San Agustín nace en Tagaste (Argelia) el 13 de noviembre de 354. Con dicesiseis años viaja a Cartago para completar sus estudios de dialéctica y retórica. Es en esta ciudad, de vida licenciosa en la que se practican rituales obscenos vinculados con religiones procedentes de Oriente, donde Agustín se separa de la moralidad cristiana que recibió de su madre, Santa Mónica, y toma una concubina por un periodo de diez años con la cual tendrá un hijo, Adeodato, en el 372.
Con la lectura de Hortensio de Cicerón padece una evolución que narrará posteriormente en sus Confesiones por la que, en su búsqueda de la verdad, acepta la enseñanza de los maniqueos, pues considera que explican mejor la existencia del mal. Regresa a Tagaste en el 374 para ofrecer clases de retórica y literatura latina, pero de inmediato regresa a Cartago donde abre una escuela de retórica. Antes de viajar a Roma en el 383 empieza a desilusionarse con el maniqueismo, pues no le ofrece la respuesta intelectual que estima oportuna sobre la explicación de la fuente de la certeza en el pensamiento humano.
Ya instalado en Roma y, posteriormente, en Milán, empieza su aproximación al cristianismo, al menos desde la perspectiva intelectual, gracias a las homilias del obispo San Ambrosio. No obstante, ante la presión de Santa Mónica para que formalizara matrimonio con la madre de su hijo San Agustín toma a otra amante. Sin duda, una de las mayores dificultades que encuentra en su conversión al cristianismo es la renuncia al imperio de las pasiones, lucha que se resuelve en la famosa escena del jardín, que narrará en las Confesiones, en la cual oye una voz infantil que le grita insistentemente: “Tolle et lege, tolle et lege” (toma y lee); así, empujado por esa voz toma la Escritura abriendo al azar la Epístola de San Pablo a los romanos: “como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias” (Rom 13, 13).
A esta conversión moral le sigue, de inmediato, la conversión intelectual, en la que San Agustín, gracias a la lectura de obras neoplatónicas, se muestra ya totalmente convencido de la verdad del cristianismo, y, finalmente, el sacramento del bautismo en el Sábado Santo de 387. Además, con la excusa, posiblemente, de una enfermedad de pulmón abandona la enseñanza y renuncia al matrimonio, aunque en esos momentos no entra en su cabeza la posibilidad del sacerdocio. Sin embargo, en el 391 Valerio, obispo de Hipona, solicita sus servicios y le ordena presbítero. En Hipona San Agustín funda un monasterio. En el 395 es consagrado obispo auxiliar de Hipona y al año siguiente obispo titular.
Al frente de la diócesis de Hipona hasta su muerte mantiene una dilatada actividad teológica y pastoral, un cuidado exquisito por la predicación y el servicio directo a los más necesitados mediante el trato a los enfermos, obras de caridad, etc. Mantiene también una dura e incansable disputa contra los donatistas. San Agustín fallece el 28 de agosto de 430, durante el tercer asedio de Hipona por parte de los vándalos, mientras recita los salmos penitenciales. Según testimonia Posidio San Agustín no dejó testamento, pues como uno de los pobres de Dios no tenía nada que legar. A nota de curiosidad hay que señalar que Hipona fue pasto de las llamas; no obstante, la catedral y la biblioteca de San Agustín permanecieron a salvo.
“Aquellos que lean lo que él (Agustín) ha escrito sobre las cosas divinas pueden obtener mucho provecho, pero pienso que el provecho habría sido mayor si hubieran podido oírle y verle predicar en la Iglesia, y especialmente aquellos que tuvieron el privilegio de disfrutar de íntimo trato con él” (Posidio, en Patrologia Latina de Jacques-Paul Migne).