Con la llegada de la democracia en la Atenas de Pericles (492 a.C.) las circunstancias políticas que se introducen favorecen que la retórica pase, por su utilidad, a ocupar el primer plano de la vida social como instrumento de dominación y éxito político. En la actualidad podemos decir que la retórica y las doctrinas que la sostienen permanecen muy activas en el escalafón del interés del hombre, que dista de centrarse en la búsqueda desinteresada de la verdad para más bien delimitarla, relativizarla y domeñarla en vistas al rédito político y, para oponerse, en el terreno intelectual, a la aceptación de las limitaciones ontológicas del ser humano: “Todos los hombres desearían ser Dios si ello fuera posible, y algunos de ellos encuentran difícil admitir esa imposibilidad” (Bertrand Russell, “El poder”).
El desinterés por la verdad corre parejo al desprecio por el carácter religioso de la naturaleza del hombre. Hoy, como ayer, no se acepta la existencia de unos valores morales enraizados en un fundamento trascendente que exhorta al hombre a actuar según una muy concreta forma ética para encauzar del mejor modo posible la existencia. El ser humano, el hombre rebelde de Albert Camus, se opone tajante a los principios que regulan el estatuto ontológico de la persona y que marcan el devenir del hombre en la praxis. Dicha oposición a la verdad se traduce en la consideración de su relatividad. Del mismo modo que Protágoras, se interpreta que es el hombre quien determina la verdad según su propio conocimiento fundamentado, por supuesto, exclusivamente en los sentidos que, como todas las demás cosas, son cambiantes (doctrina de Heráclito): “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son, de las que no son en cuanto no son” (DK 80 B 1; Guthrie, “Los sofistas”, pp. 197-200).
Ya que la verdad es relativa por el infinito interés del hombre por el poder, al menos ese que encarna el modelo de Satán de John Milton (“El paraíso perdido”), y que tan lúcidamente describe Camus, se presentan como viables todas las posibles razones, incluso las que son opuestas entre sí, para que prevalezcan aquellas que se juzgan más convenientes desde el punto de vista ideológico – ya sea político, económico, intelectual, etc. –, aunque a la luz de la razón sean falsas y perniciosas para la naturaleza y realización del ser humano. Pero, una vez eliminada la verdad y la falsedad objetiva y su fundamento ontológico, cómo es posible defender la sabiduría y su consecuente comportamiento ético; en tales circunstancias quién puede decir que un hombre es sabio y bueno. Sin duda, aunque erróneamente, se designará que es sabio y bueno quien logre persuadir mediante el discurso que debe aceptarse como verdad una determinada realidad ante la cual uno debe proceder bajo un determinado comportamiento ético.
Así, no es el fundamento último de la realidad quien dictamina la verdad, sino cada circunstancia concreta. Por tanto, el fundamento de la verdad y del bien ya no es el ser en sí, sino más bien lo útil y ventajoso, aunque no se alcance a revelar con respecto a qué puede hacerse dicha determinación. De este modo, el desprecio por la verdad y el bien conduce, forzosamente, a una doctrina inmoral, pues no hay ningún criterio último, más allá del alterable sentimiento, que distinga objetivamente el bien y el mal. No obstante, la consideración de la relatividad de la verdad supone, en realidad, la supresión misma de la verdad: “Primero: nada existe; segundo: si algo existe, no puede ser conocido por los hombres; tercero: si se puede conocer, no se puede comunicar y explicar a los demás” (DK 82 B3).
Con la eliminación del ser como fundamento último de la realidad – de la verdad y del bien – se produce la entronización del reinado de la palabra y de la opinión. El hombre derroca a Dios y le remplaza forjando, mediante la retórica, una realidad autónoma con un devenir sujeto a su conveniencia y con un comportamiento ético cambiable que depende siempre del fin que se persigue. En consecuencia, la palabra – la opinión, el sentimiento – es “una gran dominadora, pues con un cuerpo pequeñísimo e invisible realiza obras divinas” (DK 82 B 11). Ya no existe la verdad objetiva, pero la opinión puede persuadir, convencer e inclinar al hombre a seguir algo como verdad. Es por esto por lo que algunos niegan la existencia de la verdad y del bien, pues en su entendimiento se disuelve la neta y radical distinción entre la verdad y la opinión, entre el ser y el parecer. La realidad, ahora, carece de auténtica firmeza y seguridad: no importa lo que las cosas sean, sino lo que sobre ellas se opine según la propia conveniencia para dirigir, a gusto del consumidor, la vida propia, eludiéndose el imperativo de autenticidad: “si quieres realmente ser, tienes necesariamente que adoptar una muy determinada forma de vida. Ahora: tú puedes, si quieres, no adoptarla y decidir ser otra cosa que lo que tienes que ser. Mas entonces, sábelo, te quedas sin ser nada, porque no puedes ser verdaderamente sino el que tienes que ser, tu auténtico ser” (Ortega y Gasset, “El tema de nuestro tiempo”).
La negación de la Verdad está sujeta a una moralidad de corte positivista y revela una despreciable concepción del hombre, pues su fin no es el desarrollo intrínseco de la naturaleza de la persona para alcanzar su plenitud existencial, aunque pudiera darse, sino la consecución del poder que diviniza al hombre y que configura a la sociedad en una realidad jerarquizada de amos y esclavos como apunta Bertrand Russell en “El poder”. No obstante, el precepto de que hemos de obedecer al hombre antes que a Dios, carece, en última instancia, de fundamento, a no ser que por este se entienda la sumisión a la ideología, a los poderes que tachan de herejía la existencia de la verdad y niegan la necesidad de adquirir un determinado comportamiento ético.
La negación de la verdad y del bien objetivos no es un argumento, es una justificación. La verdad y el bien no pueden depender de lo que considere una gran parte o poca de la humanidad en vista a muy fútiles intereses. El desprecio por el cristianismo no se debe a que este pueda ser una ideología más entre las muchas existentes, sino más bien porque su fin posee una pretensión cognoscitiva: “ser testigo de la verdad” (Robert Spaemann, “Ética, política y cristianismo”). El mensaje de Cristo es un ataque a la línea de flotación del relativismo, aunque, lamentablemente, algunos cristianos lo tergiversan transformándolo simplemente en un conjunto de trivialidades ritualizadas, dirimiendo sus asuntos con violencia ofensiva o defensiva. Ya que Dios es justa y realmente “Alguien” que presenta la Verdad como esencia de su divina realeza y el hombre, como dice Russell, desearía ser Dios si ello fuese posible, se comete la traición y negación de Dios. Irónicamente y muy al contrario de lo que obran y hacen pensar quienes niegan la existencia de la verdad y del bien último y objetivo, Jesús no obliga a nadie a aceptarle, sino que deja a libertad del hombre el seguirlo o no como camino: “Nadie puede venir a mí si no le atrae el Padre que me ha enviado; y yo le resucitaré en el último día” (Jn 6, 44). Aquí, el evangelista no se refiere a una atracción forzosa que exige la sumisión como hacen los relativistas, sostengan lo que sostengan, sino a la adhesión que se produce por la evidencia de un gran amor que atrae, y que es la razón última del hombre.
La increencia de muchos no se debe, pienso, al resultado de una reflexión, sino de una suposición. La distinción entre ser y apariencia, entre verdad y falsedad es la más fundamental y necesaria de las distinciones. Muy acertada reflexión, Joan.
Saludos Pablo. Muchas gracias por comentar y por tu aportación. Indiscutiblemente, que el pensamiento de que algo es, es inseparable del pensamiento de su identidad. Si nos desprendemos de la realidad del ser de las cosas también hemos de hacer lo mismo con el hombre, con su verdad y su bien, convirtiéndolo en nada. Sin embargo la realidad nos muestra que existe el ente, que todo lo que existe es y posee una evidente objetividad. Así, como lo real no es relativo, sino que lo real es lo auténticamente real y verdadero. Muchas gracias por comentar.
Que existe la verdad es obvio:para cualquier frase que consideremos, o bien es verdadera ella, o bien lo es su negación, o bien es verdad que no posee valor de verdad.
Lo difícil es AVERIGUAR cuál de las tres cosas ocurre en cada caso, y no hay otra vía más que el humilde y paciente, y falible, camino de la investigación empírica o matemática.
Eso sí, sobre los temas que son inalcanzables por esta vía, lo más razonable es pensar que no tenemos una varita mágica para dar con la verdad, y que, como en muchos casos ni siquiera podemos probar que lo que decimos tiene sentido,lo racional es limitarnos a ignorarlo, encogiéndonos de hombros
Saludos Jesús.
Señalas que la existencia de la verdad es obvia al tiempo que especificas la dificultad de averiguarla, si bien sostienes que la única vía es el análisis de la realidad total con ayuda de la teoría de la relación lógico-matemática sobre bases empíricas, convirtiendo por ello las unidades de experiencia en conceptos constituidos por formulas lógico-matemáticas. Sin embargo, el desarrollo de la matemática nos conduce a antinomias, paradojas y contradicciones. Popper ya puso de manifiesto que el positivismo lógico lleva de suyo ad absurdum. El principio de verificación, tan central para el positivismo, su radical exigencia de verificabilidad en la experiencia, no elimina sólo las afirmaciones metafísicas, también las hipótesis empíricas y con ello todo el conocimiento científico natural porque la mayoría de los enunciados científicos no son verificables empíricamente y, en consecuencia, deberían ser rechazados como pseudoafirmaciones. Así, la verdad, mediante el método de las matemáticas no resulta tan obvio como supones. Las leyes de la naturaleza, que pretenden posibilitar pronósticos con validez, no son verificables. Hume ya lo expresa cuando dice que un enunciado general jamás puede ser verificado mediante la observación, y ni siquiera el tan socorrido concepto de probabilidad sirve para dictaminar sobre la verdad de las hipótesis. Así, no es tan obvio que sólo los enunciados de las matemáticas, de la lógica y de las ciencias empíricas podían tener pleno sentido: “Nuestra ciencia no es un saber (episteme): no puede alcanzar ni verdad ni probabilidad […] Nosotros no sabemos, sólo adivinamos. Y nuestro adivinar está guiado por la fe metafísica, no científica – aunque biológicamente explicable –, en que existen leyes que podemos desvelar, descubrir. Con Bacon podríamos llamar a los ‘conceptos de que ahora se valen las ciencias naturales… anticipaciones…, supuestos irreflexivos y prematuros” (K. Popper, “La lógica de la investigación científica”).
Se ha demostrado sobradamente, que no existen razones para una absolutización del método matemático y de la verdad matemática. Hoy, todas las ciencias naturales se cuidan, y mucho, de cualquier absolutización del método que aplican y de la verdad que conocen. Por ejemplo, la nueva física, de acuerdo con los nuevos conocimientos de la teoría de la relatividad y de la mecánica cuántica, parte del supuesto de que los conocimientos de la física clásica no tienen valor en sí mismos y en todas las circunstancias, sino sólo en circunstancias muy concretas. Hasta en el experimento físico el método modifica al objeto y reproduce una sola de sus perspectivas y uno solo de sus aspectos: el aspecto físico-químico, dejando en la penumbra los demás aspectos.
Hoy, en las ciencias naturales en lugar de hablar de verdades de validez universal, verdades copia de la realidad, se habla de proyectos y modelos hipotéticamente válidos, que sólo sirven bajo determinadas condiciones y dentro de determinados límites, y que, en todo caso, son compatibles con otros proyectos y modelos: no una reproducción de la naturaleza, sino la simple constatación, a menudo irrepresentable, expresable únicamente en el lenguaje formal de la matemática, de determinadas funciones y relaciones. Así, no se persigue una verdad absolutamente objetiva, sino sólo una verdad condicionalmente objetiva. Dado el número indefinido de perspectivas y variantes, cabe que se dé también un número indefinido de métodos y aspectos, proyectos y modelos de una única realidad, que en sí misma, por supuesto, sigue siendo infinitamente más rica y compleja que todas las afirmaciones, aun las más exactas, que se hagan de ella.
La investigación científica, cualquiera que sea su campo, exige un método seguro, neutral y adecuado, que proceda conforme a sus propias leyes. Para aplicar este método son convenientes criterios como la claridad, la distinción, la exactitud, la eficiencia y la objetividad. En el mundo de lo cuantitativo y mensurable debe imperar el espíritu de la geometría, de la objetividad, de la neutralidad y de la imparcialidad. Los problemas deben ser en lo posible matematizados, cuantificados y formalizados. Aun respetando todos estos ideales científico-matemáticos no se puede extender el método científico con pretensiones de exclusividad a todo el espíritu del hombre, que es, y no hay que darle más vueltas, algo más que matemática: la matematización, cuantificación y formalización no son suficientes para captar el mundo de lo cualitativo y fenómenos específicamente humanos como la sonrisa, el humor, la música, el arte, el sufrimiento, el amor y la fe en todas sus dimensiones… No hay una sola racionalidad, la científico-matemática. Tampoco en la ciencia hay un único método, sino muchos: la elección de uno u otro depende en cada caso de la problemática correspondiente. Objetividad, neutralidad e imparcialidad en la ciencia carecen de sentido cuando no se tiene en todo momento conciencia del sistema total de relaciones y de los intereses rectores del saber.
Es obvio, simplemente por el hecho de que hay más bien algo y no nada, que la realidad, la verdad, no es un añadido a lo que hay, sino que la realidad y la verdad se diferencian sustancial y radicalmente de lo irreal y de lo falso. Si no entendemos la neta distinción entre el ser y la apariencia entonces si es indiferente decir que existe la verdad. La duda de la verdad no es nunca un ejercicio práctico, sino teórico, Jesús. No existe la duda propiamente, sino sólo la convicción de que nuestra certeza no se sostiene en ningún criterio en tu caso.
Muchas gracias por comentar. Un saludo.
Veamos, Joan, creo que la cita de Popper es engañosa, creo que sería mejor seguir su propia argumentación para hacernos una idea general de a donde pretende llegar en lugar de quedarnos en el umbral (emplearé para ello una conferencia de 1963 recogida en «El mito del marco común. En defensa de la ciencia y la racionalidad»):
«No existe la observación «pura», es decir, la observación sin un componente teórico. Toda observación -y en particular toda observación experimental- es una interpretación de hechos a la luz de una u otra teoría.» [pg. 114] «La ciencia, podríamos decir tentativamente, comienza con teorías, prejuicios, supersticiones y mitos. O, más bien, comienza cuando el mito es objeto de desafío y se quiebra …» [pg. 124] «… Es precisamente a través del descubrimiento científico como aprendemos que algunas de nuestras ideas … son prejuicios. Sólo después de que el progreso de la ciencia nos ha llevado a descartarla, descubrimos que una creencia que sosteníamos previamente era un prejuicio. Pues antes de ese progreso no hay criterio por el cual reconocer los prejuicios.» [pg. 113 y 114]
Y es precisamente porque necesitamos una teoría para empezar, por muy mítica y equivocada que sea, que: «Sin esperar pasivamente que las repeticiones impriman o impongan regularidades sobre nosotros, debemos tratar activamente de imponer regularidades al mundo. Debemos tratar de descubrir similaridades en él e interpretarlas en función de las leyes inventadas por nosotros. Sin esperar el descubrimiento de premisas, debemos saltar a conclusiones. Éstas quizás tengan que ser descartadas luego, si la observación muestra que son erradas.» [Karl Popper, «Conjeturas y refutaciones» pg. 72]
Está claro que las leyes de las que habla Popper no son leyes impuestas por el universo, o algún dios, sino descripción de regularidades observadas y de las que se ha verificado que se cumplen para determinadas a condiciones de contorno: «Así pues, la pregunta acerca de si hay leyes naturales cuya verdad nos conste viene a ser otro modo de preguntar si las inferencias inductivas están justificadas lógicamente. … La teoría que desarrollaremos en las páginas que siguen se opone directamente a todos los intentos de apoyarse en las ideas de una lógica inductiva.» [Karl Popper, «La lógica de la investigación científica» pg. 28 y 30]
¿Y si no podemos apoyarnos en la inducción, en que nos apoyamos? «… el papel de la evidencia es, en lo fundamental, el de corregir nuestros errores, nuestros prejuicios, nuestras teorías tentativas, es decir, desempeñar un papel en la discusión crítica, en la eliminación del error. Al corregir nuestros errores, planteamos nuevos problemas. Y para resolver esos problemas inventamos conjeturas, esto es, teorías tentativas, que sometemos a discusión crítica, dirigida a la eliminación del error.» [Karl Popper «El mito del marco común. En defensa de la ciencia y la racionalidad»: «Un enfoque pluralista de la filosofía de la historia» (basado en un conferencia de Oxford 3-11-1967) pg. 176]
Saludos Cayetano,
Antes de nada muchas gracias por comentar y por la muy interesante aportación.
“Está claro que las leyes de las que habla Popper no son leyes impuestas por el universo, o algún dios, sino descripción de regularidades observadas y de las que se ha verificado que se cumplen para determinadas a condiciones de contorno”.
Bien, estas leyes existentes, que son las que posibilitan la misma existencia de la ciencia y su capacidad para describirlas – explicar el cómo y no su por qué – dices, a saber por qué, que no son leyes impuestas por el universo o algún Dios, bien. ¿A qué se deben? ¿Están ahí, sin más? Resulta, a la luz de lo que dices, que el control científico supone la aceptación de presupuestos que caen fuera del alcance mismo de la ciencia. Existe un mundo real – sólo algún idealista profundo nos lo discutiría – regido por leyes – si no hubiera leyes no habría ciencia –, que podemos conocer – aunque sea de modo parcial – y que en este mundo hay cuerpos con propiedades esenciales y otras accidentales. Estas reglas se aceptan y se aplican de modo corriente, pero no son presupuestos científicos, sino filosóficos que se dan en toda actividad científica. A Jesús, que defiende únicamente como instrumento de conocimiento la investigación empírica o matemática, le decía que la ciencia no puede estudiarse a sí misma mediante el método experimental y que si se quiere precisar conceptos como el método hipotético-deductivo, por poner un ejemplo, o analizar el valor de los conocimientos científicos debe recurrir necesariamente a reflexiones filosóficas, ya que es imposible por la simple lógica. Esto, no implica que la ciencia esté subordinada a la filosofía o a la metafísica, sino que la ciencia asume y necesita de estos presupuestos y juicios filosóficos para desarrollar su método de modo independiente y a la vez integrador en el conjunto de todos los conocimientos. Es de cajón.
“La ciencia es digna de gran estima ya que es conocimiento y, por tanto, perfección del hombre en su inteligencia. En definitiva, independientemente de las aplicaciones técnicas, se le debe honrar por sí misma, como parte integrante de la cultura. El problema es que no siempre se le considera a la ciencia en función de la verdad. Hoy en día da la sensación, real, de que la ciencia es valorada únicamente en cuanto instrumento para realizaciones técnicas. Se está perdiendo su sentido, no único, como búsqueda de la verdad. No único, pues la ciencia no es sólo actividad humana en cuanto buscadora de la verdad, sino que dicha verdad se ha de poner al servicio del hombre que a su vez sirve a la Verdad. Si se pierde el sentido de la ciencia como búsqueda de la verdad entonces el conocimiento humano queda infravalorado al situarlo en una perspectiva pragmática”. (Rafael Vives Fos, profesor en la Universidad de Valencia, Universidad Normal de París y Harvard).
Como siempre se agradecen tus interesantes comentarios. Un saludo.
Si, vera Joan, es muy sencillo. Supongamos las «leyes de Newton» y supongamos que son «leyes» entonces deberían ser aplicables con carácter universal pero no pueden serlo, son sencillamente aproximaciones con un margen de error aceptable para unas regiones del universo con unas características determinadas y que fallan cuando estamos fuera de esos margenes, por ello han sido corregidas por otras «leyes», la relatividad y la cuántica en este caso y es esperable que, con el tiempo, la relatividad sea a su vez corregida y la cuántica explicada. La ciencia, Joan, es siempre perfectible y nunca está terminada, siempre es posible encontrar una explicación mejor o más perfecta que puede, incluso, cambiar completamente el paradigma como el sistema heliocéntrico cambio el ptolemaico. La única característica constante de la ciencia es que siempre tiene la mejor explicación de las posibles dado el estado del conocimiento en un momento concreto.
«… al científico se le despierta el olfato cuando percibe que algo se aparta de la equiprobabilidad, cuando descubre que algo se repite en la naturaleza, cuando observa cosas comunes en objetos o fenómenos diferentes. Es entonces cuando anuncia una nueva comprensión científica. Ocurre cuando existen condiciones que cumplir, cuando, oculta o no, resulta que actúa algún tipo de restricción, cuando hay selección. Entonces nombramos esta situación con cierta solemnidad, decimos que existe ley, conocimiento, inteligibilidad…» [Jorge Wagensberg «La rebelión de las formas» pg. 103]
«A consecuencia del carácter hipotético de los enunciados de leyes, y de la naturaleza perfectible de los datos empíricos la ciencia no es un sistema dogmático y cerrado sino controvertido y abierto. O, más bien, la ciencia es abierta como sistema porque es falible y por consiguiente capaz de progresar.» [Mario Bunge, «La ciencia, su método y su filosofía» pg. 17]
Puedo multiplicar las citas en este sentido pero no aportaría más de lo que ya he dicho y estas dos ilustran.
Saludos Cayetano, no te preocupes. En efecto, es así, la ciencia es siempre perfectible y nunca está terminada como el conocimiento en general. No discuto esto, más bien la consideración de que sólo podemos conocer, y eliminar prejuicios, mediante el método de las distintas ciencias naturales. Gracias por la aportación.
Yo no soy tan tajante como para afirmar que no existe el conocimiento no empírico pero si que existe un problema con el conocimiento no verificado y es precisamente que no tenemos manera de saber si es conocimiento verdadero.
Saludos Cayetano, ocurre lo mismo con el conocimiento matemático, ¿o es, al mismo tiempo, el conocimiento matemático quien justifica como saber su conocimiento? Gracias por comentar.
Jesús, ¿se puede saber mediante el camino de la investigación empírica o matemática cuándo la verdad es una propiedad de un enunciado y cuándo no? ¿En qué contexto se justifica que un enunciado es verdad y en cual no mediante la matemática?
Con independencia de lo que Jesús pudiera matizar me voy a permitir contestar a la pregunta de Pablo:
La ciencia siempre parte de teorías con independencia de su fundamentación, puede ser una simple creencia, una idea afortunada o proceder de inferencias observacionales, el origen de la teoría no es lo importante, lo importante es que sea posible contrastarla con la realidad de modo que podamos demostrar si es o no correcta, por ello, es deseable que una teoría nos permita hacer predicciones que sean susceptibles de ser comprobadas en la realidad y para poder comprobarla formulamos hipótesis que deben tener la capacidad de ser verdaderas o falsas.
* Cuando una hipótesis se demuestra como verdadera la teoría no varia, realmente no podemos conocer si la teoría es correcta pero tenemos que considerar que sigue siendo correcta mientras sus predicciones se cumplan.
* Cuando una hipótesis se demuestra que es falsa entonces sabemos con certeza que la predicción de la teoría no se ha cumplido y, por lo tanto, hay algún fallo en ella y, de este modo, podemos proceder a corregirla.
* La corrección de una teoría puede llevar desde su modificación a su sustitución pero para sustituir una teoría necesitamos una nueva que explique todo lo que explicaba la anterior y, además, porqué la anterior no era correcta.
* Cuando nos encontramos con dos teorías que son capaces de explicar la realidad igual de bien (o igual de mal porque no tenemos posibilidad de tener otra mejor) siempre se toma la más simple, la que implica menor complejidad. Esto es lo que se conoce como ley de parsimonia, ley de parquedad o Navaja de Occam.
“El Estado” es una abstracción; no siente ni placer ni dolor, no tiene ni esperanzas ni temores, y lo que consideramos sus propósitos no son, en realidad, sino los propósitos de los individuos que lo dirigen. Si en lugar de pensar en abstracto pensamos concretamente, en lugar de “el Estado”, veremos a determinados individuos que disfrutan de más poder del que corresponde por lo general a la mayoría de los hombres. Así que la glorificación de “el Estado” viene a ser, en realidad, la glorificación de una minoría gobernante.