El conocimiento de la realidad (y de Dios) Parte I

Publicado: 13 mayo, 2013 en Descartes, Metafísica

La metafísica se ocupa del estudio de la causa última y de los primeros principios y más universales de la realidad. El Estagirita la llama filosofía primera, pues a diferencia de cualquier otra, ya sea la antropología, la filosofía de la naturaleza, la filosofía de la ciencia, etc., no se ocupa de una parte, sino de toda la realidad. “Todos los hombres desean naturalmente saber” (Aristóteles, “Metafísica”), pues nadie quiere permanecer en la mentira o en el error, para alcanzar la plenitud existencial mediante el conocimiento de la verdad sobre sí mismo y el mundo. La búsqueda de una certidumbre en el ámbito del vivir, sobre todo, parece indispensable pues en ello se ocupan los hombres desde el comienzo de los tiempos. No obstante, “¿hay en el mundo algún conocimiento tan cierto que ningún hombre razonable pueda dudar de él?” (Bertrand Russell, “Los problemas de la filosofía”).

René Descartes se propone una nueva ciencia mediante el método matemático que sea capaz de explicar las leyes de la física y de la metafísica con una certeza tan absoluta que resulte clara y evidente a cualquier razón. Una tarea francamente difícil cuando en la vida cotidiana es evidente que tomamos por ciertos muchos conocimientos que, después de un riguroso análisis, resultan ser un error. De este modo, qué puedo conocer que de manera clara y distinta pueda afirmar que es verdadero y, al mismo tiempo, se convierta, sin dejar nada fuera de su consideración, en fundamento absoluto para alzar todas las demás certezas – el mundo y el hombre – que conciernen al correcto desarrollo de la existencia humana en la praxis y su sentido. Con acierto o con honradez y para evitar falsos dogmatismos y subjetivismos Descartes realiza una correcta distinción que siempre deberíamos tener en cuenta: “Querer inferir de la Sagrada Escritura el conocimiento de verdades que únicamente pertenecen a las ciencias humanas y no sirven para nuestra salvación, no es más que utilizar la Biblia para unos fines para los que Dios no la ha dado en absoluto y, consiguientemente, manipularla” (René Descartes, carta a Plempius, agosto de 1638. publicada en «Oeuvres de Descartes» de Charles Adam y Paul Tannery). En este sentido, es importante que ninguna cosmovisión, teísta o ateísta, estructure el conocimiento de la realidad, sino que el conocimiento de la realidad nos conduzca a sostener una u otra al descubrirla como fundamento.

Así, Descartes arranca su camino hacia la certeza absoluta a través de la duda metódica con el fin de no creer en nada que no vea muy claro y distintamente ser cierto. En un comienzo y mediante la aplicación rigurosa de este método vislumbra que la única existencia indudable es la suya propia: “Advertí luego que, queriendo yo pensar, de esta suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: ‘yo pienso, luego existo’, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que andaba buscando” (Descartes, “Discurso del método”). Aquí, ¿hallamos dos aspectos fundamentales del conocimiento?, es decir, por un lado, ¿la existencia consiste en ser percibida?; y, por otro, ¿todo lo que existe es particular? – estas cuestiones las desarrollaré en los sucesivos capítulos de esta entrada –.

Si bien tenemos la intuición de nuestra propia existencia, ¿podemos afirmar y sostenerla como la roca viva de la que emanan las demás verdades indudables? Del cogito, ergo sum se desprende que el pensamiento y la existencia están unidas de tal modo que en el instante en que percibimos que pensamos también percibimos de inmediato que existimos; es decir, el hombre es un ser que piensa (René Descartes, “Meditaciones metafísicas”). El pensamiento es un acto consciente que puede reducirse a percepciones y voliciones: las ideas. Éstas, son operaciones del entendimiento y como tales requieren ser percibidas, es decir, su existencia depende de un sujeto que las perciba: por tanto, requieren una causa, pues no son causa de sí mismas ni de ninguna otra idea, sino que más bien son imagen de las cosas que se hallan de modo innato en el sujeto humano. ¿Pero, qué – ¿la naturaleza? – o quién – ¿Dios? – ha puesto las ideas en nuestra mente? Esta pregunta es lógica, pues el hombre, como pensante que duda descubre su imperfección e infinitud y, en consecuencia, que no puede ser causa de lo perfecto e infinito (las ideas), que sólo puede ser obra, valga la redundancia, de lo real y verdaderamente perfecto e infinito. Para disipar toda duda, Descartes se halla en la necesidad de descubrir “si Dios existe y, si resulta que existe, también debo examinar si puede ser engañador” (René Descartes, “Meditaciones metafísicas”). El cogito ya no es el punto de apoyo para sacar a la luz todas las certezas indudables, sino que la existencia de Dios resulta imprescindible para descubrir si nuestro conocimiento puede ser absolutamente seguro.

¿Y cómo llegamos a la existencia de Dios? Descartes, advierte aquí – recordemos ahora la cita sobre la manipulación de la Biblia – que “habrá personas que quizá prefieran, llegados a este punto, negar la existencia de un Dios tan poderoso, a creer que todas las demás cosas son inciertas” (Descartes, “Meditaciones metafísicas”). Sin embargo, la idea de perfección e infinitud presente en nuestra mente no es producida por nosotros, sino que tiene otra causa que la ha puesto en nuestra mente. En consecuencia, la idea de perfección e infinitud (Dios) es una idea ingénita al hombre, de ahí que «se puede demostrar que un hombre jamás puede verse obligado a pensar en la existencia de una cosa de la que no tiene ninguna idea. Cualquiera que afirme que puede, juega con las palabras» (George Berkeley, «Comentarios filosóficos»). Descartes, desde un razonamiento metafísico y ontológico riguroso señala que la misma idea del ser sumamente perfecto no sólo revela que Dios no es un espíritu engañador, sino que existe y es lo realmente verdadero: “las (ideas) que me representan substancias son sin duda algo más, y contienen (por así decirlo) más realidad objetiva, es decir, participan, por representación, de más grados de ser o perfección que aquellas que me representan sólo modos o accidentes. Y más aún: la idea por la que concibo un Dios supremo, eterno, infinito, inmutable, omnisciente, omnipotente y creador universal de todas las cosas que están fuera de Él, esa idea digo ciertamente tiene en sí más realidad objetiva que las que me representan substancias finitas” (René Descartes, “Meditaciones metafísicas”). Además, especifica, que el conocimiento de Dios no se deduce del conocimiento del mundo, sino de la contemplación – lo que nos recuerda el planteamiento de Ludwig Wittgenstein –: “la suprema felicidad de la vida no consiste sino en esa contemplación de la majestad divina, experimentamos ya que una meditación como la presente, aunque incomparablemente menos perfecta, nos hace gozar del mayor contento que es posible en esta vida” (René Descartes, “Meditaciones metafísicas”).

Nota: en los sucesivos capítulos a esta entrada profundizaré sobre el estudio de la realidad.

comentarios
  1. Carol D. dice:

    ¿Qué soy yo? Una cosa que piensa dirá Descartes. ¿Y qué es una cosa que piensa?. Una cosa que siente, que quiere, que imagina… Descartes atribuye al pensamiento los caracteres de una sustancia, haciendo del yo pienso una «cosa», a la que han de pertenecer ciertos atributos. La duda sigue vigente con respecto a la existencia de cosas externas a mí, por lo que el único camino en el que se puede seguir avanzando deductivamente es el del análisis de ese «yo pienso» al que Descartes caracteriza como una sustancia pensante, como una cosa que piensa. ¿Qué es lo que hay en el pensamiento? Contenidos mentales, a los que Descartes llama «ideas». La única forma de progresar deductivamente es, pues, analizando dichos contenidos mentales, analizando las ideas.

  2. Esteban J. Bates dice:

    Y no tengo por qué juzgar que las cosas que me faltan son acaso más difíciles de adquirir que las que ya poseo; al contrario, es, sin duda, mucho más difícil que yo —esto es, una cosa o substancia pensante— haya salido de la nada, de lo que sería la adquisición, por mi parte, de muchos conocimientos que ignoro, y que al cabo no son sino accidentes de esa substancia. Y si me hubiera dado a mí mismo lo más difícil, es decir, mi existencia, no me hubiera privado de lo más fácil, a saber: de muchos conocimientos de que mi naturaleza no se halla provista; no me habría privado, en fin, de nada de lo que está contenido en la idea que tengo de Dios, puesto que ninguna otra cosa me parece de más difícil adquisición; y si hubiera alguna más difícil, sin duda me lo parecería (suponiendo que hubiera recibido de mí mismo las demás cosas que poseo), pues sentiría que allí terminaba mi poder.

  3. Saludos Carol, muchas gracias por su aportación al tema. Un saludo.

  4. Saludos esteban, muchas gracias por su aportación al tema desarrollado.Gracias, un saludo.

  5. Una vez destruidos todos los conocimientos que había adquirido durante su vida, busca volverlos a reconstruir mediante un patrón fiable y de mucha más solidez. Para encontrar algo 100% fiable, Descartes busca entre las funciones del alma, pues las tareas que necesitan del cuerpo no pueden afirmarse puesto que no podemos demostrar la existencia de tal cuerpo. Descartes llega a la conclusión de que si piensa, existe (“cogito ergo sum”). Con esto ya ha encontrado la verdad absoluta y ya ha demostrado la existencia del espíritu. Luego el cuerpo no es más que el medio que usa el alma para interactuar con el mundo material creado por Dios.

  6. Saludos Lola. Muchas gracias por su aportación. Gracias.

  7. Angel Montero dice:

    No se mucho de conceptos filosóficos y teológicos … soy apenas un simple arquitecto de 24 años pero si estoy consciente que este ENTIA AB ALIO, le reza a diario a un ENS A SE…ese que me sostiene como sostiene el mundo.

    No es un gran aporte, pero desde pequeño eso me enseñaron en el catecismo, y creo que hoy la sociedad lo ha olvidado.

  8. Saludos Ángel, muchas gracias por su comentario. Entiendo, desde luego, que ningún ser contingente, cuya existencia no es necesaria, se otorga a sí mismo la posibilidad del ser, sino que participa del ser por casusa de otro, que existe por sí mismo, el Ser en sí. Muchas gracias, de nuevo, por su comentario. Un saludo.

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