El fútbol, espectáculo de masas, opio del pueblo…, quizá esconda este juicio destello de certeza. Sin embargo, es una realidad mayor, cuya esencia escapa a la bagatela de adjetivos con los que lo bautizan determinadas voces intelectuales. Hace poco más de medio siglo, el 3 de mayo de 1961, Evaristo, ariete del F.C. Barcelona, logró con su tanto en la semifinal de la copa de Europa, que le medía contra el conjunto teutón del Hamburgo, que al señor Martin Heidegger se le volcara la taza de té que sujetaba en su diestra mano. ¿Se imaginan la situación si ayer el autor de Ser y tiempo hubiese presenciado el clásico en Chamartín?
¿Es descabellado hablar de fútbol y filosofía? Es posible que exista atrevimiento en ello, pero al mentado filósofo hay que añadir otros ilustres nombres del pensamiento que han reflexionado sobre el balompié, entre ellos Jean-Paul Sartre y Albert Camus, quien llevó a la praxis este deporte de equipo en la posición de cancerbero. El fútbol es filosofía, porque en él hay teoría, hay disposición, canon, finalidad. Ineludible pitagorismo en cuanto a la ordenación geométrica en el espacio; platonismo, por esa concepción que sostiene un sistema, un método, una idea en su desarrollo.
El fútbol – y todo deporte de equipo –, no con cierta sorpresa, recoge en su esencia ciertos principios básicos del cristianismo. En su praxis muestra y demuestra que el destino, la victoria, se alcanza en colectividad. Ni siquiera el jugador más virtuoso puede alcanzar el objetivo – victoria / salvación – sin la cooperación de sus compañeros – de sus hermanos –. El balompié exige y otorga a quien entiende la regla valores que se desprenden del ejercicio de la moralidad: camaradería y servicio, entendiendo que el bien común es el bien mayor a alcanzar.
Quien haya practicado este deporte sabe bien lo importante y trascendente que es el deber ser para lograr la plenitud. Ser quien se es y obrar en consecuencia permite que el drama existencial, el partido, se desarrolle dentro de los cánones previstos. Ciertamente, la toma de decisiones y el virtuosismo con que esos se desarrollen sumándose a ello la fidelidad al sistema – cosmovisión – decidirán el devenir. Quien sea más fiel a su ontológica naturaleza merecerá la felicidad – la victoria –. Y es que el fútbol, en su justa medida, es la representación del ser del hombre en el mundo. Ayer, las reglas del juego, el carácter del ser y la colectividad de destino alcanzaron con su belleza la cima en Chamartín (Vídeo).
Nunca lo había visto así… He de reconocer que yo, durante mucho tiempo, he sido del bando de los que descalificaban ese deporte. Pero me convertí gracias, precisamente, al Barça…
No sé qué decir de tu reflexión simbólica sobre el fútbol. En cuanto al Clásico: jugamos mejor, y ganamos. Precioso sobre todo el primer gol. Vixca Barça!
Maximiliano
P.D.: Lástima que no hubiera cuarto gol… Tuvieron tiempo y oportunidades.
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