¿Qué hacer con mi vida? (Parte III)

Publicado: 16 julio, 2013 en Modos de vida, Pensamiento

La vida es incierta por la falta de infalibilidad de las decisiones que tomamos en los temas fundamentales. Es verdad que ante las cuestiones últimas, esas que tienen una profunda trascendencia, se experimenta desasosiego. Sin embargo, esto no debe ser motivo para dar pie a la primera de las muchas estupideces que los humanos podemos obrar: conceder a otro las riendas de la propia existencia por considerarlo más capacitado para saber qué es aquello que hay que hacer para ser felices. Sin embargo, quien vive en función de los preceptos ajenos o de determinadas creencias sin llegar a cuestionarlas será un ciudadano modelo para el sistema o para algunas personas, pero jamás será un sujeto feliz, ya que no habrá ejercido la titánica libertad de conocerse a sí mismo con el fin de conducir la propia existencia.

Lo he dicho con anterioridad, la existencia humana se halla siempre ante una decisión e incluso el sujeto con la personalidad más infundada hace frente a este ejercicio, aunque sea apostando por vivir de acuerdo con principios ajenos por interpretar que es más fácil y menos traumático actuar de acuerdo con lo que dictan los otros que ocuparse uno mismo de abrirse camino. No obstante, no es necesaria una honda reflexión para percatarse de que la felicidad nada tiene que ver con el satisfacer los principios y los deseos de los demás. Puede que la vida sea ardua y dolorosa, que de continuo nos encontremos con un sinfín de obstáculos. Sin embargo, todo indica que uno cuanto más se conoce más dispuesto se halla para construir un estado interior de serenidad y madurez que otorga la capacidad de afrontar con un pensamiento más positivo esas circunstancias más adversas que para otro pueden suponer un desvío casi definitivo del auténtico camino que se abre en la medida en que uno se encuentra consigo mismo.

La satisfacción personal se adquiere siempre y cuando aparece la autoconciencia, que es el conocimiento de uno mismo, el reconocimiento de las capacidades y de las carencias propias, y el inestimable deseo de abrirse con honestidad a la verdad para adecuarla a esa necesidad ontológica de autenticidad con el fin de encaminarse por la senda de la felicidad. Sin embargo, somos seres participados afectados por la contingencia que en algún momento desentrañamos, por desesperación e incapacidad de solución, que la vida carece de sentido; que no hay esperanza, que todo es el continuo caminar en círculo hasta que la existencia propia llega a su fin. Pero, lo he dicho también en otras ocasiones, la idea de absurdo parece que no está en la vida misma, más misteriosa que objetivable, sino más bien en el prejuicio que tiene la persona sobre la realidad. La vida es un hecho que exige una decisión que debe transformarse a posteriori en un obrar medido por un determinado comportamiento ético del que se debe aceptar las consecuencias con responsabilidad, manteniéndose dicho comportamiento si hay el consentimiento de uno consigo mismo o corrigiéndose si se percata de que algo no funciona correctamente en nuestra vida.

Cuanto más se conoce uno a sí mismo con menor rotundidad se manifiesta o se imputa la falta de sentido a la existencia. La falta de sentido en la vida es una sentencia que usa con frecuencia y facilidad quien elude la incesante tarea de conocerse a sí mismo. En un mundo tan positivista y materialista ningún laboratorio ha descubierto el absurdo, que parece más bien el autoengaño de aquel que no quiere adecuarse a la verdad, sino que pretende que ésta se amolde a sus ideas preestablecidas. La vida es un hecho y sucede de continuo. Así que, más que anunciar su hipotético sinsentido, parece más razonable buscar el modo de realizar la propia existencia del mejor modo posible de acuerdo con la naturaleza de uno mismo con el fin de hallarse en la felicidad vital.

La vida es una vivencia profunda, es un ir conociéndose y experimentándose en ella. En la medida en que vamos sabiendo más sobre nosotros mismos y nos vamos encontrando más con nosotros mismos las preguntas trascendentales fluyen a modo de huellas que dejan escrita en la senda nuestra biografía. En la entrada anterior dije que conocerse a uno mismo es indispensable para la plenitud existencial, que la vida posee mucho de proeza, y que lo propio y la cumbre de toda heroicidad es el logro. Ahora añado que es este logro lo que nos causa deleite y plenitud. Alguien podrá afirmar que este deleite existencial carece de sentido, sin embargo carecerá de sentido entrar a valorar esta interpretación, al menos por mi parte, por la sencilla razón de que no puede haber placer de ánimo respecto de la nada, de la vivencia de la nada del ser. La vida es un hecho, es real, no es falsa; debemos eliminar todos nuestros prejuicios y seguir con nuestros propios pasos el sendero de la vida arraigada en el Ser. ¿Hay mayor verdad que el ser? Si seguimos nuestro propio camino, si adquirimos conocimiento de la vida muy probablemente este conocimiento termine por traducirse en conocimiento de Dios, el ser en sí. Si la vida es real y si el ser es real el conocimiento de la vida y del ser supondrá el conocimiento de toda la verdad y no más bien el conocimiento de un sinsentido o de una fantasía. Sin embargo, el conocimiento de la vida se adquiere viviendo y la felicidad  mediante la apertura y transformación en el ser del que participamos.

Nota: esta es la última parte de una entrada dividida en tres partes.

comentarios
  1. Cristina Bec dice:

    Muy buenas entradas las tres, y la de Tolkien, dan para pensar. Muchas gracias, Joan.

  2. Saludos Cristina, me alegra saber que te han interesado. Gracias por comentar. Un saludo.

  3. Jaume dice:

    Muy buena entrada, las tres más bien. El modo en que vivamos la propia existencia depende y mucho de cuánto lleguemos a conocernos, totalmente de acuerdo. La verdad de la vida pasa y mucho por la autorrealización. Si nos conocemos es más fácil alcanzar una vida más auténtica.

  4. Saludos Jaume, muchas gracias por comentar y por tu aportación, coincido en ello. Un saludo.

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