El amor exige la afirmación de la persona en sí misma

Publicado: 11 enero, 2013 en Amor, Antropología, Ética y Moral

Un titular de este viernes en el rorativo ‘The Guardian’ me llama poderosamente la atención más allá de la noticia: “Quiero que el mundo sea mejor, sobre todo para las mujeres”. Si queremos que el mundo, la sociedad en definitiva, sea mejor hay que apostar con decisión por el primado del hombre, pues la razón más alta de la sociedad es el reconocimiento de la incondicional dignidad del ser humano por el simple hecho de que sin él y sin la materialización de su bien mayor, que es común, no hay sociedad. La verdadera sociedad se realizará con la comunión plena entre todos los hombres mediante la virtud de la caridad o no se realizará y el deseo de un mundo mejor no será más que utopía, pues la humanidad es sólo una y ningún problema humano, aunque sea el de una sola persona, puede ser ajeno para alcanzar el bien común o ese deseado ‘mundo mejor’.

Las circunstancias nunca pueden ser una excusa ni un impedimento para practicar la caridad, que supone amar a los demás, como mínimo, con el mismo amor que uno profesa hacia sí mismo, por la sencilla razón de que la soledad, el dolor, la tristeza… pueden lograr que por nuestra falta de fuerza de voluntad no vayamos más allá de nosotros mismos, que no trascendamos nuestro mundo interior y no descubramos el sentido de un mundo, el humano, que sólo es realizable en compañía de nuestros semejantes. El amor, por tanto, intuyo, sólo es realizable si se transforma en una actitud ética que comporta como fin último la consecución del bien común en la contemplación de que mi bien es un bien para y junto con los demás, la entera humanidad.

En efecto, la coyuntura no pude ser ni excusa ni impedimento para realizar el mayor bien al que estamos llamados. Esta mañana leía una noticia sobre una encuesta realizada por la Comisión Europea según la cual el 55% de los jóvenes justifican la violencia para conseguir sus objetivos personales. Ninguna situación, por problemática que resulte, justifica no realizar el bien común ni olvidarnos de este para procurar sólo el beneficio personal prostituyéndose los medios para alcanzar cualquier otro fin al que nos dirijamos erróneamente bajo la apariencia de bien, en detrimento de nuestro único y verdadero bien, el común a toda la humanidad. Ninguna problemática humana, ni la crisis económica actual y sus efectos, justifica que interrumpamos el amor que debemos profesar a los demás ni que los tratemos como un objeto, pues la razón más alta de la sociedad es, precisamente, el reconocimiento de la incondicional dignidad del hombre, cuya esencia radica en que no puede ser tratada por nadie ni por él mismo como un medio, sino siempre como un fin (Antonio Millán-Puelles, “Sobre el hombre y la sociedad”).

¿Queremos una sociedad mejor? Si es así es necesario descubrir que la virtud de la caridad “exige la afirmación de la persona en sí misma” (Juan Pablo II, “Cruzando el umbral de la esperanza”), que es un bien tan inmediblemente insigne que sólo el amor, verdaderamente, puede mostrar al hombre la actitud que debe adoptar hacia el otro, en ese encuentro entre un ‘yo’ y un ‘tú’ que son el uno para el otro en vistas a su fin, el bien común en el que se realizan todos los proyectos personales de la entera humanidad. Es tal la dignidad de la persona humana y tal su radical diferencia sobre cualquier otra realidad que la única actitud que se puede profesar hacia ella es mediante el amor, la caridad. Así, la tan deseada justicia social sólo es posible si la actitud con respescto al semejante viene medida por el amor.

El amor, que supone la exigencia del respeto absoluto de la incondicional dignidad de la persona, descansa de modo exclusivo en un fundamento de carácter también asoluto. Para que una persona tenga un cierto carácter absoluto es imperioso afirmar que hay una instancia superior que me hace a mí respetable hacia ti. Así, muy presumiblemente, “la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador” (Constitución pastoral ‘Gaudium et spes’). Es decir, tal vez, sólo el hecho de que Dios quiere al hombre como un fin en sí mismo otorgándole la posibilidad de relacionarse, libre, con Él, fundamenta la incondicional dignidad que debe reconocerse en la persona.

Y esto puede ser así y sólo así porque más allá de las éticas personalistas cimentadas en el cristianismo – pienso ahora en Maritain, en Mounier o Marcel, aunque también en Husserl, en Scheler y muchos otros – que afirman “el primado de la persona humana sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que sostienen su desarrollo” (Emmanuel Mounier, “Manifiesto al servicio del personalismo”), no existe, quizá, ninguna otra ética, ni siquiera la kantiana, que si bien reconoce que la persona no puede ser tratada como un objeto sino como un fin, que alcance a fundamentar la dignidad humana sobre un principio sólido que garantice, en todo momento, la afirmación de la persona. Por tanto, con Nietszche en el pensamiento, es necesaria la inversión del orden ético vigente, de fuerte calado materialista y positivista, y situar al hombre, de nuevo, en el primado de la socidad; donde la economía, la política y ese gran ente que es el Estado se hallen al servicio del hombre en pos del bien común.

Que el mundo sea mejor dependerá del lugar que ocupe en él el hombre.

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comentarios
  1. Cristina Bec dice:

    Es curioso pero siempre decimos que queremos un mundo mejor o dejar un mundo mejor a nuestros hijos, pero no se dice, o no se dice tanto, seamos mejores personas, eduquemos y amemos mejor a nuestros hijos para que el mundo sea mejor.

  2. Saludos Cristina. Vaya, pues muy bien vista esta reflexión. Muchas gracias por comentar.

  3. Negro dice:

    Es muy cierto lo que dices sobre las circunstancias. Benjamin Franklin decía que la persona que es buena para dar excusas raras veces es buena para otras cosas.

  4. Verònica dice:

    Esta muy bien lo que escribes, la idea de fondo del amor, pero como atea que sabes que soy pienso que uno de los impedimentos para la realización del bien por medio del amor son las ideologías y las religiones. Si bien hay buenas personas que las comparten la mayoría se convierte en fundamentalista y hace lo contrario que debería suponerse.

  5. Saludos Negro, muchas gracias, desconocía esta cita, y es, quizá, una gran verdad. Un saludo.

  6. Saludos Verònica.

    Es posible que tengas razón. Sin embargo hay una gran distancia entre la ideología y la religión.

    http://opusprima.com/2010/05/11/la-ideologia/

    La religión, al menos el cristianismo, no es un invento del hombre que cree en un objeto o en una idea producto de su mente, sino que es una respuesta a la llamada del Absoluto, en este caso de Dios. Ciertamente, hay radicales dentro del cristianismo, pero no por cumplir el Evangelio, sino por realizar el Evangelio a su muy particular manera o utilizando a Dios como excusa para realizar sus empresas. Pienso.

    Gracias por comentar.

  7. Salva dice:

    Todo correcto, pero el mundo cambia con mi ejemplo y no con mis opiniones.

  8. Saludos Salva. Cierto, uno tiene que ser y hacer antes lo que dice. Gracias por comentar.

  9. Cuando estaba en la Universidad, allá por los 80, recuerdo mis eternas discusiones con la gente de izquierda que dominaban toda la escena educativa porque me daba cuenta, y se los decía, que la concepción mertamente materialista de la persona humana atentaba contra su dignidad básica. Lo mismo sucede ahora en Europa se anteponen intereses económicos y financieros al bien de la persona, en el fondo es el mismo materialismo reduccionista. Pienso que el gran aporte del cristianismo es, precisamente, su gran concepto del ser humano, y de la vida humana. Me quedo con una frase de José Martí, poeta y procer cubano, uno de los grandes latinoamericanos: «Nada he amado con tanta pasión como la dignidad humana». Un abrazo desde Tenerife y felicitaciones por tu artículo
    Marcelo

  10. Saludos Marcelo. Ciertamente en la cultura europea actual, la Occidental en general, existe como bien dices un peligroso predominio de lo material sobre lo espiritual, de las cosas sobre las personas, en el que la economía está en manos del capital y no del valor de la persona. Ante esta situación urge dar una vuelta radical, situando a la persona como el fundamento de todo obrar humano. Gracias por la cita de Martí, pues sin duda no se puede amar con pasión otra realidad que no sea la dignidad humana, pues ante ella sólo podemos acceder por el amor, aunque esto, lamentablemente, lo olvidamos, y hablo por mí.

    Gracias por comentar.

  11. Amor dice:

    Hola. Es la segunda vez que comento. Me parece excelente esta entrada, me ha dado mucho que pensar. Gracias.

  12. Saludos Amor. Muchas gracias por su comentario, me alegro que le haya sido útil. Un saludo.

  13. […] buenos sólo en contacto con los otros, por tanto, la civilización es como uno trata a los demás seres humanos, y somos verdaderos humanos en la medida en que el otro me reconoce como semejante y viceversa. […]

  14. […] Aunque existen personas y movimientos que reclaman la justicia social y el bien común con ademan de producir una revolución contra toda tiránica manifestación de poder, la obediencia es la actitud más universal entre el sujeto humano contemporáneo. No son pocos quienes claman al cielo por situaciones inaceptables contra el hombre – pienso en Venezuela y Ucrania –, pero estos mismos son capaces de tolerar lo más intolerable, el agravio contra el fundamento mismo de eso que llamamos derechos humanos: la dignidad incondicional de la persona. La causa principal de esta actitud es el temor. La persona inestable busca afanosamente la seguridad; así, mientras se encuentre en una situación que posibilite la cotidiana existencia, aunque esta no sea otra realidad que el mero y continuo sobrevivir a los días, aceptará cualquier brutalidad sobre piel ajena mientras a él no le ocurra tal infortunio. Esta necesidad de seguridad reduce la natural capacidad del hombre para la fraternidad y la empatía que se expresan mediante el amor, la única facultad real que afirma a la persona en sí misma. […]

  15. […] que los principios morales de este tipo de vida deben llevar implícito el reconocimiento de esa incondicional dignidad de la persona que, a nivel práctico, se traduce en el respeto equitativo de los intereses de todos los […]

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