“He nacido en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios, por la misma razón que sus mayores la habían tenido: sin saber por qué. Y entonces, porque el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente, y no porque piensa, la mayoría de los jóvenes ha escogido a la Humanidad como sucedáneo de Dios”. Estas palabras de Fernando Pessoa expresadas en “Libro del desasosiego” quizá describen con suma perfección la realidad, al menos de la cultura contemporánea occidental. El progreso técnico, en cierto modo, es el sustituto o la causa de la indiferencia religiosa y del enfriamiento espiritual de una sociedad que ya no deja espacio para Dios en su vida cotidiana.
Hoy uno no reza nada o casi nada cuando, consciente o no, se instala en la dinámica del quehacer rutinario de cada día y abandona la profunda e intrínseca cuestión ontológica del destino. Esta es una realidad empírica contrastable. Cuántos de quienes puedan leer en algún momento estas palabras mías son testigos del cambio que se produce en personas que se han limitado a lo largo de su existencia a sobrevivir y cuando se aproxima el momento de la muerte se acuerdan, con gratitud, de la existencia de Dios. Esto no sucede necesariamente en el momento en el que se acerca el fin inexorable de la persona, sino cuando se descubre que la entronizada técnica y las realidades contingentes no ofrecen una respuesta al porqué del hombre.
El edén material ofrece un apetitoso néctar – pan y circo –, si bien finito, que satisface la voluntad humana, forzada a cambio a deambular de flor en flor y a experimentar la vivencia de la nada del ser. Sin embargo, en el hombre, incluso el sujeto más apegado a lo contingente, hay un resquicio por el que aflora su natural trascendencia. El ser humano, aunque abrace corrientes metafísicas de bajo perfil – positivismo, escepticismo, utilitarismo, materialismo, etc. – nunca deja de ser un animal religioso. No hay ninguna persona que no admita la existencia del absoluto. Es más, todos aquellos que se muestran contrarios al teísmo adoptan una postura próxima al panteísmo, pues sitúan el principio fundamental en una realidad accidental convertida en el Absoluto: los materialistas en la materia; los escépticos en la nada y los idealistas en el yo o en la razón, por ejemplo.
Esta conformidad en el Absoluto, si bien variante, conduce de modo inapelable a una aprobación extrínseca al entendimiento que da razón de la existencia misma del Absoluto: la presencia, fundada en él, de la Verdad. La verdad, que se encuentra fuera de nuestra razón, muestra que la idea del Absoluto no es inventada por nuestro intelecto, sino que es real y consecuentemente cognoscible dentro de las posibilidades humanas. Así pues, aunque todos ponemos en un principio distinto el absoluto, del mismo modo que los presocráticos, todos acertamos en afirmar la existencia del Absoluto.
Ahora la cuestión es preguntarse o responder más bien porqué fundir el Absoluto en Dios. Ciertamente esta no es sólo una cuestión intelectual pues en sí desborda nuestra razón – la fe no es un salto al vacío –. Jean Guitton expresa este tema en “Mi testamento filosófico” de modo convincente e interesante: “¿Por qué creo en Dios? ¡Porque me cuesta creer en Él! Si no me costase creer en Él, pienso que no creería en Él. Si Dios fuese fácil, estaría al alcance de la mano. No sería trascendente y no sería Dios. Pero si Dios es Dios, hay una desproporción entre Él y nosotros. Me gustaría poder deducir su existencia a partir de mí. Compruebo que es imposible. En este sentido me duele. Pero si creyese a sí, no creería en Él, y el Dios al que me adheriría no sería Dios. Así, pues, no poder creer de esa manera me ayuda a creer”.
Cierto, esto no conduce necesariamente a aceptar que Dios es el absoluto, peor empuja a ello. En las Reglas para la dirección del espíritu el gran Descartes señala: “Dubito, ergo Deus est” (Dudo, luego Dios existe). El Absoluto, convenimos todos – teístas y panteístas (las variantes ya expresadas) – es el fundamento, el principio rector, Aquel en quien permanece el Ser en sí – las creaturas participamos del ser –. De este modo, podemos identificar sin equívocos el Asboluto en Dios, en cuyo Ser todos hallamos ontológica dependencia. No obstante, Dios es distinto a todos los demás absolutos que se puedan concebir en el sentido de que va más allá. Dios no se encierra en el concepto en sí de Absoluto sino que lo trasciende. Dios no es un qué sino un Quien. Es decir, Dios es un Absoluto que es un Ser – el Ser en sí – que piensa, que ama, que ha creado el universo y que interpela al hombre. A diferencia de los otros ‘absolutos’ no es producto de la imaginación antropomórfica o del intelecto humano, sino que es el hombre mismo quien está creado a imagen de Dios, del Absoluto que es Dios. Dios habla al hombre, otro asunto distinto es que el hombre desee responderle. Pero quien se niega a responder a la cuestión sobre el sentido opera con desatino y se sitúa en una posición intelectual que le incapacita para descubrir en el carácter contingente y ordenado del universo rastros de la inteligencia del Absoluto que lo crea ex nihilo.
Aunque reconozco que me llego a perder un poco en la cierta crudeza del vocabulario filosófico, que nunca fue mi fuerte tengo que convernir que el concepto general expresado aquí encierra una inmensa certeza y es que preguntes a quien preguntes, agnósticos, ateos, naturalistas, judíos, etc. Todos, incluídos los dos primeros acaban siempre admitiendo la creencia en que «algo» o «alguien» túvo que crear esta realidad material y universal en la que vivimos. Lo paradójico creo, es que por el simple hecho de que tanto agnosticos como ateos afirman tambien la existencia de eso «algo»/»alguien» creador de todo lo conocido y lo que está por conocer ambos adjetivos quedan automáticamente desarmados de razón. Creo que lo único que queda una vez reconocida esa evidencia es la discursión sobre el nombre que esa entidad creadora debe o no debe recibir pero eso sería perder el norte de lo que verdaderamente importa, que no es otra cosa que el hecho de que estamos todos, cosas, seres vivos, animales, etc,. creados por un ser superior a nosotros no solo en lo físico sino tambien en lo espiritual. A esa entidad deberíamos estarle agradecidos todos los humanos por igual y no vivir tanto adorando cosas materiales como si fueran realmente el dios que nos dio la vida y lo que somos. Y Por supuesto no deberíamos ir por la vida pensando que todo lo que nos rodea es «cosa nuestra» como algunos seres humanos van por el mundo haciendo. Un saludo y perdón por el «sermón».
Saludos Joan. Muy interesante reflexión, para pensar con atención.
Saludos Cristina. Muchas gracias por el comentario. Sin duda, conscientes o no de ello, todos los hombres´buscan una explicación sobre la realidad. Todos descubren un absoluto en la realidad. No obstante, a ese Absoluto descubierto, unos lo ‘humanizan’ y otros entran en relación directa con ese Absoluto, dejándose transformar por esa trascendencia que ilumina, pues es la Verdad primera y absoluta. Gracias.
Saludos Sigfrid, muchas gracias por leer la entrada.
Supongo que es una broma, Joan, ya que no creer es ser panteísta en el mismo sentido que apagar la tele es un canal de televisión.
En cuanto a Cristina, supongo que cuando habla usted con esos ateos y agnósticos que dice está «escuchando para otro lado».
Saludos Cayetano, muchas gracias por su comentario.
Cayetano gracias por tu comentario. Permiteme que discrepe porque por suerte o por desgracia tengo mucho amigos que se auto-definen como agnosticos y/o ateos y todos acaban conviniendo conmigo que este universo no apareció por ciencia infusa…. Unos llamamos Dios a quien lo ideó y puso en marcha y otros lo llaman Energía, Chispa y mil cosas más…. No dejan de ser todos estos apelativos diferentes nombres para una misma realidad… O como le llamas tú a «quien» hizo que todo esto apareciera?. Un saludo.
Vamos a ver, Cristina, ¿quien puso en en marcha que? Lo primero que tendríamos que ver es si alguien puso en marcha algo y, hasta donde sabemos, nadie ha puesto en marcha nada. El universo tal como lo conocemos surge de fluctuaciones cuánticas en el vacío y no sabemos, ni existe modo alguno de conocer, como era la situación anterior a este momento, entre otras cosas porque en esa situación no existe un antes o un después, no existe el tiempo, pero también porque en los procesos cuánticos no existe causalidad lineal, con lo que la única linealidad posible sería la estimación de la variación del estado termodinámico del universo; desde luego no existe ningún motivo racional para suponer que el universo tenga un origen.
Pero yo lo que discutía no era eso sino que los que no creen puedan de algún modo ser panteístas o, como usted dice, «creer en …» porque si bien el ateo se identifica por no creer en dioses (en sentido estricto negar su existencia) el agnostico se identifica por no creer (sin paliativos) con lo que resulta una inconsistencia determinar que es una creencia lo que no es sino el uso y ejercicio de la razón. Yo no creo en la evolución ni creo en la relatividad, ni tengo necesidad de creer en ellas, se que son ciertas porque existen pruebas de que son ciertas.
Por otro lado la autodefinición no siempre es garantía de una clasificación correcta, ya he expresado más de una vez aquí que muchos que se autodefinen como católicos no-practicantes dicen no creer en dios, muchas personas tienen la extravagante idea de que un agnóstico es alguien que tiene dudas y algunos ateos que dicen no creer en Dios creen, en cambio, en el espíritu de la tierra.
Leyendo tu comentario Cayetano aprecio que absolutizas tu punto de vista, tu interpretación, lo que en el fondo es lo que dice Joan en esta entrada. Intuyo que cuando señala que se es ‘panteísta’ cuando no se abraza el teísmo, es que se absolutiza una realidad concreta a la que se identifica con el absoluto. Buenas noches.
Hablaba de quién creó el vacío, quién creo las fluctuaciones cuánticas en vacío, etc…. De pequeña me enseñaron que Dios no tenía principio ni fin… Será por tanto que el universo al que aludes afirmando que no hay manera de saber si tiene origen es esa entidad a la que medio mundo llama Dios y el otro medio llama energía o cualquier otro apelativo?. El simple hecho de creer que algo material o inmaterial fue la chispa que lo creó todo, incluso el vacío, implica creer en algo superior a nosotros mismos y nuestro propio entendimiento… Cada uno lo llamará como quiera o considere oportuno. Por cierto, si se me permite me gustaría lanzar una pregunta a los posibles agnósticos que puedan leerla: Si un agnóstico es aquel que no cree en nada (y por lo tanto ni siquiera cree en si mismo) como puede un ser humano, teísta o no, religioso o no, católico o no, cristiano no, levantarse todas las mañanas y vivir con un mínimo de ánimo e ilusión?… Es decir, hay un solo ser humano sobre la faz de la tierra que pueda afirmar que no cree en absolutamente nada y pueda seguir con ganas de levantarse al día siguiente?… Me cuesta creer que haya una sola persona en el mundo que sea tan absoluto en su paradójica creencia de no creer en nada.
Teístas o panteístas, todos creemos en la existencia de algo superior a nosotros que nos transciende… De lo contrario estaríamos afirmando algo así como que nosotros somos ese «algo superior». Creo que el egocentrismo es el veneno de la especie humana y esta mañana cuando salí a la calle comprobé que había muchos seres humanos pululando por el mundo. Soy consciente de que pocos entenderán lo que quiero expresar porque me falta capacidad lingüística y retórica para expresarlo pero espero que al menos me haya aproximado a hacerme comprensible. Gracias.y hasta pronto.
Contestando a Eric:
Si yo fuera panteísta creería que Dios es el Universo o que el Universo es Dios o, quizá, hasta podría considerar que los que creen en Dios están hablando del Universo, pero esto no es cierto ya que los que creen en Dios lo hacen en un ser que debe tener, al menos, voluntad y un propósito y el universo no se ha demostrado que tenga ni lo uno ni lo otro.
Contestando a Cristina:
Nada nos hace suponer que algo o alguien haya creado el universo o las fluctuaciones cuánticas en el vacío y tampoco es lo mismo eso que algunos llaman Dios que la energía, la energía no tiene voluntad, se define simplemente por la capacidad que tienen algunos sistemas para ejercer fuerzas sobre otros sistemas y, en cualquier caso, si la energía fuera un dios sería un dios nulo:
«¡La energía total del Universo ha sido y es cero! La razón de ello es la siguiente: el contenido material del universo supone una energía positiva, … a cuya energía hay que añadir aún la energía positiva de la radiación que llena los amplios espacios siderales, más la energía oscura. … el campo gravitatorio tiene una energía negativa. En el Cosmos hay efectivamente un campo gravitatorio por doquier. Ocurre entonces que la energía negativa de este campo compensa exactamente la energía positiva de la materia, la radiación y la energía oscuras para dar ahora y antes una energía total del Cosmos nula.»[Ramon Lapiedra «Las carencias de la Realidad. La conciencia, el Universo y la mécanica cuántica» pg. 237]
En cuanto al agnosticismo, lo mejor será emplear las palabras del inventor del término, quizá así le quede más claro que se trata de una proposición epistemológica no extrapolable a los extremos de imprecisión que usted la lleva:
«Es incorrecto describir el agnosticismo como una creencia «negativa», ni como una creencia de ningún tipo, excepto en la media en que expresa la fe absoluta en la validez de un principio … Este principio puede expresarse de diversas maneras, pero todas se reducen a esto: no es correcto que un hombre diga que está seguro de la verdad objetiva de una proposición, a menos que pueda mostrar evidencias que coherentemente justifiquen esta certeza … Lo que los agnósticos niegan y rechazan como inmoral, es la doctrina contraria, que hay proposiciones que los hombres deben creer, sin evidencias coherentes satisfactorias; …» [Thomas Henry Huxley «Cap. IX Agnosticism and Christianity -1889- Collected Essays vol. V» e.e.]
[…] sino que impulsa. La adhesión a este orden no es la filosofía sino Cristo, un asentimiento que no es ningún salto al vacío, sino la única y verdadera respuesta a los jeroglíficos existenciales de la confusa naturaleza […]
[…] El deseo del Absoluto no es ficción, sino que responde a una intrínseca necesidad de la naturaleza ontológica de la persona, contenida en toda experiencia humana, en la que descubre que su existencia sólo puede y debe ser guiada, para alcanzar su sentido y perfección, por Dios. El hombre, todo hombre, quiere ser feliz, pero esta felicidad no es cualquier cosa ni puede alcanzarse progresivamente de cualquier modo, sino que “ha de conocer naturalemente lo que naturalmente desea” (Tomás de Aquino, “Summa Theologiae”) que no es otra realidad que la plenitud del ser que, evidentemente, sólo puede alcanzarse y sólo puede ser donada por el Absoluto, que es el único Bien y la única Verdad que puede saciar el deseo ontológico de trascendencia. […]