Desde mis tiempos de estudio de filosofía en la Universidad de Navarra permanece en los archivos de mi memoria la definición ‘el hombre es una sustancia individual de naturaleza racional’ que ofrece Boecio en “Liber de persona et duabus naturis, Contra Eutychen et Nestorium”. ¿Qué entendemos por sustancia individual? Con este concepto filosófico se resalta la individualidad de la persona, la incomunicabilidad de su ser; es decir, lo que está-en-sí y no en-otro. El ser humano, el sujeto Sócrates, es único.
El hombre no es sólo una sustancia individual, sino que además posee una naturaleza racional; es decir, tiene la capacidad de autoconciencia y de libertad. Esto quiere decir que el ser humano, Sócrates, posee voz por sí mismo; de aquí la declaración del Derecho Romano: “persona et sui iuris et alteri incommunicabilis” (la persona es sujeto de derecho e incomunicable para otro). ¿Qué quiere decir esto? Que cada individuo de la especie Sapiens es único e irrepetible, es decir, la dignidad es un elemento constitutivo de la persona y causa de su singularidad respecto a los demás seres: es dueño de sus actos y de su ser.
En una sociedad en la que el valor de la persona reside en su utilidad, pues el sistema económico y de producción muestra que el valor y la dignidad de la persona no es lo radicalmente prioritario, sino que al hombre se le concibe, casi exclusivamente, como obrero y como consumidor de bienes materiales ajenos a su desarrollo personal: la persona no es vista como un fin, sino como un medio; la búsqueda de la verdad y del bien en la que se realiza la persona no aparecen en los fines de la economía. En consecuencia, es de suma importancia la comprensión de la trascendencia y dignidad del sujeto humano.
La economía, la tecnología y todas las demás realidades existentes son instrumentos de las necesidades humanas; sin embargo, en bastantes ocasiones, en la sociedad de consumo el hombre se concibe como un útil desechable. Pero la persona es un fin y no un medio, pues como hemos dicho es autoconsciente, se autoposee. Si perdemos de vista que la incondicional dignidad del hombre procede de su estatuto ontológico, es decir, que es digno por el mero hecho de ser un individuo de la especie humana, el hombre puede llegar a hacer del hombre cualquier cosa, tratarlo como un medio o instrumento e incluso ofrecerle el trato propio de las bestias. Y es que toda atrocidad contra el ser humano no procede de ver al hombre como persona, sino como un objeto o medio. Cuando esto ocurre, la persona se torna esclava de su propio obrar viéndose a sí misma como un objeto manejable cuya trascendencia no va más allá de su utilidad.
El hombre, como sustancia individual de naturaleza racional, es un fin en sí mismo; su dignidad es una cualidad ontológica, por lo que pertenece y se reconoce en todo sujeto humano. Por tanto, toda ley y toda acción del hombre hacia el hombre mismo deben inspirarse siempre en el respeto a la dignidad de la persona, que es el antes lógico y ontológico para la existencia y especificación de los derechos humanos.
En cuanto al cuerpo, éste debe entenderse como una parte esencial del ser, pues no es un accidente que le sobreviene al hombre. Cuando pensamos en Sócrates pensamos en él con su cuerpo, pensamos en una totalidad en la que se aglutinan en una perfecta simbiosis lo espiritual y lo material. El cuerpo es una exposición dinámica de la persona misma; con el gobierno del cuerpo somos conscientes de la libertad, de que nos poseemos a nosotros mismos, que somos el principio de nuestras operaciones, que no somos marionetas de nada ni de nadie. De este modo el cuerpo – que no reduce al hombre a simple cuerpo – participa y comparte la dignidad que corresponde a la persona entera por su estatuto ontológico. Si disponemos del cuerpo de otro en contra de su voluntad, pensemos en un esclavo, se trata a toda su persona como un objeto y no sólo a su cuerpo. El ser de la persona no es divisible, cuerpo y ser no corren al margen sino que la personalidad se expresa encarnada. Quien utiliza el cuerpo como medio o instrumento, pensemos en la prostitución, se utiliza a sí mismo como medio o instrumento, de modo que mancilla su dignidad, pues la persona es un fin en sí misma.