¿Estamos abiertos al perdón? La imagen de la viuda de José Javier Múgica, concejal asesinado por ETA en julio de 2001, con los ojos clavados en sus verdugos invita a dicha reflexión. La mayoría de los rotativos alzan este hecho al grado de gesta; así ABC titula: “la viuda del concejal navarro asesinado consigue que los etarras que se rieron de ella bajen la cabeza”. Hay quien encuentra dignidad moral en el gesto de la señora, de la esposa y viuda. Sin embargo, es importante preguntarse si esta supuesta grandeza no es más bien odio y resentimiento. La pregunta no es baladí sino que encaja con la idea de la espina clavada del titular de El País y con ese ‘cabrones asesinos’ dicho a micrófono abierto por la magistrada. ¿La mirada de la viuda hacia los verdugos de su marido son una llamada al perdón, o más bien una lanza de rencor?
Tan importante como pedir perdón es saber perdonar. Todos, en mayor o menor grado, hemos padecido y padecemos acciones injustas y sabemos, tarde o temprano, que sólo en el perdón se encuentra paz y sosiego ante ese sentimiento automático de animadversión, que si no se detiene acaba por consumir a la propia víctima convirtiéndola en fuente de injusticia. Desconozco en sí la realidad de la mirada de la viuda, pero será de esperar que en ella haya perdonado a esos ‘chicos’, de lo contrario ellos habitarán en la cárcel de los barrotes, pero ella lo hará en una de peor, en la del odio, ese odio que es antítesis del amor.
Así pues, ¿estamos abiertos al perdón? Sólo puede perdonar aquel que acude ante su agresor no para saldar cuentas sino para renunciar a todo acto malvado hacia él. Cierto, el resentimiento no se borra siempre con rapidez, sobre todo cuando las heridas son de extrema profundidad. Sin embargo, hemos de pensar siempre que el mal se vence únicamente con el bien y que ante un ultraje, el que sea, es debido corresponder con amor y no con odio. Por tanto, esperemos que la viuda de José Javier Múgica sea como María Séiquer Gayá, quien fundó las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado y cuidó de las familias de aquellos que asesinaron, durante la guerra civil, a su esposo por el mero hecho de ser católico.
Me ha gustado mucho el post, Joan, quizá porque para mí es dificilísimo perdonar incluso la ofensa más leve… Siempre es bueno que nos recuerden eso que todos sabemos («saber» no es lo mismo que «practicar»): «que sólo en el perdón se encuentra paz y sosiego ante ese sentimiento automático de animadversión, que si no se detiene acaba por consumir a la propia víctima convirtiéndola en fuente de injusticia».
Por cierto, ¿sabes que la casa madre de las Hnas. Apostólicas de Cristo Crucificado está a cinco minutos andando desde mi convento? Somos vecinos… De hecho, cuando nuestro capellán está de viaje, oímos misa allí, en Villa Pilar (así se llama, porque era una casa de campo con muchos terrenos, perteneciente a la madre María Séiquer, que la transformó en un colegio-convento). Y en la capilla está, por supuesto, la tumba de la madre María. Sé que esto es una milonga, pero me ha hecho gracia que hablaras de la fundadora de mis vecinas.
Un abrazo. Yours,
Maximiliano María (Lukas Romero)
Saludos Hno. Maximiliano.
Espero te encuentres perfectamente. Te tengo presente muchas veces. Me alegra que estés próximo a la presencia de una mujer santa, seguro que en ella encontraremos motivos para abrir siempre las puertas a la reconciliación.
Gracias y un sincero abrazo.
Con independencia de que todo cristiano tiene el deber de perdonar, el Estado debe exigir el castigo de los responsables de los crímenes cometidos, sin importar el motivo o la «justificación» política.
Nadie es quién para juzgar a una mujer a una mujer a la que le han sesgado la mitad de su vida y que se encuentra con los asesinos de su esposo cara a cara, como miran los valientes, no las mariconas que están sentadas en el banquillo, que más que personas, son alimañas.
¿Perdonar?: Sí.
Pero perdón no es sinónimo de condonación de pena, no confundamos términos, al menos desde el punto de vista jurídico.
Y, en todo caso, para perdonar, primero hay que esperar que el culpable pida perdón, hecho que, s.e.u.o., al día de la fecha, todavía no se ha cumplimentado.
Es muy fácil hablar de perdón y de reconciliación cuando no has visto como a tu hijo, a tu padre, a tu madre o a tu esposo/a no le han disparado un tiro en la nuca (como hacen los cobardes) delante de tus narices….como también es muy fácil hablar de perdón cuando tu hija ha sido asesinada por unos bestias y, en el colmo de la desvergüenza, ni siquiera te dicen en dónde han dejado los restos de su cuerpo.
¿Perdón?: Sí, pero el perdón no excusa aplciar la Justicia.
Saludos Francisco.
Tienes razón, todo crimen tiene – o debe tener – su castigo; pero, también es cierto que no hay pena mayor que la moral, que la que acecha la conciencia. Toda víctima que no aprende a perdonar convierte el dolor en odio y se convierte en otro verdugo.
Por eso insisto que el perdón no excusa la Justicia.
Dios es Justo y Misericordioso, pero en idéntica proporción: infinitamente Justo e infinitamente Misericordioso.
Así debemos ser nosotros infinitamente justos e infinitamente misericordiosos.
¿Perdonar?: Es deber para todo cristiano…..
¿Ajusticiar?: Es consecuencia necesaria de todo crimen…y si se es culpable, éste debe aceptar la pena que se le imponga.
En todo caso: una cosa es la víctima y el culpable y otra muy diferente el Estado.
El Estado sólo debe limitarse a aplicar Justicia y aplicar Justicia significa aplicar el castigo previsto al culpable y exigir el resarcimiento de los daños y perjucios causados.
Mirar a a la cara al asesino de tu marido, hijo o esposa, más que un acto de odio es un acto de valor y, sobre todo, demostrarle al asesino que es un cobarde.