El amor, que es la forma sublime en que se tratan las personas, exige el primado del hombre, la comprensión de que aquel que es un fin en sí mismo sólo es susceptible de ser querido, sólo es apto para ser destinatario del bien. Nadie, bajo ninguna circunstancia, puede ser tratado como un medio, como un instrumento para alcanzar un bien aparente. La película “Joyeux Nöel” de Christian Carion sirve perfectamente para descubrirnos que la fraternidad, por sorpresa, es un concepto ético que tiende a olvidarse. En los medios de comunicación, en el discurso político y en las tertulias improvisadas que surgen en nuestra cotidiana realidad aparecen con suma frecuencia dos conceptos que entendemos como derechos fundamentales, la libertad y la igualdad. Sin embargo, es imposible practicar con rigor y extensión la libertad y la igualdad sin reconocer en la praxis que la fraternidad es su fundamento, que los hombres no sólo viven juntos, sino que cooperan conjuntamente en vistas al bien común, que es el verdadero bien del hombre, pues sólo él es el fin de todas las cosas creadas por Dios.
La tregua de Navidad de 1914 que rememora el filme de Carion sólo supuso una interrupción en la cruenta primera contienda mundial. Sin embargo, enseña qué ocurre cuando los hombres siguen el designio de Dios en lugar de satisfacer la propia complacencia y se unen, abandonando las armas por las que se matan los unos a los otros según las directrices e intereses de sus superiores, para celebrar el nacimiento del Mesías, el Salvador que redime a todos los hombres de todas las naciones, creencias e ideologías. La presencia de Dios está inscrita en la naturaleza ontológica del ser humano. Experimentamos en nuestro espíritu lo eterno y lo absoluto como verdadera realidad que anhelamos y perseguimos por intrínseca necesidad de nuestro ser. Descubrimos que estamos condenados a ser libres (Sartre, “El ser y la nada”), que nuestra existencia se halla ante una decisión (Heidegger, “Ser y tiempo”) que es elegir, en todo instante, la forma de nuestra vida (Ortge y Gasset, “El tema de nuestro tiempo”); una forma de vida, que emana de nuestro estatuto ontológico, que exige un determinado comportamiento ético para alcanzar la plenitud.
Si Dios es nuestro Padre, los hombres, en conciencia y en ejercicio de esta filiación, debemos aprender a comportarnos entre nosotros como lo que somos, hermanos; descubriendo, al mismo tiempo, que somos creados a imagen de Dios y que Su imagen se da tanto en nosotros como en la relación que tenemos los unos con los otros, que será la correcta si viene, en consecuencia, mediada por la actitud de amor, que es la vocación a la que estamos llamados para alcanzar la plenitud del ser. En este sentido, nuestro amor a Dios no puede correr al margen o mostrarse indiferente al amor que hemos de profesarnos los hombres: el trato verdadero y único que merece la persona es el amor. No podemos reconocernos pues como auténticos hijos de Dios si en la correspondiente filiación no proclamamos la fraternidad como ideal humano.
De corriente hablamos de fraternidad humana y de amor a la humanidad porque “Siempre es más fácil amar cosas abstractas. Es más fácil amar a la humanidad que a los seres humanos, porque amando a la humanidad no estás arriesgando nada. La humanidad es una palabra que no corresponde a ninguna realidad. El ser humano es una realidad, y cuando te cruzas con una realidad va a haber buenos momentos, malos momentos, dolor, placer, agonías y éxtasis. Amando a la humanidad no habrá éxtasis ni agonía. De hecho amar a la humanidad es una manera de evitar a los seres humanos: como no puedes amar a seres humanos, empiezas a amar a la humanidad sólo para engañarte a ti mismo” (Osho, “La sabiduría de las arenas. Charlas sobre sufismo”). Puede ocurrir, y lo experimentamos, que “cuanto más quiero a la humanidad en general, tanto menos quiero a los hombres en particular” (Dostoievski, “Los hermanos Karamazov”).
En cambio “el amor activo es trabajo y dominio de sí mismo; para ciertas personas es, quizá, toda una ciencia” (Dostievski, “Los hermanos Karamazov”) que se muestra bien en el filme de Carion, donde se presenta a dos personajes con una actitud diametralmente opuesta. Por un lado, Palme, el sacerdote escoces que se alista voluntario sólo para acompañar y cuidar personal y espiritualmente a dos jóvenes feligreses de su parroquia; por otro lado, su obispo, que al enterarse de la fraternización entre los combatientes pronuncia una inflamada homilía (una homilía supuestamente histórica pronunciada en 1915) en la que se dirige a los soldados británicos que reemplazan a aquellos que celebraron la Navidad con el “enemigo” señalando que la guerra es una “cruzada”, una “guerra santa” contra los alemanes, a los que no considera hijos de Dios porque no dudan en asesinar a civiles.
Como bien dice Carion, “no hay ningún contexto que justifique el uso de este lenguaje” por parte del obispo. Ya dije en una ocasión que la persona humana jamás pierde su dignidad ontológica, porque ella misma es un absoluto desde el preciso momento en que es ontológicamente; como tampoco pierde su libertad moral, la capacidad de obrar bien y/o mal. No obstante, la persona sí puede perder su dignidad moral cuando deja de obrar el bien, razón por la cual una persona puede ser condenada a cumplir una pena en la cárcel. Pero hay una diferencia cualitativa y radical entre la dignidad ontológica y la dignidad moral, pues una es en el orden del ser y la otra en el orden del obrar, y la primera prevalece sobre la segunda. De este modo, se puede decidir el aislamiento de una persona para el bien de la sociedad si esta obra mal, pero no se la puede condenar a muerte porque prevalece su dignidad de persona humana sobre el mal moral que haya podido causar, aunque este fuese la supresión de otra vida. El hombre siempre es hijo de Dios, “no hay ni puede haber en toda la tierra un pecado que Dios no perdone al que se arrepiente de verdad. Y el hombre no puede cometer un pecado tan grande que agote el infinito amor del Señor” (Dostoievski, “Los hermanos Karamazov”).
Está muy bien sentir amor por la humanidad, pero más importante es mostrar amor auténtico a los hombres concretos, a las personas reales y, sobre todo, ser constante porque amar no es fácil, amar implica la entrega de uno mismo en todo momento, sin descanso: “¿resistirás mucho tiempo en este camino? Si el enfermo cuyas pústulas lavas no te responde enseguida con agradecimiento, sino que, al contrario, comienza a torturarte con caprichos, sin apreciar tu filantrópico servicio, si empieza a gritarte, a presentarte groseramente exigencias, incluso a quejarse de ti a algún superior (como a menudo hacen los que sufren mucho), ¿entonces, qué?¿Persistirá o no tu amor?” (Dostoievski, “Los hermanos Karamazov”). Deberás persistir, debo persistir, porque la fraternidad, la dignidad de la persona no es un derecho, no es un producto cultural ni político que se concede a unos y se niega a otros, sino que es una realidad ontológica propia de toda persona más allá de su raza y de su pensamiento; porque la persona, cualquiera, trasciende toda su coyuntura, todo hombre participa de la filiación divina y de la fraternidad que le une a los demás. Por tanto, la fraternidad no es un derecho ni una concesión que se ofrecen los hombres, sino una tarea, nuestra vocación: “Tenemos a Dios como Padre y a la Iglesia como Madre; luego somos hermanos” (San Agustín, “Sermones”, 56, 14, Biblioteca de Autores Cristianos).
Entradas relacionadas:
La presencia de Dios está inscrita en la naturaleza del hombre
El sentido en una vida lanzada a quemarropa.
La película es muy recomendable por su belleza y por el mensaje humanista y por recordarnos la vergonzante actitud que puede adoptar el hombre cuando pone por delante los intereses a las personas.
Saludos María Rosa. Muchas gracias por comentar. Es una película que vale la pena, desde luego.
Algunos historiadores belicistas siempre han compartido la idea de que lo único bueno que ha dejado una guerra ha podido ser la «camadería o verdadera fraternidad» entre soldados. Que la fraternidad vivida en guerra es difícil igualarla en un estado de convivencia normal. Curioso hecho sin duda.
Saludos Álvaro, muchas gracias por comentar. Interesante observación la que nos ofreces. La fraternidad es un estado natural, el problema es que la despreciamos por el egoísmo puesto en triviales y finitos intereses que en sí no son ningún bien más allá de su apariencia. Gracias por comentar.
Muchas gracias por esta entrada, Joan. La película es un reflejo de la libertad del hombre, de su capacidad para ser como Dios quiere o, al contrario, para transformarse en una bestia en toda su literalidad. El odio sólo crece cuando deseamos falsos bienes y para lograrlo convertimos el mayor bien, el hombre, en un objeto de uso.
Saludos Sigfrid. Muchas gracias, me alegra saber que ha sido de tu interés. Gracias por comentar, un saludo.
Está muy bien, pero pretender amar como Dios manda es imposible. Podemos quererlo, pero siempre hay limites, circunstancias.
Saludos Roca. Usted tiene bastante razón. Amar de verdad es muy difícil y ciertamente hay momentos, circunstancias como usted dice, que parecen corroborar la imposibilidad de amar. Pienso cuando alguien nos ofende o nos hace un gran mal. Ciertamente puedo haber mostrado grandes palabras sobre el amor, pero en ese momento, ¿las llevaré a la práctica? Sí, amar de verdad, sin límites, es difícil, pero, ¿imposible? Ahí tenemos a Cristo y a muchas personas concretas, con nombres y apellidos, que nos muestran que sí es posible. Difícil, pero ante una gran ofensa mostremos mayor amor por esa persona entendiendo que por encima de todo es eso, una persona. Gracias por comentar.
Coincido con Álvaro. Sin embargo, la 1ª Guerra Mundial fue el comienzo del fin de la camadería y el sentido de que el otro no era el enemigo, sino un oponente. En las «guerras» posteriores este sentido de caballerosidad ha ido desapareciendo.
Saludos Jaume, muchas gracias por comentar.
Muy buena entrada. Pero creo que no todas las personas entienden lo que significa en su profundidad AMOR. Ya veces es muy difícil o complicado hacérselos entender.
Saludos Malourdese. Gracias por su comentario. En efecto, no siempre lo comprendemos en su sentido más puro y trascendente.
Brillante escrito sobre la fraternidad y la grandeza del hombre, imagen de Dios. No importa cuánto pueda llegar a pervertirse un hombre, pues siempre podrá recordar que una vez amó y fue bueno. Lo mismo que un solo hombre justo basta a la clemencia divina, un solo acto justo alcanza para la salvación.
Esta película, basada en un hecho real, es una joya del cine. Gracias por este texto.
[…] ocurra tal infortunio. Esta necesidad de seguridad reduce la natural capacidad del hombre para la fraternidad y la empatía que se expresan mediante el amor, la única facultad real que afirma a la persona en […]