Los centros comerciales y la iluminación de las calles nos recuerdan que se aproxima la Navidad. Ante el nacimiento de Jesucristo es necesario mantener aquella actitud de admiración y honradez que mostraron los magos de Oriente, que emprendieron una atrevida aventura para alcanzar al niño que nacería en un humilde pesebre en Belén. A diferencia de ellos, nosotros, que sí pertenecemos por el bautismo al pueblo de Dios, hemos de reconocer, sin ambages, la verdad revelada y asumir, en consecuencia, nuestra incorporación en la historia de la salvación.
A las puertas del cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II hemos de reabrir nuestro interior a la esperanza para así, mediante la fe y la caridad, ofrecerla a aquellos que la desconocen o que por el ejercicio de la libertad han decidido apartarse de ella. Ante la inercia y los avatares cotidianos conviene no perder de vista aquella estrella que nos conduce allí donde se resuelven los misterios que ocupan la razón humana: la verdad, que se nos manifiesta en la figura del Hijo de Dios, Jesucristo.