El nihilismo es un vacío sin sustancia, una nada en suma que conduce, por el subjetivismo, a la pérdida de la realidad misma en la afirmación radical de la inconsistencia de la vida. No obstante, ¿este rechazo del carácter ontológico de la existencia se encuentra en la realidad misma o está, más bien, en la visión de la persona, en la confianza – en la fe – de la insignificancia o incoherencia del mundo? ¿Cómo puede entenderse este sinsentido ante la confrontación inapelable con el ser, cuya acción tiende siempre a un fin? Si todas las cosas que llegan a ser y son muestran la intrínseca tendencia a un punto de conclusión, que es, en definitiva, la propia finalidad del acto de ser que tiende, por su esencia, a realizar la perfección de su naturaleza ontológica, ¿cómo puede sostenerse, con rigor, la inanidad de la existencia?
La realidad es inteligible, por tanto, no cabe la desconfianza de la razón del nihilista, que en aras de la misma razón la condena al absurdo. Tal inteligibilidad de la realidad muestra no sólo el orden de las cosas, sino también el orden de las causas universales y necesarias, que se opone y desmonta la voluntad febril por el no-ser: “pues nos encontramos que en el mundo sensible hay un orden de causas eficientes. Sin embargo, no encontramos, ni es posible, que algo sea causa eficiente de sí mismo, pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible. En las causas eficientes no es posible proceder indefinidamente porque en todas las causas eficientes hay orden: la primera es causa de la intermedia; y ésta, sea una o múltiple, lo es de la última. Puesto que, si se quita la causa, desaparece el efecto, si en el orden de las causas eficientes no existiera la primera, no se daría tampoco ni la última ni la intermedia. Si en las causas eficientes llevásemos hasta el infinito este proceder, no existiría la primera causa eficiente; en consecuencia no habría efecto último ni causa intermedia; y esto es absolutamente falso. Por lo tanto, es necesario admitir una causa eficiente primera. Todos la llaman Dios” (Tomás de Aquino, “Suma Teológica”, q. 2, a. 3).
Al mismo tiempo “encontramos que las cosas pueden existir o no existir, pues pueden ser producidas o destruidas, y consecuentemente es posible que existan o que no existan. Es imposible que las cosas sometidas a tal posibilidad existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad de no existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas llevan en sí mismas la posibilidad de no existir, hubo un tiempo en que nada existió. Pero si esto es verdad, tampoco ahora existiría nada, puesto que lo que no existe no empieza a existir más que por algo que ya existe. Si, pues, nada existía, es imposible que algo empezara a existir; en consecuencia, nada existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos los seres son sólo posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario. Todo ser necesario encuentra su necesidad en otro, o no la tiene. Por otra parte, no es posible que en los seres necesarios se busque la causa de su necesidad llevando este proceder indefinidamente, como quedó probado al tratar las causas eficientes (núm. 2). Por lo tanto, es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos le dicen Dios” (Tomás de Aquino, “Suma Teológica”, q. 2, a. 3).
Por tanto, en la realidad, hay ‘algo’ que es ‘absolutamente’ verdadero y necesario, que es causa y finalidad de todas las cosas que participan de un modo del ser, y este ‘algo’ es el ser en sí. La negación de esto no conduce más que al aprisionamiento en el círculo mortal de la duda que, obstinada en la excesiva racionalización, se niega a la evidencia de la verdad de las cosas, cuyo ser se sostiene en el ser en sí: “que existe la verdad es evidente por sí mismo, puesto que quien niega que la verdad existe está diciendo que la verdad existe; pues si la verdad no existe, es verdadero que la verdad no existe. Pero para que algo sea verdadero, es necesario que exista la verdad. Dios es la misma verdad” (Tomás de Aquino, “Suma Teológica”, q. 2, a. 1). Captar la verdad es una exigencia para la comprensión del propio ser. Su oposición, en cambio, con palabras de Lou Andreas Salome, no es más que el “maldecir con dientes crujientes al demonio de la vida eterna” (Nietzsche”).
El nihilismo sólo podría fundamentarse si se probara que Dios no existe. Pero para probar que esto pudiera ser verdadero, la no existencia de Dios, debería aceptarse que la verdad existe. Pero si se acepta la verdad deberá aceptarse, maldita contradicción, que Dios existe, pues lo que es verdadero lo es por la verdad – la verdad de las cosas se da cuando se conforman a su principio –, y Dios es la verdad subsistente, y lo que subsiste en Dios es su mismo ser, primera causa eficiente. De este modo, todo intento de probar la no existencia de Dios se vuelve vacía: “la verdad se encuentra en el entendimiento en cuanto que aprehende las cosas como son; y en las cosas en cuanto que son adecuables al entendimiento. Todo esto es así en Dios en grado sumo. Pues su ser no sólo se conforma a su entendimiento, sino que también es su mismo entendimiento. Y su conocer es la medida y causa de cualquier otro ser y entendimiento. Y Él mismo es su ser y su conocer. Por lo tanto, en Él no sólo está la verdad, sino que Él mismo es la primera y suma verdad” (Tomás de Aquino, “Suma Teológica”, q. 16, a. 4).
Ayer leí la otra entrada y está también es muy interesante y reveladora. Creo que el nihilismo está más que superado, las cosas son llamadas verdaderas a la luz de la verdad misma que las sustenta y que está reflejada en las cosas. Gracias por introducir el pensamiento del Aquinate, de lectura obligatoria.
Saludos Jaume. Gracias ti por comentar y por la aportación al tema. Se agradece. Un saludo.
Menuda tontería. Deja de filosofar bobadas, te lo recomiendo.
Saludos Cloroformo, antes de nada gracias por comentar. Se agradece el consejo, espero ser capaz de seguirlo. Un saludo.