No deja de sorprender la divergencia de criterio ético en una misma persona. Esta, defiende con ahínco la igualdad entre el hombre y la mujer e incansable trabaja para eliminar el sexismo de la sociedad; sin embargo, no duda, para ello, en utilizar los atributos físicos propios de su feminidad. Este es el caso de ‘Femen’, el grupo feminista ucraniano célebre por sus acciones de protesta en top-less. Ante esta aparente contradicción ética pregunto: ¿es posible estar en contra del turismo sexual, de la prostitución, del sexismo y, al mismo tiempo, reivindicar la dignidad de la mujer mediante el desnudo?
Desconozco el motivo por el que este grupo – y otros – de protesta feminista decide reivindicar los derechos de la mujer mediante el desnudo; no obstante, ¿no es incoherente esta actitud en alguien que pretende dignificar la persona del ser humano? ¿La reivindicación de un derecho justifica que se cosifique el propio cuerpo? Quizá alguien tilde de exagerada y/o arcaica esta observación, aunque tendrá que demostrarme el por qué, pues es preciso señalar, de inicio, que el cuerpo que cada sujeto llama suyo no se posee del mismo modo que los zapatos que calza ni se maneja del mismo modo que un vehículo, sino que es una realidad intrínseca que constituye el propio ser: ese cuerpo no es mío, ese cuerpo soy yo.
El cuerpo no es un accidente que le sobreviene al hombre, sino que la personalidad humana – cuerpo y espíritu – se expresa encarnada. Así, quien utiliza su propio cuerpo o el de otro como medio o instrumento mancilla su dignidad, pues la persona es un fin en sí misma, es única e irrepetible – es el supuesto individual de naturaleza racional (Boecio, “Contra Eutychen et Nestorium”) –. Por esta razón los clásicos emplean el término verecundia – pudor – para referirse a esta realidad más profunda y trascendente del ser humano que es la persona. El hombre no se cubre el cuerpo por simple convencionalismo, sino que este hecho guarda una justificación antropológica: a diferencia del animal, que es un individuo gregario, el hombre es un ser personal que se distingue radicalmente de sus semejantes.
Con el exhibicionismo la persona se degrada, deja de ser un quien y se convierte en un objeto o instrumento susceptible de comercializarse. Así, en una sociedad contemporánea que podemos denominar de consumo, donde ‘ir de compras’ es una actividad de ocio y donde las cosas no tienen más valor que su precio, si no se tiene claro por qué la persona es un fin en sí misma, es hasta comprensible el tráfico que se hace del cuerpo humano, que se prostituye o se convierte en objeto físico de reclamo como acontece en la publicidad o en los medios de comunicación, en especial en la edición digital de los periódicos. Esta es la incoherencia y el drama que se observa en estos grupos feministas: protestan contra el sexismo, la prostitución y el turismo sexual, pero participan y cooperan con este drama que despersonaliza al ser humano, en especial a la mujer, mediante la cosificación de su propio cuerpo para llamar la atención, jugando con la misma pornografía – no olvidemos que Pussy Riot realizó una orgía en un museo y otra en un supermercado –.
Si bien existe un amplio consenso en la necesidad de eliminar el sexismo, perseguir el turismo sexual y regular la prostitución en defensa de la dignidad humana, ¿no hay un cierto relajamiento en el valor incondicional de dicha dignidad que se traduce en una libertad confusa que conduce, con distintos grados, a hacer pública realidades reservadas a la intimidad de la persona? ¿Si vemos personas que visten ligeras de ropa, que hacen top-less en la playa o que copulan en espacios públicos estas acciones deben entenderse ética y antropológicamente como lógicas y las otras no? El problema, desde luego, no radica en el desnudo, sino cómo en el desnudo puede producirse una degradación de la persona al presentarla como un objeto o instrumento. No olvidemos, pues es trascendental en este debate, que el cuerpo no se posee del mismo modo que la camiseta que se lleva puesta, sino que es una dimensión constitutiva de la identidad personal. Como decía al comienzo: ese cuerpo no es mío, ese cuerpo soy yo. El cuerpo expresa mi persona del mismo modo que la sexualidad es un modo de ser de la persona, o se es varón o se es mujer. De este modo la sexualidad de la persona no sólo afecta al cuerpo, sino también al espíritu. Así, si tratamos el cuerpo como un objeto, en este caso como un instrumento de protesta, se produce una clara degradación de la persona al separar o al distinguir el cuerpo del ser.
El cuerpo y la sexualidad son dimensiones constitutivas de la personalidad del ser humano. Si entendemos que el hombre es un ser encarnado cuya dignidad es incondicional, razón por la cual es un fin en sí misma ¿podemos tratar al hombre o a la mujer, sea la persona que uno mismo es, sea la persona de otro, como lo que no es, un objeto o, dicho de otro modo, puede ser respetada en última instancia la dignidad del ser humano? La fundamentación kantiana nos dice, ciertamente, que el hombre debe ser siempre contemplado como fin. Sin embargo, su justificación y fundamento parece confuso e incoherente sin su comprensión metafísica y cristiana. ¿Se puede entender, en última instancia, que la persona es un cierto absoluto sin descubrir la imagen de Dios en el hombre? ¿No es cierto que somos un absoluto relativo en tanto que dependemos de un absoluto radical respecto del cual, causa eficiente, todos dependemos ontológicamente? «Sólo las criaturas intelectuales han sido hechas a imagen de Dios» (Tomás de Aquino, «Suma Teológica», 1 q.93 a.2 c). Sólo la verdad de que Dios quiere al hombre como un fin fundamenta la incondicional dignidad que debe guardarse al ser humano, que nunca puede ser tratado, ni por él mismo, como lo que no es, un medio.
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Muy interesante este artículo, Joan. Muchas veces somos las propias mujeres las que contribuimos a perpetuar el machismo.
Lo preocupante no es el caso de estos movimientos, sino la cosificación de la persona, sobre todo la mujer, en los medios de comunicación y el silencio de los consumidores. Los primeros sólo siguen los gustos de los segundos.
Saludos Cristina. Puede que sea así. Muchas gracias por comentar.
Saludos Eric. Seguramente tienes toda la razón. Gracias por comentar.
Como mujer atea este movimiento feminista caricaturiza la lucha real por la igualdad. Es lamentable.
Saludos Verònica, gracias por aportar tu punto de vista. Un saludo.
Buenos días. Coincido con lo que comenta Verònica, más en una sociedad donde hay hombres que aún consideran que la mujer es inferior y debe relegarse al hogar como sucede en determinados sectores ultracatólicos.
Saludos Germán. No creo que el machismo se encuentre en un determinado sector, si no que personas con distintas convicciones pueden ser machistas. Gracias por comentar.
El problema de todo esto pienso que es la entrada de la mujer en la vida laboral, que ha conducido a la aparición de salarios a la baja. Circunstancia que ha llevado a otras mujeres a buscar un trabajo fuera del hogar, como es mi caso, porque con el del marido no es suficiente. El feminismo no ha llevado nada bueno consigo, sólo que ahora sean necesarios dos sueldos y aún así cuando antes bastaba con uno. ¿Qué de positivo hay en esto? Sinceramente las mujeres deberíamos de pensar sobre esto. En lugar de trabajar en casa como ocurría hasta hace unas décadas, ahora se trabaja fuera de casa para pagar a una mujer que cuide a nuestros hijos; además, cuántos hombres hay en el paro cuando antes era más fácil encontrar un buen trabajo. Lo peor, es que este feminismo ha inculcado la idea de que trabajar en casa es denigrante para la mujer.
Saludos Victoria. La verdad es que me sorprende leer este comentario, más procedente de una mujer. Es evidente que trabajar en casa no es denigrante, ningún trabajo lo es en sí mismo. No obstante, me sorprende esta reflexión, sinceramente. Es denigrante si se pretende cerrar a la mujer en el hogar sin que pueda realizarse como persona en la sociedad, mediante un trabajo, una actividad académica, etc. De todos modos muchas gracias por su aportación al tema.