En incontables ocasiones se afirma “Dios existe” o “Dios no existe”. Sin embargo, es un error metafísico en cuanto que Dios no sólo es existencia sino que es el Ser. No hay ninguna realidad que no sea; no obstante, ninguna de las realidades creadas es ser puro sino modos determinados de ser, es decir, el acto de ser se da en grados de menor a mayor intensidad, desde las realidades más imperfectas hasta Dios, Quien posee el ser en toda su máxima profundidad. Es en este sentido que debe entenderse que ser no es lo mismo que existir. Mientras el ser expresa la perfección más íntima y la raíz de las perfecciones de una realidad, la existencia sólo señala el estar-ahí. Por tanto, Dios es la causa primera y originaria (Heidegger) que posee el ser en grado absoluto – todas las perfecciones – a diferencia de las criaturas que tienen ser, pero que no tienen el ser.
Así, si entendemos que Dios no sólo es existencia sino que es el Ser en su grado más alto estamos en disposición de comprender la filiación causal del hombre con Él. Cuando Dios dice a Moisés “Yo soy el que soy” expresa que es ‘lo que es en sí’, es decir, que el Ser es sólo de Dios – que es la substancia (Aristóteles) en grado máximo –. Así, Dios es Ipsum esse subsistens mientras que las criaturas tiene el ser por participación de su ser. Dios es verdaderamente en cuanto que es siempre del mismo modo o, en palabras de San Agustín, no es de cualquier modo sino que es un es ( non aliquo modo est, sed es test).
Desde la revelación comprendemos que la cuestión de Dios no es tanto la comprobación de su existencia como el creer en Él. Sin embargo, el saber metafísico del hombre – con la ayuda del dato revelado – descubre que el ser participado comienza en Dios, al que tiende de modo natural en cuanto que es el bien mayor. Sin embargo, el hombre contemporáneo, ensimismado por la contingencia, obvia esta referencia trascendental en la que está en juego su propio ser porque, no lo olvidemos, el hombre para ser lo que debe ser necesita obrar de una muy determinada forma que es dar el correcto despliegue a su ser ontológico en vistas a su felicidad: Dios. La pregunta sobre Dios no debe llevarnos tanto a reflexionar sobre su existencia sino a descubrir que, siendo el ser en grado absoluto y causa de nuestro ser, nos interpela a entrar en comunión con Él.
Creo que nuestro fin no es pensar en nosotros, sino PENSAR EN DIOS.
Saludos Malourdese. Sin lugar a dudas, el fin del hombre es pensar en Dios, que es su fin. Muchas gracias por su comentario.
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