En “Breviario de podredumbre” Cioran afirma que “en sí misma, toda idea es neutra o debería serlo; pero el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias; impura, transformada en creencia, se inserta en el tiempo, adopta figura de suceso: el paso de la lógica a la epilepsia se ha consumado… Así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas”. Toda persona, en mayor o en menor medida, pretende influir en el mundo por la supuesta seguridad de estar en la verdad o de saber qué hay que hacer para alcanzarla. Tristemente, ocurre que quien ama indebidamente a un dios o a una ideología – realidades a las que se imputa ser la esencia de la verdad – obliga a los otros a amar del mismo modo hasta el extremo, en ocasiones, de quitarles la vida si rechazan.
La vida tendrá un sentido cuando el hombre se descubre a sí mismo teniendo que ser con la exigencia, siempre, de tener que tomar una decisión para dotar de coherencia y significado la existencia en vistas a un determinado fin que necesariamente se entiende como aquello que es lo mejor para uno. Sin embargo, no existe una universal coincidencia en señalar qué o quién es ese sentido al que todos nos inclinamos por naturaleza – estatuto ontológico –. Así, si esto no es suficiente, añadimos, además, que el hombre tiene la costumbre de juzgar qué es la verdad en vez de dejarse domeñar por ella; más cuando tenemos certeza empírica de que no parece haber una conexión lógica entre la voluntad humana y el devenir del mundo (Wittgenstein, “Notebooks”).
La verdad es, junto al ser y el bien, la gran cuestión de la existencia y su imposición por parte de quienes creen poseerla es la responsable de los acontecimientos históricos. Si bien todos los hombres desean por naturaleza saber (Aristóteles, “Metafísica”), pues nadie quiere permanecer en la duda, no todos aceptan la verdad o lo que supuestamente se presenta como verdad del mismo modo, de ahí no sólo la diversidad de pensamientos, sino la presencia real de la discusión y la violencia. Así, si no podemos hablar de una verdad objetiva y universal aceptada por todos, cómo podemos asumir la existencia de un sentido de vida objetivo y universal mediante el cual se guíe la entera humanidad. En realidad, y a la historia me remito, esto sólo es posible mediante imposición. Del mismo modo que hubo un tiempo en el que el cristianismo era el fundamento de la identidad del ser humano (teocracia), hoy cuando se reivindica una sociedad laica se pretende imponer una sociedad sin Dios como sostiene el arzobispo de Milán, el Cardenal Angelo Scola.
Existe el convencimiento de que el ateísmo o el no fundamentar el sentido del mundo en un dios responde a una certeza empírica. Sin embargo, la no consideración de Dios no está fundamenta sobre la base de una razón libre de prejuicios; al contrario, es una afirmación prejuiciosa desde una perspectiva intelectual cuando no un atrevimiento asumir que el hombre mediante una supuesta certeza racional puede alzar todas las demás certezas hasta alcanzar una comprensión última del mundo, del ser humano y de su sentido. Si es un error excluir la razón, también lo es admitir solamente la razón. La racionalidad de la razón jamás puede darse por supuesta – evidentemente, los teístas tampoco pueden dar por supuesta la fe, de lo contrario sería mera tradición. La fe siempre tiene que ser pensada, pues no es nunca una cuestión decidida y asimilada de una vez y para siempre. La fe siempre tiene que ser puesta en duda y asegurada, pues se pregunta por la verdad y por las cuestiones principales del hombre –.
Así, a priori, lo más sensato, hasta que se pueda demostrar lo contrario, es seguir la exhortación de Blaise Pascal expuesta en sus “Pensées”: “hay que saber dudar donde es necesario, asegurarse donde es necesario, sometiéndose donde es necesario. Quien no lo hace no escucha la fuerza de la razón. Los hay que pecan contra estos principios: o bien aseverándolo todo como demostrativo, por no entender de demostraciones; o bien dudando de todo por no saber dónde hay que someterse; o bien sometiéndose a todo, por no saber dónde hay que juzgar”. Al mismo tiempo, mientras no exista en el hombre el convencimiento firme de un sentido objetivo y universal todo debate sobre qué cosmovisión debe ser la oficial del Estado debe tener presente, reconocer y respetar las distintas identidades y manifestaciones culturales expresadas por cada persona en la sociedad, pues además de ser los pilares sobre los que se arma la convivencia democrática, el Estado de derecho y el mismo Estado, la distinción entre lo público – la cosmovisión que postula el Estado – y lo privado – la cosmovisión personal, que nunca puede ser impuesta, pues lo que nos empuja realmente a creer es el consentimiento de nosotros con nosotros mismos, con nuestra conciencia – conduce erróneamente a interpretar que el sujeto que actúa en el ámbito público es un sujeto totalmente distinto del que actúa en el privado, cuando en realidad es la misma persona que se ve cercenada ante la obligación de proceder de modo distinto según el ámbito de actuación.
El Estado – la sociedad – no puede exigir que la persona lleve una doble vida – una pública y otra privada – salvo que se viva bajo un régimen totalitario. Al contrario, el Estado democrático tiene como objeto procurar que los proyectos vitales – fundamentados en una determinada cosmovisión – puedan llevarse a cabo en vistas al bien común. Al respecto y a priori los Estados Unidos pueden ser el mejor ejemplo del Estado laico que no profesa ningún laicismo de Estado – evidentemente también se entiende la necesidad de evitar cualquier teocracia – por que entiende que la separación Iglesia-Estado no supone necesariamente la imposibilidad de establecer un intenso, honesto y fructífero diálogo entre el ámbito político y el religioso – y de cualquier creencia, entre ellas la descreencia – desde el convencimiento de que ningún gobierno puede originar ni provocar ciudadanos morales sino que son los ciudadanos en cuanto que morales los que causan la existencia de la democracia y dan sentido a su existencia. Lo contrario es totalitarismo.
Por tanto, antes que armar un Estado bajo una determinada cosmovisión es importante tener presente y reconocer la dignidad del ser humano, que el fin de la sociedad democrática reside en que cada ciudadano alcance la plenitud mediante la realización de su proyecto vital, lo que contribuye a la consecución del bien común. La distinción entre la vida pública y la privada – crea uno en lo que crea – supone una antropología deshumanizadora que aniquila la dignidad ontológica y moral y genera un proceso de alienación en cuanto que fuerza a la persona a dejar de ser quien es – la creencia o descreencia de una persona no es un simple sentimiento, sino su modo de ser y, cosnecuentemente, su modo de manifestarse –.
En conclusión, no puede construirse la sociedad si se aniquila la libertad de pensamiento – de conciencia – y el derecho a manifestarlo en el ámbito público sin coacción siempre que no atente contra el bien común.
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Hola, muy interesante su artículo, le puedo preguntar algo? Cree que las personas, de verdad piensan en su FE? La mayoría no lo hace, están tan acostumbradas a la «comodidad» de que otros decidan por ellas, en todos los aspectos de sus vidas. que ¿para que pensar en lo que creo? Y eso, conduce a tener personas «fanáticas» y a muchas personas, incluyendo el Estado, les conviene que sigan así las cosas, por eso se llega a que no hay un punto en común, entre las dos partes. Las personas que leemos lo que escribe, somos muy variadas y aunque sepamos y entendamos lo que dice, por la misma diferencia de cultura y pensamiento, las más de las veces, pensamos o decimos «para que calentarme la cabeza, si todo va a seguir igual». He aprendido y sigo aprendiendo con lo que escribe, y le doy muchas gracias al Buen Dios el haberme encontrado con usted y a usted, por la paciencia que tiene para conmigo, se lo agradezco. Animo y adelante, las personas como usted, NO tienen fácil el camino, sobre todo por ser «DIFERENTES» y lo diferente, lo que no es común causa MIEDO, por eso los ataques a su persona, no lo tome tan a pecho, son «gajes del oficio». Un abrazo muy fuerte, querido amigo.
Saludos Malourdese.
Muchas gracias por su comentario. Quién no piensa su fe sencillamente la crea, y este es el gran peligro de la humanidad y lo que bien nos expresa Cioran en el fragmento que menciono en la introducción de esta entrada. Repito, muchas gracias por su comentario. Un saludo, Malourdese y feliz domingo.
[…] ser humano no sólo descubre que él no es el origen del sentido, sino que el sentido le es dado. La existencia alcanza su sentido cuando el hombre se descubre a sí mismo teniendo que ser con la exigencia, siempre, de tomar una […]