Si nos acercamos al diccionario de la Real Academia Española hallamos que la primera acepción del término autoridad refiere al “poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho”. No obstante, la autoridad no sólo no es identificable con el poder, sino que ambas, autoridad y poder, son conceptos opuestos. Mientras éste reside en la fuerza, la primera descansa sobre el reconocimiento voluntario y consentido de uno de ser gobernado por el otro. La autoridad es, así, la virtud, el canon, el criterio por el que el hombre decide, racional y libremente, adoptar y acatar como modelo y guía para dirigir su existencia.
Autoridad es aquella presencia ante la cual el sujeto reconoce y otorga una legítima supremacía fundada en la admiración y adhesión que ante él despierta y hacia la cual le une la intrínseca necesidad de obediencia en cuanto que es espejo o visión de la verdad misma del ser del hombre y, en consecuencia, ordenación y criterio para el alcance de la vida buena o más perfecta. El elemento fundante y que legitima la autoridad es pues el ser espejo o visión de la verdad; su soberanía no recae en la fuerza, sino en la credibilidad que despierta ante quien se gobierna por ella. En cambio, cuando la autoridad no es real busca siempre el aval mediante el ejercicio del poder.
La autoridad es un concepto equívoco si atendemos al sin fin de aproximaciones que se han hecho de ella a lo largo de la historia. El pensamiento griego, por ejemplo, funda su supremacía en una supuesta desigualdad entre las realidades que componen la naturaleza. En este sentido podríamos decir, empleándose términos darwinistas, que la selección natural reviste a ciertos hombres de superioridad con respecto a otros. Recordemos que Platón, en La República, habla de que el alma en algunos hombres se halla contenida de oro, en otros de plata y en otros de hierro y bronce, y, añade, que los primeros son la autoridad por naturaleza ya que la razón es la sustancia que compone su alma.
La autoridad no la legitima el poder sino su infalibilidad en cuanto espejo o revelación de la verdad. Este supuesto, en sentido pleno, sólo se puede darse en Dios y, para los cristianos, también en los Concilios y cuando el Romano Pontífice habla ex cátedra. Es importante señalar que la infalibilidad que fundamenta la autoridad es perenne por lo que la verdad, la misma siempre, se puede descubrir en todo momento más allá de lo que considere la supuesta autoridad del hombre. Otro rasgo de la autoridad es que quien la reconoce no lo hace por sometimiento a causa de una fuerza que obliga a ello, sino que es aceptada libremente por la razón humana que la percibe y afirma como realidad suprema.
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