Es frecuente la invocación a un estado secular, independiente de cualquier organización o confesión religiosa, pero, ¿un Estado es laico realmente cuando el hombre, nos recuerda Erich Fromm, puede adorar un dios invisible o diabólicos caudillos, a su nación o al dinero? ¿Puede ser el Estado el garante de la moral y la ética cuando se pliega a los mercados y desmantela las prestaciones sociales mediante severos recortes? Si el Estado es capaz de conducir al desarrollo de la pobreza y se consiente el perjuicio de la mayoría por parte de determinadas oligarquías, en especial económicas, ¿la moral, que se ocupa de las acciones libres y susceptibles de juicio, bajo que cosmovisión o cosmovisiones debe desarrollarse cuando toda persona, incluso los políticos y quienes mueven los mercados, supeditan su acción a una determinada ética?
La supuesta neutralidad que se agracia al Estado laico debe descartarse por sospechosa, pues no existe persona que gobierne su existencia al margen de una u otra cosmovisión. Por tanto, y no por ser garantía, resulta, a priori, más pertinente un Estado pluralista. Además, es preciso desmantelar el equívoco concepto, al menos a nivel cognitivo, que interpreta el Estado secular de no religioso, cuando no hay personas religiosas y personas no religiosas, pues el hombre puede rendir culto a Dios, pero también a la naturaleza, a la materia, al dinero, a una persona, a una nación, a una ideología… o a sí mismo. En definitiva, la persona abraza una cosmovisión como sujeto religioso aunque él crea que no tiene religión.
No se justifica un Estado secular en una sociedad pluralista que no fundamenta su existencia bajo una misma cosmovisión. Por esta razón, ¿no es utópico y totalitario, en democracia, el simple pensamiento que considera que el Estado laico ofrecerá la estabilidad normativa necesaria para alcanzar el bien común cuando es imposible la neutralidad en términos cosmovisionales? Siempre se adopta una determinada cosmovisión y los promotores del Estado laico, por lo general, son sujetos prestos a discriminar determinadas confesiones religiosas.
El bien del Estado no pasa por entronizar la neutralidad, sino, más bien, por la promoción de la necesaria y activa responsabilidad moral de los ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos, que afectan y se relacionan siempre con los privados. Es obvia y necesaria la separación Iglesia-Estado, pero la neutralidad traza un panorama totalitario en cuanto proscribe, por ejemplo, la participación de la teología católica, abrazada por un amplio sector de la población, de los asuntos sociopolíticos. Tal discriminación es nociva en cuanto, al margen de los excesos y crímenes perpetrados en nombre del cristianismo éste es inseparable de la genealogía de los derechos del hombre.
Es deletérea y vaga la legitimación moral de la democracia a partir de supuestos procedimientos éticos generados por la propia democracia a partir de la supuesta legalidad que responde al dominio de una cosmovisión sobre las demás. El ideal debe ser un Estado pluralista que recoja, en el seno de la democracia, todas aquellas éticas que permiten el desarrollo en la praxis de la persona en el reconocimiento de su incondicional dignidad, pues estas serán el fundamento racional que otorgue validez a la democracia y las que deberán garantizar que el bien común nunca se encuentre subordinado a cualquier otro fin. Es evidente que esta garantía dependerá en última instancia de los ciudadanos, que son quienes obran éticamente y quienes con su responsabilidad social empujan al Estado a abrazar unos y no otros principios morales. Así, no es la democracia, sino el ciudadano el autor y destinatario de la ley: autor, en cuanto ejerce, libremente, un determinado comportamiento ético y destinatario en cuanto que el efecto de tal comportamiento será el bien común o el desinterés por el fin de la mayoría al reconocer o no la dignidad absoluta de la persona.
Que el Estado ideal sea la convergencia de una pluralidad de éticas que se fundamentan en la incondicional dignidad de la persona – es decir, que el fundamento del derecho es la persona en cuanto fin en sí misma – requiere y exige, y esto no acontece, que el ciudadano ejerza sus derechos mediante una participación activa en los asuntos sociopolíticos, y no por su interés personal, sino en pro del bien común, que es el único que garantiza el bien particular de todos. Es nefasto, y hasta el momento se experimenta así, que el ejercicio democrático del ciudadano, aunque sea por consenso, descanse en la simple participación electoral. Aunque los encargados del juego político sean representantes de la sociedad es una negligencia que el ciudadano acepte, mediante las reglas de la llamada democracia, imposiciones y sacrificios en nombre del interés general sin más. El ciudadano no puede, nunca, ser ajeno a la dinámica democrática, en cuanto ésta desarrolla siempre todos sus proyectos mediante el ejercicio de una determinada ética que atañe a la vida de la persona. Así, para hacer propia la democracia es fundamental que el contenido moral de ésta se convierta en una profunda convicción; por tanto, es indispensable que el ideario ético del ciudadano no se encuentre discriminado, y esto no acontecerá si él mismo es sujeto activo en el ejercicio de la actividad política. Esto no quiere decir que se convierta en un profesional de la política, pero sí que termine esa idea de que son sólo los partidos políticos quienes, representándole, la desarrollan. Si acontece así, si el ciudadano es activo, alcanzaremos la justa solidaridad en vistas al bien común, pues todos se ocuparán de él como el fin auténtico y único de la sociedad.
Es indispensable la presencia activa del ciudadano en la vida política en cuanto que cada vez cobran mayor protagonismo en el control de ámbitos que atañen a su vida entes, por ejemplo los mercados, que no son democráticos ni susceptibles de ser democratizados. La actividad del ciudadano debe neutralizar tanto el poder del Estado como el de todos aquellos agentes, que por una razón u otra, tienen claras implicaciones, a través del desarrollo de una particular visión del mundo, en la vida de la persona. Así, ante la necesaria separación Iglesia-Estado, debe aparecer la relación Estado-ciudadano, pues en la esfera sociopolítica la voluntad del ciudadano deviene necesaria para el buen desarrollo de la democracia. Por tanto, es una exigencia que el Estado no sea secular, sino pluralista, y que en él se recojan, mediante la libertad de conciencia y de religión, las distintas cosmovisiones existentes y que tengan por fundamento la incondicional dignidad de la persona.
No es el Estado, sino el ciudadano, en cuanto parte afectada, quien tiene que decidir y ponerse de acuerdo con los demás para adoptar el comportamiento ético necesario para adecuar la ley y toda acción al fin propuesto: el bien común. Así, la democracia no tiene por qué ajustarse a un secularismo, que es el ejercicio de un supuesto comportamiento ético siempre arbitrario y confuso, sino que los ciudadanos deben llenar el sistema democrático con contenidos éticos que tengan siempre como fundamento a la persona y su principal derecho, la vida, que es el antes lógico y ontológico para la existencia y especificación de los demás derechos.
Por consiguiente, la perfección democrática no vendrá por abrazar un secularismo que mitigue los abominables fundamentalismos a la luz de una aparente neutralidad ética, sino más bien por la legitimación de la pluralidad de cosmovisiones que se traduzcan en el ejercicio de una serie de comportamientos éticos que los ciudadanos abracen con convicción fundamentándose en la dignidad incondicional de la persona. El respeto de esta pluralidad de cosmovisiones fortalecerá la comunidad política que es la sociedad; y, sobre este respeto y en colaboración los ciudadanos, todos, deben buscar un entendimiento racional – teniendo siempre presente a la persona como fin en sí misma – para desarrollar todas y cada una de las cuestiones que atañen a la humanidad, y que requieren de un deber moral que no puede subordinarse nunca al deber legal si este atentara contra la persona. Los ciudadanos, en vistas al bien común, debemos, activamente, aprender a escuchar al otro y valorar con ecuanimidad la elección ética más razonable y apropiada para cada asunto.
Un Estado que sea secular, es decir, neutro, impondrá siempre una única cosmovisión y marginará a otra en vistas a esta anhelada neutralidad. Pero un Estado que pretenda la consideración de democrático no podrá legitimar una determinada cosmovisión con su respectiva moral en detrimento de otra, pues con ello se marginará a un sector de la sociedad y el modo en que tiene de gobernarse, que no sólo afecta a su vida privada, sino que tiene una implicación en la vida pública, y nada más nefasto y peligroso que dejar al margen de la ley a una parte de la sociedad, por las consecuencias que ello implica, desde el totalitarismo a la indiferencia. La democracia no puede ser secular, pues ello implica imponer la voluntad de unos a otros, y la democracia, para ser tal, exige que los ciudadanos se den unos a otros las razones necesarias, mediante el diálogo y el respeto a la pluralidad, para escoger, conjuntamente, una determinada ética para un específico asunto y para fundar, en consecuencia, una ley concreta. Por tanto, es necesario y una exigencia, que todas las cosmovisiones y sus respectivas éticas se introduzcan en el debate para alcanzar en cada situación la política más apropiada.
El Estado no puede ser neutral, que es lo mismo que decir que una determinada cosmovisión no puede ser la única que se inmiscuya en el devenir de las instituciones que representan la democracia. Así, creyentes ateos, creyentes teístas y otros respaldarán una ley cuando la ética que la fundamente tenga como fin la persona en sí misma y su dignidad incondicional. Evidentemente, esta realidad dejará de ser utópica en el momento en que la racionalidad de la persona descubra que su objeto sólo puede ser el bien común, ¿o alguien dejará, a la luz de su propia conciencia, que se ponga en peligro su existencia? Por esto último es un deber de todo ciudadano tomar una posición activa en los asuntos sociopolíticos, pues cuantos más sean los sujetos comprometidos menos indigna será la ley para el bien de la persona, sea cual sea su cosmovisión, pues si todos estamos implicados en el ejercicio de la democracia la convicción general, por naturaleza, entenderá que el ejercicio de la política sólo puede fundarse en la justicia y el bien, pues nadie quiere la injusticia y el mal para sí mismo.
Así, concluiremos, que el Estado no debe dirigirse hacia un secularismo, sino que las distintas cosmovisiones deben encontrar y armar una actitud de diálogo y respeto hacia las otras con las que se encuentra y convive y junto a las cuales debe ocuparse de encontrar la solución más razonable y acertada para cada cuestión que se plantee. Sin duda, esto dependerá siempre de la racionabilidad y la honestidad de la persona y de su afán por alcanzar esa justicia y ese bien sólo por los cuales es posible el bien común.
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Bueno, Joan, si que hay personas religiosas y otras que no son religiosas. Yo, por ejemplo, no tengo religión y, en consecuencia, no soy una persona religiosa; el hecho de que yo rinda culto al dinero, a una ideología, a la naturaleza, … o a lo que sea que usted se le ocurra que se puede rendir culto, es un hecho que está por demostrar y, una vez demostrado, habría que demostrar además que eso pudiera considerarse de algún modo una religión, osea un «Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.» [Real Academia Española]
En el mismo sentido me asombra el oxímoron «creyentes ateos» ya que un ateo es alguien que cuando escucha decir al creyente «Dios existe» responde «Dios no existe» osea que es alguien que ante la postura del «yo creo en Dios» contrapone «yo no creo en dioses», manteniendo el resto de las variables constantes, no se puede afirmar, por mucha imaginación que se le eche, que un ateo es un creyente ya que es precisamente alguien que niega la creencia.
Por ultimo, decir que un estado no puede ser secular porque sus dirigentes tendrán una determinada cosmovisión es como decir que el fútbol debe participar del estado porque sus dirigentes tendrán preferencia por algún equipo; que tendrán alguna preferencia se da por asumido pero aún así no parece razonable que los dirigentes de los equipos de fútbol tengan que participar en los asuntos del estado ni aún cuando los seguidores de su equipo sean mayoritarios o, más bien, ellos crean que sus seguidores son mayoritarios (que viene a ser más ajustado al caso real).
Saludos Cayetano.
“Bueno, Joan, si que hay personas religiosas y otras que no son religiosas”. Bien, puede ser, Fromm no piensa lo mismo, yo tampoco. Como ya dije en otra ocasión toda cosmovisión, y la atea es una, se arraiga en un Absoluto. El ateo, básicamente, es alguien que cree en su posición intelectual.
El ejemplo del fútbol no lo entiendo, ya me disculparás. Si eres tan amable, dame otro ejemplo.
Gracias por comentar, Cayetano. Un saludo.
El pluralismo de cosmovisiones y la batalla por la tolerancia religiosa no sólo fueron la fuerza motriz del surgimiento del Estado constitucional democrático, sino que en ambos factores siguen proporcionando también hoy en día estímulos para configurarlo de modo consecuente. “La tolerancia protege a una sociedad pluralista de ser desgarrada como comunidad política por conflictos entre cosmovisiones rivales” (Habermas, “Entre naturalismo y religión”).
Saludos Pablo, gracias por la aportación. Interesante cita. Se agradecen siempre tus comentarios.
Es simple, Joan, la Iglesia para mi es una organización similar a un club de futbol o una multinacional y no debe tener un tratamiento distinto por parte del estado del que tienen estas instituciones.
Por otro lado, si los ateos son creyentes porque creen en su posición intelectual entonces hasta mi perro es un creyente porque cree que yo soy el macho alpha, pero, hablando en serio, la posición intelectual de los ateos es precisamente que no creen, afirmar que los que no creen sólo creen que no creen es como si yo dijera que usted realmente no cree porque cree en un dios que no existe, luego cree en nada; pero, eso no me preocupa mucho, tengo más problemas con esto: ¿existe una cosmovisión atea? Yo juraría que existen múltiples cosmovisiones ateas y no tienen porque parecerse unas a otras ya que el único punto que tendrían en común es que no creen que existan dioses, yo mismo (que no me considero ateo aunque más de uno diría que lo soy porque no creo en dioses) comparto, sin duda, alguna de esas cosmovisiones.
Saludos Cayetano, interesante reflexión.
Bien, cuando hablo de Estado secular en el texto muestro, y así en otras ocasiones, la necesaria distinción Iglesia-Estado. No obstante usted confunde esta separación con eliminar la presencia de la religión y, con ello, la cosmovisión de algunas personas. Y esto es un error, no se puede dejar al margen las cosmovisiones de las personas. Respecto a los ateos, estos son creyentes de su cosmovisión, son religiosos (religación) en cuanto atan su criterio de vida a un fundamento.
Gracias por comentar. Un saludo.
Bueno, Joan, yo no propongo eliminar la presencia de la religión de ningún sitio sino circunscribirla al ámbito personal, considero que cualquier persona tiene derecho a creer lo que considere oportuno y se que esa creencia influirá lógicamente en su modo de ver el mundo y en la motivación de sus decisiones pero eso, desde luego, no es asunto mio ni está entre mis derechos, ni en mi animo, censurarlo.
En cuanto a los ateos le recuerdo que no tienen ningún tipo de cuerpo doctrinal común más allá de la no-creencia en dioses, no son un grupo coherente en otros aspectos más que en este, por lo tanto difícilmente se pueden agrupar en una cosmovisión común, eso es una generalización excesiva a no ser que considere que sólo son posibles dos cosmovisiones, la del creyente y el resto … Aunque, claro, la cosmovisión de los creyentes tampoco es uniforme ya que no es la misma cosmovisión la de un católico que la de un musulmán o un deísta.
Saludos Cayetano. Es probable que así sea, quizá es una errónea interpretación por mi parte. Pero, cuando afirmas y sostienes que “cualquier persona tiene derecho a creer lo que considere oportuno y se que esa creencia influirá lógicamente en su modo de ver el mundo y en la motivación de sus decisiones…” entenderás la importancia de que actúe en público en referencia a su cosmovisión, de lo contrario, si no puede o se le impide, se cae en un totalitarismo. La sola distinción entre lo público y lo privado contempla a los actores en el ámbito de la vida pública así como en el de la privada como si fueran sujetos distintos, cuando en realidad es el mismo hombre, que se ve cercenado ante la obligación de proceder de modo distinto según el ámbito de actuación. Esta escisión procede en el ámbito del obrar, cierto, pero el obrar siempre sigue al ser, motivo por el cual es el ser que ejecuta las acciones a quien afecta dicha merma. En este sentido, existe un real absolutismo en el planteamiento del Estado laico hacia el individuo en cuanto éste y su desarrollo como individuo en lo privado deben ceder sobre lo público. Comprenderás y convendrás que la existencia de una vida pública y de una vida privada distintas es antinatural en el mismo momento en que suscita el desdoblamiento del ser del hombre. ¿Verías lógico que te hicieran vivir y pensar en público lo contrario a como vives y piensas realmente? ¿No serías una marioneta?
Respecto a los ateos, estos no son sólo no-creyentes en dioses, sino que no creen en dioses porque tienen “otros”, tienen una propia cosmovisión de la vida.
Gracias por comentar.
¡Bien por la defensa de tu entrada! Muchos saludos.
Saludos Malourdese, gracias por comentar, se agradece. Reciba un abrazo.
Ya, Joan, pero cuando se propone un estado laico lo que se propone es que la religión no forme parte del estado no que los individuos no puedan creer lo que quieran y actuar conforme a sus creencias, como le decía en otra entrada, a nadie le importa realmente (quizá a algunos extremistas) si un político dice preferir uno u otro equipo de futbol pero a todos nos escandalizaría si la directiva del equipo que prefiere el presidente del gobierno tomara parte en las decisiones del gobierno o les permitiéramos que confeccionaran el temario de gimnasia de los centros escolares y, además, tubiéramos que pagar a los profesores que ellos elijan para dar las clases de gimnasia, aunque la gimnasia fuera optativa; pues este absurdo es, para mi, indistinguible de lo que ocurre con la religión, católica, concretamente.
En cuanto a los ateos, supongo que se da cuenta de que afirmar que los ateos (así en bloque) tienen «otros dioses» es fácil de decir pero tan imposible de demostrar que no me molestaré en seguir discutiendo sobre ello.
Saludos Cayetano. La separación Iglesia-Estado es evidente. Lo que no es evidente es la libertad religiosa en España, por ejemplo, en aquellos que promulgan el llamado Estado laico, que lo fundamentan a una cosmovisión atea, la que se tiene un fundamento, si bien lo niegas. Evidentemente con tus palabras niegas que las personas creyentes puedan ejercer su fe en las decisiones políticas, ¿sólo pueden los ateos? Esto es totalitarismo, del mismo modo que lo fue el nacionalcatolicismo. Un saludo y gracias por comentar.
Si la democracia es principalmente un conjunto de reglas procesales, ¿cómo creer que pueda contar con ‘ciudadanos activos’? Para tener ciudadanos activos ¿no es necesario tener ideales? Ciertamente son necesarios los ideales. El primero que nos viene al encuentro por los siglos de crueles guerras de religión es el ideal de la tolerancia. Si hoy existe la amenaza contra la paz del mundo, ésta proviene, una vez más, del fanatismo, o sea, de la creencia ciega en la propia verdad y en la fuerza capaz de imponerla.
Saludos Karen, comparto, la suposición de que se posee la verdad conlleva siempre los peores acontecimientos que aprecian los tiempos. Gracias por comentar.
[…] coincidencia en señalar qué o quién es ese sentido al que todos nos inclinamos por naturaleza, no existe persona que gobierne su existencia al margen de una u otra […]