Cada vez es más frecuente que las acciones humanas se encuentren preponderadas por lo insustancial. No obstante, aunque exista la tendencia a olvidar la moralidad de los actos humanos estos siempre son morales en cuanto que son susceptibles de un juicio ético. De este modo, el supuesto intento de trivialziar las acciones es un obrar moralmente malo cuando la voluntad libre se empeña, con premeditación, en no ejercer la razón para tomar decisiones. Así, la finalidad de la acción sustraída del ámbito de la razón si bien no reposa en lo involuntario si es fantasiosamente aliviada de todo juicio absoluto al caer en manos de la arbitrariedad o del relativismo.
El problema ético contemporaneo reside en esta ausencia de sentido moral de las acciones libremente decididas y elegidas. Sin embargo, aunque se piense que las acciones son relativas reside en ellas una naturaleza moral en cuanto que el hombre se presenta como sujeto responsable. De este modo, cuando se elimina por distintas razones el carácter moral de las acciones se obra moralmente mal por el hecho de eliminar de la finalidad todo examen de conciencia y toda crítica racional.
La intención por la que se repudia la moral no es otra que negar la existencia de un bien último requerido por la voluntad y previamente captado por la razón. Si el fin de la inteligencia es el ser en cuanto verdadero, el de la voluntad es el ser en cuanto bueno en razón de su verdad y bondad ontológica. De este modo, en palabras del Aquinate, las cosas no son buenas porque son queridas, sino que son queridas porque son buenas. Concluyendo que Dios es el bien deleitable, mientras que los demás bienes sólo lo son con respecto a aquel fin hacía el que deben conducir (Dios).
Que el bien tenga una procedencia ontológica es el factor que posibilita a la inteligencia captar el bien que debe alcanzarse y hacia el cual se mueve la voluntad en cuanto bien. Recordemos que el fin de la voluntad siempre es un bien, ya sea real o supuesto, como bien señala el Estagirita, pero nunca el mal en sí mismo. La voluntad se inclina al bien en general – al bien en sí mismo o bien mayor –, que es la felicidad – los bienes sensibles no agotan el deseo de bien, y lo sabemos por experiencia –, y elige los medios para alcanzar esta plenitud en razón de su naturaleza ontológica mediante la reflexión.
El fin de la voluntad es el ser en razón de su bondad ontológica. Sin embargo, en una sociedad sumergida en la vivencia de la nada del ser el resultado de las acciones se percibe como carente de juicio ético o como relativo: cuántas veces se dice eso de “políticamente correcto” o “siempre se ha hecho así” a modo de parapeto. No obstante, como hemos visto el hombre debe preguntarse por la razón de las acciones y si éstas son correctas.