“El que no podamos dejar de concebir el mundo o como un fin o como un medio es una consecuencia de la constitución de nuestro intelecto. Lo primero significaría que su existencia, justificada por su esencia, sería preferible decididamente a su no ser. Tan sólo el conocimiento de que es una mera palestra para seres dolientes y moribundos no permite este pensamiento. Ahora bien, concebido como un medio, no permite la infinitud del tiempo ya pasado, mediante el cual el fin que se debía alcanzar ya haría tiempo que se debería haber alcanzado. De aquí se sigue que cada aplicación de los presupuestos naturales de nuestro intelecto al todo de las cosas, o al mundo, es una aplicación trascendente, esto es, una que posee validez en el mundo, pero no del mundo; esto se debe a que surge de la naturaleza de un intelecto, la cual, como he expuesto, se ha originado al servicio de una voluntad individual, esto es, para la consecución de sus logros, y por lo tanto está destinada exclusivamente a fines y medios, así que no conoce ni comprende nada diferente”.
Arthur Schopenhauer, Sobre la filosofía y su método en Parerga y Paralipómena.