El pensamiento filosófico de San Agustín se centra, fundamentalmente, en el conocimiento de la verdad, pero no por un interés estrictamente intelectual, sino porque ella confiere la auténtica felicidad del hombre; es decir, el conocimiento es un medio para alcanzar la beatitud. Por tanto, está plenamente convencido de que el intelecto humano puede captar las realidades inteligibles e inmutables y percibirlas con certeza (San Agustín, Retractationes). Aristóteles afirma en Metafísica que todos los hombres desean por naturaleza saber; sin embargo, San Agustín, y posteriormente Lessing, remarca que la felicidad no radica en el conocimiento y posesión de la verdad, sino en su persecución continua. En este sentido, la felicidad de San Agustín no se alcanza sino en la búsqueda vivencial de Cristo, quien tiene el conocimiento total de la verdad.
De este modo, la pregunta principal es averiguar cómo es posible que la mente humana, finita, no sólo puede alcanzar cierto conocimiento de verdades eternas y necesarias, sino incluso conocerlas como eternas y necesarias (San Agustín, Contra académicos). No obstante, no parte de cero, sino que arranca del convencimiento de la certeza del principio de no contradicción y del hecho de que los sentidos, a diferencia de lo que piensan los escépticos y los epicúreos, nunca mienten ni nos engañan.
Sobre esto último, los sentidos, deja constancia en distintas ocasiones: 1) “sea lo que sea lo que ven los ojos, lo ven realmente. Entonces, ¿es verdad lo que ven en el caso del remo metido en el agua? Enteramente verdad. Porque, dada la causa por la que aparece de esa manera (digamos, torcido), más bien debería acusar a mis sentidos de engañarme si me lo presentaran recto cuando se introduce en el agua. Porque no lo verían como, dadas las circunstancias, deberían verlo…” (San Agustín, Contra academicos). 2) “Si me engaño quiero decir que soy. Quien no es no puede engañarse. Por tanto, soy si me engaño; y si es verdad que soy si me engaño, ¿cómo puedo engañarme de que soy, si es cierto que soy si me engaño? Y, dado que yo sería quien se engaña, aunque me engañase, cuando sé que soy, ciertamente no me engaño” (San Agustín, De civitate Dei).
Además de la verdad del principio de no contradicción y de la certeza de la duda del que duda, también tenemos, señala San Agustín, el convencimiento de la verdad de los axiomas matemáticos (De libero arbitrio) y de la propia existencia que percibimos mediante la autoconciencia: “existimos, y sabemos que existimos, y amamos ese hecho y nuestro conocimiento de él” (De civitate Dei). De la autoexistencia desprende la existencia del mundo exterior, del que podemos tener un conocimiento racional. De este modo, ya que nuestro intelecto capta la verdad del ente, con mayor o menor intensidad pero no totalmente, deduce que nuestra mente no es comparable a la verdad. En consecuencia, si la verdad es superior a uno mismo no procede de uno mismo ni de ninguna otra criatura, sino que emana de una realidad mayor y más excelente que nos permite su conocimiento gracias a una naturaleza ontológicamente preparada para ello (De libero arbitrio). Por tanto las verdades deben estar fundadas en el ser.
“Dios, en cambio, que es todopoderoso, de su sustancia ha engendrado al hijo, de la nada ha creado el mundo y de la tierra ha plasmado el hombre. Gran diferencia separa lo que Dios ha engendrado de su sustancia y lo que ha hecho, no de su sustancia, sino de la nada; es decir, ha dado el ser y ha colocado entre las cosas que existen lo que antes en modo alguno existía”. Dios, por tanto, no sólo crea de la nada, sino que crea, también, según razones eternas; es decir, Dios, desde toda la eternidad, conoce todas las cosas de la creación aunque éstas no vengan a ser sino con el tiempo. De este modo, como todo lo creado es reflejo finito de su infinita perfección el ser humano y todas las realidades creadas poseen o son imagen de la verdad eterna que es Dios.
[…] que el Absoluto sostiene y garantiza la existencia, el cual se busca, no por interés, sino porque confiere la auténtica felicidad del hombre (San Agustín, Retractationes), éste no puede vivir en sentido propio y se convierte en un […]