¿Alrededor de qué clase de verdad se aglutinan los hombres? ¿No somos muchos los indecisos que nos situamos en una posición u otra con dependencia del sonido de la flauta de nuestro Hamelín porque es más cómodo tomar partido por un camino ya transitado que atreverse a emprender uno de nuevo, solitario y misterioso; el de cada uno? El problema del hombre medio es la incapacidad por hallar una razón fundamental que sea el fin de la acción; de aquí que siga las ideas ajenas con el comportamiento del asno que siempre ve el heno delante; con adhesión irracional y obediencia ciega. Pero la verdad exige riesgo, amarla por ella misma, apartándose del transitar acompasado de la muchedumbre que interpreta el son de la flauta.
Los pensamientos nos hacen libres. Por esto dice Schopenhauer que “si quieres pensar para todos, conviene que pienses por ti mismo” (“Parerga y Paralipómena”), por cuenta propia y sin intermediarios: amando a la verdad por ella misma como auténtico fin y no como medio o instrumento. Pensemos en Sócrates. Mientras le preparaban la cicuta se puso a aprender un aire de flauta de extrema complejidad. Quienes le acompañaban en esos últimos momentos de su vida, aturdidos, le preguntaron por qué quería aprenderlo si no le iba a servir de nada. El sabio, con evidente claridad, respondió: “para saberlo antes de morir”. Si me atrevo a recordar este suceso ya empleado por I. Calvino y E. Cioran es porque ilustra muy bien que el conocimiento es un fin en sí mismo, que la verdad sólo quiere que se la ame por ella misma. Al César lo que es del César (Mt 22, 21). Al mundo y a la verdad no se les puede servir al mismo tiempo porque puede acontecer que de centinelas de la verdad pasemos a ser el ofuscado defensor de la ideología, que instruye con pasión lo que ni él mismo cree.
No seas portavoz de pensamientos ajenos si antes no tienes el atrevimiento de pensar por ti mismo. Sigue el consejo de Kant: “ten el valor de servirte de tu propio entendimiento” (“Crítica a la razón práctica”). Khun, en “La estructura de las revoluciones científicas”, ilustra la importancia de este imperativo. La ciencia sólo avanza cuando un paradigma considerado válido hasta el momento deja de serlo y su puesto lo ocupa otro paradigma. Pensemos en Copérnico. Si él no hubiese pensado por sí mismo, si no hubiese puesto en cuestión lo que se daba por cierto quizá todavía pensaríamos que es el sol el que da vueltas alrededor de la tierra. Sin embargo, quién no tiene la tendencia de repetir hasta la saciedad lo que dicen los medios de comunicación y los señores – la mayoría invisibles – del pensamiento único.
El hombre no es el can que come, se reproduce y muere viviendo de un día para otro. El hombre se plantea el por qué y el para qué de su existencia con el fin intrínseco y querido de conocerse y conocer la realidad en su sentido más absoluto. Tenemos el deber intelectual de no ser eunucos mentales; tenemos el deber moral de no ser imbéciles. Pensar por uno mismo es una exigencia de la naturaleza humana. El Estagirita señala en el comienzo de su Metafísica que todos los hombres desean por naturaleza saber. El interés por una certeza absoluta se muestra indispensable en el espíritu humano para el bien vivir bajo la comprensión de sí mismo y del mundo. En todo hombre existe un filósofo que debe atreverse a pensar por sí mismo – ‘Conócete a ti mismo’ estaba esculpida sobre el dintel del templo de Delfos –. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad (Juan Pablo II, Fides et Ratio), para descubrir el sentido último de su vida.
Quien no piensa por sí mismo no vive, simplemente se deja llevar en esta contemporánea hiperactividad: quien no busca la verdad sólo vive para servir espurios intereses o sumirse en la “vivencia de la nada del ser” (Pascal, Pensées), que no es más que “una eternidad sin contenido” (Kierkeegard, El concepto de ironía) en la que el hombre padece la extrema enajenación espiritual. Y esto, lamentablemente, sucede. Hoy es frecuente encontrarse con gente – en especial jóvenes, muchos universitarios – que no es capaz de realizar la crítica más elemental por no usar con frecuencia el entendimiento.
[…] no se sabe filtrar, es el trampolín perfecto para caer en la superficialidad de la que hablo en la primera entrada. Ante esto, es importante tomar distancia respecto a esta tan desenfrenada realidad. No es […]