¿Qué he de hacer con mi vida? Si en el mundo, por lo general, hay dos tipos de hombre, el que fundamenta su vida en el tener y el que fundamenta su vida en el ser – El primero se halla regido por las necesidades sociales establecidas por el sistema, el segundo gobierna su vida en función de los valores y principios intrínsecos que emanan de su estatuto ontológico –, parece obvio que hay dos grandes modos de desarrollar en la praxis la existencia humana e, ineludiblemente, el segundo tipo de hombre adquiere una capacidad de consciencia mediante la cual la vida no sólo supone una aventura, sino que se transforma en un gran logro en el que se adquiere un auténtico significado.
Conocerse a uno mismo es indispensable para la plenitud existencial y para poseer la capacidad de responder a la pregunta que nos ocupa. El hombre, para ser, debe tomar una decisión fijada en un objetivo por el que orientarse y por el cual desarrollará toda su actividad existencial. La vida posee mucho de proeza, pero lo propio y la cumbre de toda heroicidad es el logro, y respecto a la existencia el éxito depende, forzosamente, del primoroso trabajo interior que uno obre consigo mismo, pues para aprender a vivir del modo más humano posible uno necesita saber, en consentimiento con uno mismo, si avanza por el camino de la verdad o de la apariencia, en cuanto que pondrá todo el amor en uno o en otro, y no supone lo mismo, por su trascendencia, amar lo verdadero que lo ilusorio y contingente.
Para avanzar en la vida, hacia fuera, es indispensable crecer interiormente, hacia dentro. Sin la sabiduría que supone el conocimiento de uno mismo y del mundo difícilmente puede obrarse una acción dotada de propósito y sentido; más bien se transitará dando palos en un camino cuya senda es proyectada al instante por una mente exterior que parece decidir por nosotros, que nos anima a perseguir y a desear con intensidad desmesurada el anzuelo que sitúa ante nuestra cabeza. Sin embargo, la auténtica realización no es la satisfacción por cumplir aquello a lo que uno aspiraba, sino más bien, o sobre todo, la autorrealización es el cultivo de la interioridad, que será la que permita progresar por el sendero de la vida con el mayor acierto posible, acierto que se traducirá en la constante y escalonada maduración de la plenitud existencial.
Cuanto menos nos conozcamos a nosotros mismos y el mundo más fácilmente viviremos de la ilusión y del pensamiento ajeno en un mundo ficticio que una mente maliciosa se ocupará de presentárnoslo como el más real y auténtico, encomendándonos incluso – con mayor o menor libertad – una misión que realizar en él. Si no somos capaces de conocernos llegará el momento en que abandonar el mundo de las apariencias será una gesta casi quimérica por la simple razón de que no se querrá, pues no se vislumbrará nada más real y auténtico que el tener para ser, que el aferrarse apremiantemente a las cosas para experimentar la autorrealización. No obstante, el genuino bienestar no lo ofrece el materialismo – el tener no perfecciona el ser –, sino el crecimiento personal, el conocimiento de uno mismo que ofrece la posibilidad de asumir el conjunto de responsabilidades que, durante el transcurso de la existencia, nos permitirán madurar en nuestra felicidad y alcanzar una plenitud que pasa exclusivamente y se adquiere en y mediante la perfección del ser – uno mismo –.
Si en la realidad no hay nada más verdadero que el ser, en consecuencia, no podemos tener nada más auténtico y bueno en la vida que la aspiración a la perfección de nosotros mismos – nuestro ser –. Todo cuanto podemos tener de verdadero, bueno y bello somos nosotros mismos. Es incontestable que lo que uno es, su íntima interioridad, que nadie puede arrebatar, es más esencial a la naturaleza del ser y más significativo para la propia realización existencial que aquellas realidades independientes y extrínsecas a uno mismo: ya sea el dinero, que casual, puede entrar y salir de nuestras manos, o la fama, que depende siempre del reconocimiento ajeno. Una persona que se conoce a sí misma, que goza de sus pensamientos e inquietudes, que contempla la existencia como un devenir dotado de sentido es más dichosa que el estólido que se jacta de las amistades, de las actividades sociales y de aquellas realidades fugaces que le conducen a intermitentes y continuos estados de hastío existencial por no hallar en ninguna de ellas la dicha perpetua. Cierto, este último podrá llenar con cosas y actividades todos los segundos de su existencia, pero de bien seguro que no podrá gozar de la plenitud de esos mismos segundos sólo consigo mismo en diálogo amoroso con la vida sin la necesidad de la presencia de aquellas cosas que tiene o anhela para sentirse realizado, pues sin ellas terminará siempre por experimentar soledad y angustia, pues quien no sabe estar exclusivamente consigo mismo sólo puede estar, para ser, con las cosas.
Así, para saber qué hacer con mi vida es indispensable que aprenda a conocerme. Si lo hago, de bien seguro que descubriré que no hay mayor sentido para la vida que la propia perfección, pues es ella y sólo ella la que nos permite avanzar por el camino de la felicidad que desemboca en la plenitud. Si nos atrevemos a conocernos no sólo aprendemos a vivir con autenticidad, sino que gozaremos viviéndonos sin otra necesidad que ser nosotros mismos y estar siendo junto a los demás sin más necesidad que la de un yo y un tú que se relacionan para compartir la misma realidad con la misma felicidad: sólo cuando miramos hacia dentro, cuando nos conocemos y nos perfeccionamos, podemos mejorar el mundo en el que vivimos. Por lo contrario, no sólo no alcanzaremos nuestra propia perfección – fuera de nosotros no hallaremos aquello que se halla en nuestro interior –, sino que todo cuanto haremos en la existencia será seguir el patrón marcado por otra persona que nos dice que pensar y que hacer – y nos hará pensar que nuestros pensamientos son pensamientos propios y genuinos –.
El conocimiento de uno mismo es un ejercicio fundamental, pues la vida implica un desafío constante y o tomamos las riendas de nuestra propia vida o alguien las dirigirá por nosotros. Como decía Ortega y Gasset, uno debe ser el propio arquitecto de su vida; para ello, pienso, que hay que conocer bien antes los materiales (personales) con los que disponemos para construirla.
Saludos Jaume. Muchas gracias por la aportación y por leerte de nuevo. Muchas gracias, un saludo.
¿Qué hacer con la vida? Todo depende de una decisión: satisfaciendo los deseos de los demás o gobernar nuestra propia existencia.
Saludos Xavi, muchas gracias por tu aportación. Se agradece.
Creo que estoy haciendo lo que me gusta y lo que es mejor lo estoy disfrutando, me acuerdo que antes si sentía gusto y satisfacción, pero no como ahora. ¡HE MEJORADO!
Saludos Malourdese, muchas gracias por compartir. Se agradece. Un saludo.
Vivir de tal modo que los demás vean en nosotros la presencia de Jesús y nosotros a Jesús en nuestro prójimo, así todos viviremos realmente como Cristo, que es el auténtico modelo de hombre para el hombre.
Saludos Blanca, muchas gracias por comentar y por su aportación al tema. Se agradece.