto ser humano. De ahí que con la virtud de la caridad florece la virtud de la justicia, pues cuando se ama al hombre se le da lo que le es propio y se alcanza el bien común. (más…)