Uno de los principales referentes de la filosofía analítica respecto a la reflexión sobre Dios y la religión es Ludwig Wittgenstein. También hay que decir que desde la segunda mitad del siglo XX aumenta el interés del mundo académico anglosajón por la filosofía de la religión, que no duda en subrayar la simbiosis entre la razón y la fe en el compartido celo por las cuestiones últimas. Así, los filósofos no dudan en buscar la verdad abriéndose también a la fe que, en definitiva, es la que ofrece la ulterior respuesta.
En el mundo académico anglosajón se encuentra en un momento en el que se ha superado ya la decadencia religiosa auspiciada por corrientes de pensamiento ‘New Age’. Este creciente interés por la religión se constata con la numerosa ristra de libros filosóficos que se centran en temas religiosos y teológicos fundamentales. Ya a comienzos de la década de 1980 la revista TIME verificaba este florecimiento en los Estados Unidos al señalar el interés de los filósofos por combatir con académica rigurosidad por combatir el ateísmo. El filósofo J. Kellenberger, cita J. M. Odero, refuerza este interés por la religión: “La filosofía analítica contemporánea de la religión, en contraste con la primera filosofía analítica, tiene una orientación positiva respecto de la religión; y quizá sea esta su principal característica […], el esfuerzo por defender las credenciales epistémicos de las creencias religiosas”.
La filosofía de la religión realizada por los pensadores analíticos tiene una fuerte característica y no es otra que su enraizamiento en la lógica, cuyo principal antecedente es la obra de Guillermo de Ockham que, a posteriori, alcanzará, sobre todo, al racionalismo y muy especialmente a Descartes, y ya en el siglo XX al Círculo de Viena y a brillantes filósofos como B. Russell o el ya citado Wittgenstein. Éste último no recibió propiamente una educación católica, no obstante su sagacidad intelectual – no olvidemos que el propio Russell le definía como uno de los grandes genios – le llevó a descubrir y profesar una intensa preocupación religiosa (Cyril Barret, Ética y creencia religiosa en Wittgenstein. Alianza Universidad, 1994) hasta el extremo, confiesa su discípula y sustituta en la cátedra de la Universidad de Cambridge, la señora Elisabeth Anscombe, que él mismo – Wittgenstein- explicaba a sus alumnos que “la ventaja de mi pensamiento es que, si crees a Spinoza o a Kant – por ejemplo –, eso interfiere co tus creencias religiosas; pero si me crees a mí, no sucede nada análogo”.
Huelga recordar que la pulcritud y la rigurosidad son dos características en Wittgentein, no obstante basta con volver a su primera gran obra, el Tractatus logico-philosophicus (1922) para cerciorarse de ello: “Acerca de lo que no se puede hablar, es preciso guardar silencio”. Desde luego no es una prohibición sino más bien la exhortación a evitar el error, en especial de las cosas trascendentes como son la religión y Dios. También es un aviso al ateo que por norma suele obrar con suma felicidad en un terreno sobre todo porque carece de la experiencia empírica de la ‘no-existencia’ de Dios (Joaquín Ferrer, Filosofía de la religión). Esta meticulosidad refuerza su defensa del fenómeno místico sobre todo discurso que no puede aferrar o asentarse con seguridad sobre la verdad.
Podemos decir, porque lo sabemos, que la existencia de Wittgenstein supone una honrada, rigurosa y celosa búsqueda de la verdad, del indecible – Dios –. Como bien constata uno de sus discípulos, Norman Malcolm, la religión ocupa un puesto central en el pensamiento del filósofo vienés (Wittgenstein. A religious point of view? y Ludwig Wittgenstein. A memoir), aunque nunca se interesó por una dimensión fideísta de buscar pruebas para constatar la existencia empírica de Dios; es decir, en este sentido escapó de todo empirismo lógico. Wittgenstein no consideraba que las verdades religiosas dejasen de ser verdades por carecer de una verificación positiva sino que sabía que “bajo la palabra de Dios late fundamentalmente la referencia a una persona a la cual éticamente hay que creer” (Joaquín Ferrer, Filosofía de la religión).