“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Así responde Jesús disipando las dudas de Tomás. Nosotros, hombre contemporáneo, sabemos el camino. Estos días hemos vivido la senda del Señor hasta su Calvario redentor en el que nos asegura, en la figura del buen ladrón, que estaremos con Él en el Paraíso (Lc 23, 43). Esta es la razón de nuestra esperanza. Este es el motivo por el cual, hace cien años, un grupo de músicos permaneció firme en una situación tan comprometida como el hundimiento del Titánic interpretando “Más cerca, mi Dios, de ti”.
Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios y nos llama, a los bautizados, a ser heraldos de su mensaje, a mostrar a la humanidad entera el único camino para el hombre, ese en el que se reflejan las huellas marcadas de Cristo, en el que viaja nuestra esperanza y nuestra razón de ser. Por este motivo trascendente en el que está en juego la existencia misma no podemos ceder un ápice, ni siquiera en aras del cumplimiento “democrático”, en la transmisión del mensaje del Mesías. Aunque nos llamen sediciosos y sectarios aquellos que postulan doctrinas ideológicas y que pretenden subyugar a ellas la voluntad del hombre. Tampoco podemos restar ensimismados ante la esplendorosa luminaria de la contingencia, pues no es más que un espejismo, un velo gris de vanagloria que oculta el verdadero albor, la Gloria de Dios.
“Más cerca, mi Dios, de ti” fue la última melodía interpretada por los músicos del Titánic. Hoy, como en 1912 y así desde siempre, el hombre busca ver el rostro de Dios (Sal 26, 8), en quien descansa su esperanza, su dependencia del ser y su verdad. El hombre, creado a imagen de Dios, no tiene mayor vocación que vivir en comunión con Él porque ningún otro “camino” le sacia. Es por esta razón que somos peregrinos, que vivimos con la pasión del pan eterno (Jn 7, 37; Jn 4, 14) al que seremos invitados en la medida en que nos hallemos en comunión con Cristo.
Muchas gracias por compartir con nosotros esta gran verdad. La esperanza, nuestra esperanza, es que algún día la humanidad esté más cerca de Dios.
Saludos Cristina. Esa es nuestra esperanza y lo querido por Dios. Gracias por comentar.
Verdaderamente el Capitán del barco sentenció antes de partir, que ni Dios podría hundir el Titanic. Así fue, Dios sabrá por qué. En los medios de comunicación no se comenta la anécdota cuando se refieren al cercano centenario.
Por el momento fomentan todo el engranaje económico que aún mueve la desgracia. Es lo que interesa. Eso sí, una desgracia de película.
Cuanto seres humanos siguen y seguirán muriendo injustamente alrededor del mundo sin aparecer en los diarios.
Ni falta nos hace.
Saludos Álvaro. El hombre siempre se confunde cuando pone su seguro en sí mismo. Gracias por comentar.