Los medios de comunicación, la cultura de consumo y en especial determinada ideología influyen en la sociedad de tal modo que se aceptan los comportamientos sexuales desviados y, al mismo tiempo, no sólo se tilda de inaudito que una persona conserve la virginidad hasta el matrimonio, sino que incluso se presentan burlas hacia su opción libre y razonada, pienso en la atleta Lolo Jones.
Quien espera hasta el matrimonio para tener relaciones sexuales ofrece uno de los regalos más valiosos que puede recibir la persona amada: la donación del ser con exclusividad y perpetuidad. Por esta razón, antes que la burla uno debe mostrar alabanza y admiración por la virginidad y por quien decide guardar su pureza sexual hasta el matrimonio, porque el cuerpo, que forma parte del ser de la persona, no es un medio sino un fin y, en consecuencia, un modo de dar gloria a Dios, quien creo a su imagen al hombre, a la mujer y a la relación del hombre y la mujer.
La sexualidad forma parte de la vocación de la persona al amor, que en última instancia es la donación y entrega de sí mismo. Para alcanzar este grado de libertad en el que uno se convierte en ‘don’ debe integrarse la sexualidad al bien de la persona y al reconocimiento de su dignidad ontológica en vistas a su plena realización. En este sentido, la virginidad supone un verdadero dominio racional y, por ello, humano sobre la naturaleza e implica una connotación ética – virtuosa – de la sexualidad, que adquiere una significación en sí misma en vistas al verdadero bien de la persona y a la relación interpersonal entre el varón y la mujer.
Si la obscenidad convierte el sujeto en objeto la pureza es un valor que mantiene la dignidad del cuerpo como dimensión del ser; de este modo la persona nunca se trata a sí misma como un objeto sino como un fin en relación a la persona del otro, que la concibe como una realidad irreemplazable en el seno de una relación perenne: el matrimonio. En este sentido, la esencia de la virginidad no es la simple renuncia a mantener relaciones sexuales sino el porqué de esa renuncia, que es, como ya hemos dicho, el bien de la sexualidad humana: la donación del ser en exclusividad y perpetuidad a la persona amada.
«Mostrar alabanza y admiración por la virginidad y por quien decide guardar su pureza sexual». Hermoso, necesario, justo y cierto. Buen artículo Joan.
Saludos don Álvaro, muchas gracias por el comentario. Un saludo.
Hoy vivimos en una sociedad donde se fomenta perder la virginidad lo antes posible como si esto fuese un fin. Excelente escrito, Joan.
Rousseau decía que dándose cada uno a todos uno no se da a nadie. La virginidad, como dices, es un don y un cáncer a estirpar.
Saludos Cristina, sin duda se vende el perder la virginidad como un éxito. Gracias por comentar.
Saludos Maica. Totalmente cierto. Muchas gracias por comentar.
La virginidad es un DON, que muchos jòvenes no aprecian. Pero al pasar los años, te das cuenta de lo IMPORTANTE que es para tu matrimonio, el haber sido vìrgenes, al recibir el Sacramento. Muchos saludos.
Saludos Malourdese. Muchas gracias por su comentario.
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Hola. Excelente explicación de la sexualidad humana. Lo comparto.
Saludos Diego. Muchas gracias por comentar.
La realidad sexual, como todo el ser humano, es un don de Dios y por ello un valor que exige ser usado según las finalidades por las que ha sido concedido, en el marco general de la creación y según los fines específicos asignados al hombre. La c. no tiende a suprimir la sexualidad, que forma parte de la estructura humana, sino a regularla de modo que el goce concomitante sea buscado únicamente en las condiciones y circunstancias previstas por la ley moral. No hay que entender la c. principalmente como renuncia, sino como medio de rectificación y refuerzo de la personalidad, como fuerza capaz de mayores posibilidades y afirmaciones en diversos campos de la actividad humana. La función y la importancia de la c. se hacen más evidentes si se tiene en cuenta que a causa del pecado original y de la concupiscencia, el dominio del instinto sexual es particularmente difícil por el debilitamiento de la voluntad. Por otra parte, las realidades que entran en el campo del sexo tienen repercusiones mayores que en cualquier otro instinto o tendencia sensible; el abuso de esta facultad puede deteriorar y disolver toda la vida moral. La c. se presenta, por tanto, como una exigencia de vida, con un papel determinante en el desarrollo armónico del hombre. A causa de la unidad personal entre cuerpo y espíritu la virtud de la c. no se limita a contener los impulsos sexuales que se manifiestan físicamente, sino que arraiga interiormente y se expresa en el respeto de los valores humanos, incluso corporales, en el predominio de la voluntad iluminada por la razón sobre las tendencias instintivas, en el propósito de ser fieles al plan creador de Dios y a la propia dignidad personal.
En este sentido creo que una información debe destacar la importancia que en el empleo de la sexualidad tiene la decisión libre y responsable. Se hace muchas veces mención de ello. Pero -y es algo que en absoluto se contrapone a la libertad responsable, sino que precisamente la facilita, insisto, desde un planteamiento educativo- es igualmente importante saber discriminar entre usos mejores y peores, enriquecedores o empobrecedores de la persona.
La realidad sexual, como todo el ser humano, es un don de Dios y por ello un valor que exige ser usado según las finalidades por las que ha sido concedido, en el marco general de la creación y según los fines específicos asignados al hombre. La c. no tiende a suprimir la sexualidad, que forma parte de la estructura humana, sino a regularla de modo que el goce concomitante sea buscado únicamente en las condiciones y circunstancias previstas por la ley moral. No hay que entender la c. principalmente como renuncia, sino como medio de rectificación y refuerzo de la personalidad, como fuerza capaz de mayores posibilidades y afirmaciones en diversos campos de la actividad humana. La función y la importancia de la c. se hacen más evidentes si se tiene en cuenta que a causa del pecado original y de la concupiscencia, el dominio del instinto sexual es particularmente difícil por el debilitamiento de la voluntad. Por otra parte, las realidades que entran en el campo del sexo tienen repercusiones mayores que en cualquier otro instinto o tendencia sensible; el abuso de esta facultad puede deteriorar y disolver toda la vida moral. La c. se presenta, por tanto, como una exigencia de vida, con un papel determinante en el desarrollo armónico del hombre. A causa de la unidad personal entre cuerpo y espíritu la virtud de la c. no se limita a contener los impulsos sexuales que se manifiestan físicamente, sino que arraiga interiormente y se expresa en el respeto de los valores humanos, incluso corporales, en el predominio de la voluntad iluminada por la razón sobre las tendencias instintivas, en el propósito de ser fieles al plan creador de Dios y a la propia dignidad personal.
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Yo muestro alabanza y admiración por la virginidad, lo que pasa es que soy incapaz de mantenerla.
Igual que hay yoguis que se pasean por las brasas y fakires que duermen en colchones de pinchos, no dudo que haya quien es capaz de suprimir el deseo sexual. Peeeero dudo mucho que las personas normales de a pie puedan, simplemente me parece imposible que sólo por la voluntad se pueda suprimir algo así.
Me imagino que iré al infierno por ello, pero bueno. Yo… soy rebelde porque el mundo me ha hecho asi, tralalala…
Saludos Manolo. Desde luego, la virgnidad como otras realidades humanas requieren esfuerzo, compromiso… en la vida nada es fácil y sí, tiene usted razón, hay mucha gente (y me incluyo) que no somos capaces de controlar nuestras tendencias racionalmente. Gracias por su comentario.