Tenaz cruzada contra la Iglesia la sostenida por determinados medios de comunicación que proceden a modo de correa de transmisión de muy concreta ideología que abraza como fin el ateísmo. ‘El País’ muestra inusitada preocupación, “la cristiandad está en retirada en Europa y los jerarcas no encuentran la manera de frenar el declive”. Sin embargo, no es razonada ni debida, pues la Iglesia no es una institución sociopolítica ni su mantenimiento requiere una solidez cuantitativa. Si tan “poderosa confesión no paga impuestos por gran parte de sus posesiones” no se debe a ningún privilegio divino sino que tal exención se debe a Ley sobre el Mecenazgo (49/2002), del que gozan numerosas entidades y organizaciones.
La inquina atea de ‘El País’ halla aires de inquisición en el plan “La nueva evangelización desde la Palabra de Dios” de la Conferencia Episcopal, quizá porque no recuerda que no se puede confundir lo legal con lo moral, que ninguna ley puede atentar contra la vida y la dignidad del ser humano aunque exista el criminal consenso. Sin embargo, lo que más ocupa y preocupa es el hecho simple de que la Iglesia, por su fundamento divino, recuerda que el Estado no constituye la totalidad de la vida ni comprende la esperanza última de la humanidad. En efecto, la Iglesia es la voz más autorizada y enérgica que detiene el Estatalismo y reivindica la intrínseca necesidad del bien común, cuya raíz son las virtudes cardinales, las cuales se aglutinan en la virtud teologal de la caridad, que configura la única ética practicable en detrimento de esa subjetiva y estéril ética de mínimos.
El fin y la esperanza de la sociedad no residen en el laicismo de Estado sino un laicismo cuya última mirada se asiente en y con Cristo, pues el bien común del hombre no se halla en el consenso sino en la verdad que transforma. Aquí, pues, radica la necesidad de la evangelización con el objetivo de hacer de los poderes de este mundo instrumentos para que la humanidad alcance su fin, el ser lo que debe ser según su ontológica naturaleza. Por eso, la ideología siente irritación ante la presencia de la Iglesia, porque la suya es “la cuestión del ateísmo, de su encarnación contemporánea, la cuestión de la torre de babel, que se construye sin Dios, no para alcanzar los cielos desde la tierra sino para bajar los cielos a la tierra” (Dostoievski, Los hermanos Karamazov) con el fin de generar un utópico paraíso que no se realiza pero que subyuga a la humanidad.
Dices que no se puede confundir lo legal con lo moral y que el bien común del hombre no se halla en el consenso sino en la verdad que transforma lo cual es muy cierto Joan, pero el humano puede en lo legal y moral ver una relatividad integradora en aras de un bien común consensuado, que en realidad la hay pero no es el fin último. Se va legalizando lo que va pareciendo encajar en un sistema modelo eventual porque como seres en crecimiento cambiamos, nuestra manera de pensar cambia y lo que fue legal y moral ayer, hoy ya no lo es, y lo que es moral y legal hoy, mañana no lo será. Todo lo nuestro es fluctuante y adaptable algunas veces por conformismo y otras por conveniencia quizá. Pero no a todos nos hipnotiza el vaivén de las partes, más bien nos apresuramos a una respuesta armonizadora y transformadora… esa verdad que transforma como decis.
Saludos Mauricio. En efecto, hay una absolutización del relativismo que gobierna como norma ética la vida humana. Gracias por comentar.